Tuesday, August 28, 2007

Ellos (7)

‑ Te llamas... ¡Michel! ‑por primera vez el muchacho fijo su atención en el rostro de aquel hombre, que lo miraba sonriente.

‑ Wensi observaba la mirada nostálgica y desconfiada del niño: ¡cuanto resentimiento había en su alma!

‑ ¿Por que no quieres recoger eso Michel?

El niño con los labios apretados le lanzaba una mirada desafiante.

‑ Oh no, no me mires así, yo soy tu amigo, se ve que eres muy inteligente, y sobre todo muy sensible. Dime Michel, ¿que cosa es eso? ‑y se agacho para observar el objeto más de cerca.

‑ No se, yo se que mi mama los usa para echárselo en el pelo ‑dijo al fin el pequeño.

Wensi se puso de pie y le pregunto sonriente.

‑ ¿Y no se come?

‑ No, no ‑el niño sonreía, los ojitos le brillaban, aquel rostro rígido y sombrío había desaparecido para dar lugar a un rostro ingenuo, alegre.

‑ Michel puedes alcanzarme esa cosa para verla.

‑ ¡Si!, ¡si señor! ‑el niño le tendió su mano‑. Mire se aprieta por aquí y sale el liquido...

‑ ¡Ah! ¡Que bien! ‑Wensi escuchaba al pequeño y de reojo observaba a la madre que parecía impacientarse.

‑ Dime Michel ya no estas bravo.

‑ No señor.

Wensi se viro triunfante hacia la mujer y le dijo.

‑ Tome señora.

Se sentía satisfecho de si mismo, no tenía nada que envidiarles a los pedagogos.

La mujer cogió el objeto y luego se volvió hacia el niño y dándole un bofetón que le volteó el rostro.

‑ Eso es lo que estaba esperando, así que a el que es un extraño; si, se lo recogiste, y a mi que soy tu madre, que te parí, no me lo querías recoger; ¡eh! ‑de nuevo otro golpe.

Wensi cerró los ojos y apretó los puños. John le susurro al oído.

‑ Fue peor el remedio que la enfermedad.

‑ Veámonos ‑dijo Wensi‑ veámonos antes de que cometa un disparate.

Se alejaron atrás quedaban los sollozos amargos del niño.

‑ Vamos Wensi no cojas las cosas tan pecho, ese es su hijo y hace con el lo que quiere.

‑ ¡No!, no puede ser así, no debe ser.

‑ En esas cosas uno no se puede meter, es su hijo y ella lo educa como le da la gana, es así.

‑ Si, ya me he dado cuenta, para ustedes un niño es un objeto, una propiedad más, algo que les pertenece, con quién hace lo que quieran, alguien que les debe absoluta obediencia, a quién visten y forman a su antojo, sin darle ninguna posibilidad de elección. ¡Les pertenece!, ¡es suyo!, ¡lo parió! Debió reventarse... Pero no es así, no puede ser así... ELLOS no son así, allí lo educan para que sean felices, les hablan con amor; ELLOS sólo le guían, le ayudan sin quitarle su libertad. Ustedes esclavizan a los niños, los anulan: ¿y sabes por que?, porque ustedes tienen una mentalidad mercantilista, solo piensan en poseer más y más; en comprarlo todo. Cuando dan algo es con el fin de recibir mucho más. Ustedes no conocen lo que es educación, por eso todo lo imponen a la fuerza.

John observaba a Wensi, nunca antes lo había visto así, gesticulaba lo cuál no era habitual en él. Su rostro estaba completamente rojo y hasta su voz era otra. Y se le ocurrió una idea: tal vez esta fuera su oportunidad, a veces el decir algo en los momentos más inoportunos le había reportado buenos resultados. ¿Por que no probar ahora?

‑ ¿Wensi cuando te vendrán ellos a recoger?

‑ Cuando yo les avise.

‑ ¿Ya terminaste tu misión?

‑ ¿Mi misión?... ¡Ah si! La misión. No, creo que no.

‑ Pero... ¿Tu tienes una misión? ¿Verdad?

‑ Si.

‑ ¿Cual es? ‑ John se lanzó a fondo, Wensi callaba.

‑ Es que tu no confías en mi, te he ofrecido mi casa, mi comida, te lo estoy dando todo.

‑ ELLOS no me han dado ninguna misión.

Wensi se detuvo y lo miró frente a frente, John palideció.

‑ Entonces... ¿Qué haces aquí?

‑ Creo que tú no me has entendido, ELLOS son una especie aparte con sus leyes. ¡Yo soy independiente! ‑otra vez aquel extraño brillo en sus ojos.

‑ ¿Pero como llegaste aquí? ¿Quienes te trajeron?

‑ ¡ELLOS!

‑ Wensi, me vas a volver loco. ¿Por que te trajeron? ¿Que estas haciendo aquí?

‑ ELLOS, me propusieron si quería venir a la Tierra y yo acepté.

‑ ¿Para qué?

Wensi guardó silencio unos minutos, ahora sus ojos brillaban con más intensidad.

‑ Porque yo...

‑ ¡Habla Wensi!, ¡habla!

‑ Algún día sabrás porque, John, algún día; aun no, todavía no es el momento.

‑ Wensi por favor.

‑ Tendrás que esperar, no hay otra solución.

‑ Wensi, ¿hasta cuando?...

‑ Cuando llegue el momento, te lo diré todo.

‑ Cada vez te entiendo menos, cada día esto se complica más. Mira Wensi quizás tú no entiendas de estas cosas, pero los vecinos hablan, he tenido que decir que tú eres un pariente de mi esposa que vino a pasar unos días; no se si te das cuenta, pero esta situación no puede prolongarse mucho tiempo.

‑ No entiendo.

‑ Bueno, lo que quiero decirte; es que ese momento, no se puede dilatar mucho; que tienes que apresurar las cosas; que... Mira tal vez yo pueda ayudarte, a lo mejor podemos trabajar juntos.

‑ No, nadie puede ayudarme.

‑ ¡Que no! Y que he estado haciendo hasta ahora. ¡Te he estado manteniendo! ¡Me oyes!...

‑ Claro que te oigo, si estas gritando ‑le dijo Wensi en tono flemático.

John estaba ofuscado, se sentía impotente, confundido.

‑ Ustedes gritan en lugar de hablar, se irritan por cualquier bobería... Ya llegamos, mira allá esta tu esposa esperándonos, parece estar de mal humor. Sabes una cosa, para mí que ella no anda muy bien de la cabeza.

‑ ¿Por que lo dices?

‑ Sssh, silencio, estamos muy cerca y me puede oír.

Cuando entraron Helen le hizo una seña a John. Wensi se quedo en la sala viendo el televisor, y ellos pasaron al cuarto.

‑ ¿Que Celen, te dijo algo?

‑ Nada. ¡El muy idiota!

‑ ¿Que pasó?

‑ Es un idiota, dice cosas absurdas, sin sentido. Yo creo que ese hombre esta loco.

‑ Hasta yo estoy creyéndolo. ¿Que hacer?

‑ Yo te lo advertí desde el principio.

‑ ¿Pero en que quedamos? Primero me dijiste una cosa, luego otra... ¿Que paso entre ustedes?

‑ Nada ‑respondió ella.

‑ ¿Como nada? y entonces ¿por que afirmas que esta loco?

‑ Porque dice disparates: que si Satanás, que los tres ojos, que los niños... Y otras cosas más... Y todo tan incoherente, tan infantil.

John se dejo caer sobre la cama y se llevo las manos a la cabeza.

‑ Hasta donde hemos llegado, esto no puede seguir así. A veces creo que ese hombre se esta burlando de nosotros.

‑ Yo también lo creo ‑agregó Helen.

‑ ¿Que hacer? ¿Que hacer?

‑ ¡Échalo de aquí!

‑ ¿Echarlo? ¿Y si fuera de otro planeta? ¡Te imaginas! ¡Ah no!, ya estamos en esto y hay que llegar hasta el final.

‑ Conmigo no cuentes.

John lanzó una mirada desesperada a su mujer.

‑ Helen tienes que ayudarme no puedes abandonarme ahora.

‑ ¿Y que quieres que yo haga?

‑ Hay que hacerlo hablar. ¡Hablar!

Mientras tanto Wensi se encontraba viendo la televisión, estaba hablando el presidente de la republica: hablaba de una posible guerra mundial, de presiones económicas, de amenaza a otros países; también hablaba de préstamos bajo condiciones, de boicot a otros países, de política hegemónica, de la modernización de los armamentos... Cansado de tantos disparates, apagó el televisor y se fue a acostar; se sentía un extraño, esa sensación siempre la había tenido, pero ese sentimiento estaba mezclado con otros, otros que nunca había sentido: por el desamparo, por la más brutal incomprensión, y lo peor, la angustia de estar en un mundo poblado por el odio, arrasado por la violencia, hundido en el más profundo resentimiento. Sintió deseos de llorar, nunca antes había llorado, pero ahora algo le oprimía el pecho; una lágrima corrió por sus mejillas. ¡Era la primera vez que lloraba! ¡La primera vez que pensaba en los demás! El a quién no le preocupaba nada ni nadie. El, el pícaro, quién nunca hizo nada por los demás. Quien quiso vivir sólo para si. Ahora, en silencio, derramaba su primera lágrima. Se tapó, sentía frió; se abrazó a la almohada y se durmió.

Era una mañana de domingo. Los domingos son días solitarios. Todos duermen. Wensi respiraba la tranquilidad de la mañana. Era un amanecer sosegado, en un mundo complejo, y dividido en razas, religiones, estados, ideologías, familias, individuos; y a su vez los indivuos estaban divididos por sus propios temores y dudas; encerrados en sus casas en sus propias cosas, dormidos en su propia ignorancia, cansados de trabajar durante toda la semana, para que otros se enriquezcan. Todos duermen, las calles están desiertas. Es domingo de soledad. Desde sus camas, ricos y pobres sueñan. Todos sueñan. Wensi, solo, contempla el colorido de la mañana; mientras, la ciudad entera duerme.

Eran casi las once de la mañana cuando apareció Helen, y algunos minutos más tarde llego John. La soledad de Wensi quedaba rota.

El desayuno estaba listo, el rostro de John se veía cansado, en cambio su esposa se veía más animada.

‑ Wensi por que no nos habla algo de tu planeta, como es que se enamoran, no se... cualquier cosa.

‑ Allí aunque no existen privilegios, se hace necesaria alguna clasificación; por ejemplo, los que son casados llevan en su muñeca una manilla dorada, los solteros una plateada. El matrimonio dura toda la vida, de ahí el color de las manillas; para ELLOS es muy doloroso tener que rechazar a otro.

Wensi hizo silencio.

‑ Y tu Wensi: ¿cuantas mujeres conquistaste? ‑preguntó John.