Tuesday, June 26, 2007

Ellos (5)

John se despertó sobresaltado, y mirando al reloj exclamo.

‑ ¡Que barbaridad!, las nueve de la mañana. ¡Helen! ¡Helen! ¿Por que no me llamaste? Por tu culpa me quedé dormido.

‑ ¿Eh? ¿Qué cosa? ‑respondió ella con los ojos semicerrados.

‑ ¡Vamos levántate! Ya son las nueve.

‑ ¿Las nueve? El despertador no sonó ‑Helen cogió el despertador y comenzó a sacudirlo.

‑ Esta parado.

‑ Esta parado, claro se te olvido darle cuerda.

‑ Bah, porque tanto lío. ¿Tú no eres el dueño? Entonces... Puedes empezar a la hora que te de la gana.

Wensi entro corriendo.

‑ ¡John! ¡John! Ven rápido, ¡mira esto!

John salio corriendo detrás de Wensi. Este lo llevo hasta el portal.

‑ ¡Mira! ‑le dijo Wensi mientras señalaba hacia el cielo.

‑ ¿Qué cosa?

‑ Esas luces de colores.

‑ ¡Bah! Un arco iris, y para esto me has hecho correr tanto.

‑ ¡Un arco iris! ¡Que hermoso es! En mi planeta esto no sucede. ¿Como es posible que ocurra? ¿A que se debe?

‑ Yo que se.

‑ ¿Como? ¿Que usted no lo sabe? Eso es imposible.

‑ No lo se, que quiere que le diga.

‑ ELLOS deben saberlo, ELLOS lo saben todo. Acto seguido saco una libreta de apuntes: ¿arco iris?, y al lado trazo un dibujo en forma de arcos y el nombre de los colores.

‑ ¿Y se produce siempre a esta hora?

‑ No, se produce a veces... No siempre...

‑ ¿Como ustedes pueden soportar la ignorancia?

John hizo un gesto de desagrado y guardó. Wensi continúo hablando.

‑ ELLOS, desde que nacen lo quieren saber todo.

‑ No por eso no, aquí también los niños se pasan la vida preguntando.

‑ ¡Ah los niños! ¡Que interesante! ¿Y ustedes responden a sus preguntas? ¿Que le dicen a los niños?

John bajo la vista sin saber que decir, Wensi le hacia pregunta sobre cosas que no tienen importancia y en las que nadie piensa.

‑ Claro que no ‑dijo Wensi‑ si ustedes mismos no saben nada. ¿En que piensan ustedes? ¿Para que tienen el cerebro? ¿Por que derrochan así sus potencialidades?

‑ Mire Wensi, nosotros tenemos muchos problemas en nuestras vidas, para dedicarnos a tonterías. Los productos cada vez son más caros, el desempleo cada día es mayor, la delincuencia aumenta por horas; nosotros no podemos estar pensando en arco iris, ni en cuentos de hadas; tenemos que pensar sólo en una cosa: ¡como ganar más dinero!

‑ Yo sigo sin entender lo que aquí sucede, allá todo es tan claro, tan lógico; aquí todo es oscuro, confuso; no se...

‑ Aquí es la ley del más poderoso; por eso hay que tener mucho dinero, con el dinero todo se compra. ¡Elemental! Wensi, ¡elemental!

‑ ¿Y que es el dinero?

‑ ¡Esto! ‑le respondió John mientras blandía un dólar ante los ojos de Wensi.

‑ ¿Eso? ¿Ese papel? ¿Y es por esos papeles que ustedes luchan? Que absurdo.

‑ No tan absurdo amigo, sin esto, usted no puede ir a ninguna parte.

‑ Yo tengo la solución, porque no construyes una fabrica para producir esos papeles y así lo repartes entre los... como es que ustedes le dicen ... ¿Te acuerdas al que vimos abandonado en la acera?...

‑ Vagabundo ‑le contestó John.

‑ Eso es, entre todos los vagabundos.


‑ Que ingenuo eres, las fabricas de billete las controla el gobierno, ningún particular puede hacerlo. Si no todos fuéramos millonarios.

John entró en la casa y salió poco después.

‑ Voy a darle una vuelta a la farmacia.

Wensi quedó pensativo, tan abstraído estaba que no escuchó los pasos de Helen, que se acercaba; fue el contacto del cuerpo de ella lo que le hizo salir de sus pensamientos. Ella le miraba de una manera extraña.

‑ He venido a pedirte disculpas ‑dijo ella entornando los ojos.

‑ ¿Disculpas, por que?

‑ Es que estuve escuchando la conversación que sostenías con mi esposo.

‑ ¿Y eso que tiene de malo?

‑ Bueno, entre nosotros no esta bien expiar a los demás.

Ella cada vez se le encimaba más, Wensi se corrió un poco.

‑ Mi marido es un hombre vulgar, es incapaz de ver las cosas bellas; en cambio, yo soy muy romántica.

Volvió a aproximarse, sus cabellos rozaban la barbilla de Wensi que parecía no saber que hacer.

‑ ¿Por que me mira con esos ojos asustados? ‑pregunto ella.

‑ Es que no se lo que usted quiere de mi.

Helen lo miró aturdida, sintió deseos de darle una bofetada pero se contuvo.

‑ Nada ‑dijo secamente separándose un poco.

‑ ¿Por que ustedes no tienen hijos? ‑pregunto Wensi.

Ella comienza a frotarse las manos, hizo algunos gestos, luego trato de sonreír.

‑ No nos gustan los niños ‑dijo al fin.

‑ ¡No querer a los niños! Jamás pude imaginar tal cosa.

‑ Muchos prefieren tener perros ‑agrego Helen.

‑ ¿Que quieres decir? ¡Sustituir a un niño por un animal!


‑ Ah Wensi, tu eres un moralista. Dime una cosa: ¿tu eres casado?

‑ No, ‑Wensi bajo la vista, pero enseguida reacciono y sus ojos buscaron los de Helen, quién de nuevo percibió aquel extraño brillo.

‑ ¡Yo soy diferente!

‑ ¿Y que? podrías casarte con un monstruo femenino y tener hijos semimonstruos ‑ella parecía divertirse.

‑ ¿A no ser que ellas no te gusten?

‑ ¿Por que no me van a gustar?

‑ Como son tan horribles.

‑ Y si te dijera que el único monstruo en mi planeta soy yo.

Ella lo observó sorprendida, los ojos de Wensi ahora no brillaban, se veían apagados, tristes.

‑ No te entiendo ‑dijo ella.

‑ ELLOS si me entienden, por eso...

Wensi calló, Helen comprendió que estuvo a punto de confesarle algo importante y decidió hacerle un sondeo.

‑ Háblame de los niños, ¿como son los niños en tu planeta.

‑ Iguales que los de aquí ‑replico Wensi.

‑ No, iguales no. ELLOS son...

Wensi la interrumpió.

‑ ¡Son iguales! ¡Niños iguales! ¡Que importa la raza o la especie! ¡Todos son niños! ¡Todos son iguales! Lo único que los diferencia es la educación que recibe, lo que se les enseña. ELLOS lo saben muy bien; por eso, los más admirados en mi planeta son los maestros.

‑¿Quienes son los maestros? ‑preguntó Helen.

‑ Son los encargados de la educación cultural, moral y espiritual de todos los habitantes, pero para llegar a maestro: primero hay que ser profesor, luego llegar a pedagogo y por último MAESTRO. Estos últimos son los que forman parte del consejo educativo.

‑ ¿Y el presidente? ‑pregunto ella.

‑ No hay presidente, ni ejercito, ni gobierno; solo el consejo educativo, que esta conformado por los grandes maestros más abnegados, los que mayores logros han obtenido, los más excelsos.

‑ Wensi, ¿tu no serás un pedagogo?

Se sintió turbado por un momento y luego respondió con su entonación peculiar.

‑ En todo caso yo sería el antipedagogo.

‑ ¿No entiendo? ‑dijo ella sonriente.

Wensi no respondió, se limitó a mirar una mariposa que revoloteaba en el jardín. Ella al ver que callaba volvió al ataque.

‑ Sabes, tengo la impresión que te consideras un ser malo y eso me da miedo ‑esto último se lo dijo casi al oído, mientras sus senos rozaban el brazo de Wensi.

‑¿Miedo?

‑ Si, nadie sabe lo que puedes querer hacerme.

Wensi contemplo el rostro de ella, vio sus labios abrirse como si fuese a decir algo, algo que nunca se dice, que no hace falta decir: una mirada larga, abrasadora basta. No sabía como pero ella ahora estaba entre sus brazos, fue a rechazarla, pero ella sin darle tiempo lo besó; aunque en realidad a Wensi no le desagradaba su situación se preguntaba que podía ocurrir después. El, ¡precisamente él!, pensando en el mañana, ¡él!, a quién nunca le había interesado el futuro, ¡él!, el hombre sin destino, sin rumbo, sin ideales; ¿por que hacer una salvedad ahora?, ¿por que? La abrazó fuertemente y la besó, sin pensar en lo que era, ni de donde venía.

Ella se separó bruscamente.

‑ ¡Mi marido!, ese ruido es el de su auto.

‑ No entiendo, ¿y eso que importa?

‑ Después te explico.

No demoró en hacer su aparición, y enseguida se les acercó.

‑ Wensi, que idea se me acaba de ocurrir: ¡genial! Escucha, tú sabes que yo tengo una farmacia, y se supone que en tu planeta haya un gran desarrollo, sino tú no estarías aquí, seguramente la medicina esta muy adelantada. ¿No es así?

‑ Si, allá no hay epidemias y los medios de inmunización son constantemente aplicados, además la higiene y el control preventivo que se lleva sobre la población infantil y adulta...


‑ Muy bien, muy bien Wensi; eso quiere decir que ustedes controlan los virus, o sea que tienen sueros para contrarrestar los virus. ¿No es verdad?

‑ Cierto ‑respondió Wensi.

‑ Ahí esta la clave. Y seguramente lo que es malo para ustedes, debe ser malo para nosotros.

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