Tuesday, August 15, 2006

Casa muerta

Se mueve inquieto dentro del cuarto; afuera comienza a llover; sabe lo que eso significa, bien que lo sabe; alza la vista y espera. Afuera la lluvia golpea sobre la vieja madera, el techo se queja lastimosamente; espera, de un momento a otro… La lluvia arremete furiosa contra el endeble techo que comienza a dejar entrar gruesas gotas. Corre a buscar los recipientes, empieza la cacería de goteras; después a rodar la cama, no existe un lugar donde se pueda colocar y que no se moje: el agua los tiene acorralados. Toca el colchón, lo que queda de él, y se sienta en una esquina de la cama a contemplar los hilos de agua que se descuelgan y caen, muy cerca, tan cerca que le salpican los pies. Observa cómo se forman los charcos, la casa se inunda; de nada sirve rodar nuevamente la cama, ya no hay escapatoria. Su mirada cansada se detiene en las paredes rajadas; sonríe de infelicidad, podría llorar, ya hay demasiada agua esparcida, y sólo le queda sonreír.

"¡Once horas!, he dormido once horas".

Se puso de pie y salió al pasillo, las luces se fueron encendiendo a su paso, se llevó la mano a la frente.

- ¿Desea algo señor? dijo una voz dentro de la casa.

- Nada, déjame en paz.

- Disculpe volvió a decir la voz.

Se detuvo en la cocina. Estaba limpia, reluciente. Observó el techo, allí jamás caería una gota de agua, recubierto de un material sensitivo, que contenía una red electro¬mecánica la que estaba controlada por un sistema inteligente que era capaz de aprender, a través de una base de conocimientos que se había ido ampliando con el tiempo con la interacción hombre casa. Era a prueba de incendios y de robos. Y si entrar en ella era casi una proeza, salir era totalmente imposi¬ble; y ni qué decir llegar hasta el dueño. La casa era su guardián. Estaba dotada de un sistema de diagnóstico que chequeaba cuando tenía fiebre y hasta si estaba de mal humor, como en este momento, en el que por nada del mundo volvería a importunarle; ahora debía guardar silencio y esperar.

Avanzó hacia el centro, hizo un gesto característico en él; la casa comprendió, inmediatamente se abrió un compartimento y surgió una comida sencilla; conocía muy bien sus costumbres. Se acercó el bocadito a los labios y su mano quedó suspendida en el aire, no podía borrar de su mente aquella pesadilla. Cómo se le podía ocurrir semejante idea, una casa que se moja; eso era ridículo dejó escapar una risita casi inaudible, no para el fino oído de la casa que registraba cada sonido . Mordió el bocadito. ¿Quién era aquel hombre? ¿Por qué cada vez se prolongaban más sus horas de sueño? Presentía que aquel sueño era una realidad para alguien, en alguna parte del mundo, de un mundo olvidado, alguien llevaba una existencia infrahumana y lanzaba su desesperanza al aire, y él por algún hilo desconocido la recibía; recibía la realidad de otro. “¿Otro yo?” Le asustó la idea. No podía estar en los dos lugares a la vez, era absurdo: tenía que ser una pesadilla. Aquel mundo era tan real que cuando despertaba, le quedaba un desasosiego y un estado de ansiedad que le duraba horas, y lo que más lo desconcertaba eran aquellos recuerdos adicionales, que estaba seguro no haber soñado, como la impresión de permanecer durante varias horas en una cola bajo el sol para adquirir los alimentos, así como las interminables esperas para tomar un ómnibus, o las discusiones con una mujer, que debía ser su esposa, que constantemente le estaba reclamando algo, o las riñas entre aquellas gentes que parecían ser familia de ella, no podía precisarlo, así como tampoco podía comprender las razón de tanta violencia; y muy a su pesar esas sensaciones estaban ahí, habitando sus recuerdos; almacenados en su cerebro como reflejo de otra vida.

La casa muy sutilmente le hizo llegar la música de la habitación de trabajo. Eran las nueve y tenía que sentarse a escribir. Avanzó mecánicamente hacia el cuarto. Lo encontró todo dispuesto, las últimas hojas en que había estado trabajando, la computadora encendida, una taza de café recién elaborado, su pipa lista. Sonrió satisfecho. La casa siempre sabía lo que tenía que hacer.

Se sentó ante la computadora a escribir la novela, llamó al sistema GaboCAS, aún no lo dominaba muy bien, anteriormente prefería el sistema PoeCAS. Pero para la novela que estaba escribiendo le ofrecía más ventajas el primero. La trama no era fácil y se le complicaba cada vez más, comenzó a analizar los diferentes guiones que el sistema le iba ofreciendo, revisaba las variantes, le introducía cambios en el argumento, le asignaba nuevas funciones a los personajes, les creaba nuevas situaciones, así hasta obte¬ner un argumento final. No estuvo de acuerdo con el resultado. Revisó la forma en que otros autores habían tratado ese mismo tema a través de la biblioteca InfoCAS, luego de conectarse a la red de computadoras. Resultado: el tema no era nada original. Volvió a comenzar de nuevo, cambiando personajes, tramas. Ahora las ideas sí encajaban, pronto terminó el argumento.
Habían transcurrido más de cuatro horas, sintió hambre. Sólo tenía que hacer un gesto y la casa haría lo demás. Después de trabajar durante varias horas; nada mejor que un buen almuerzo y la casa lo sabía. Solícita preparó la mesa, los brazos mecánicos se agitaban sirviendo, colocando platos por aquí, por allá. Hoy había estado de mal humor, eso quería decir que tendría aún más apetito, y como la casa lo sabía, le preparó una suculenta mesa: dos enormes bistecs, ensalada de frutas, abundantes papas fritas, dulces finos, croquetas de jamón, helado. Se sentó a la mesa poseído de un hambre atroz.

- ¿Dónde está el arroz con los frijoles?

La casa quedó en suspenso, hasta él mismo se sorprendió. El jamás comía frijoles. Estaba seguro que eso tenía que ver con ese hombre, que llevaba una existencia miserable, en aquella casa sin vida. Sintió hambre, un hambre vieja, como si llevara horas, días sin comer y añoró un plato de arroz con frijoles, lo cual era absurdo. ¿Cómo podía estar tan ligado a aquel hombre? ¿Cómo era posible que sufriese como propias sus privaciones, sus desencantos? Y peor aun, su sueño se prolongaba día a día. El antes sólo dormía seis horas durante la noche, desde que comenzaron las pesadillas comenzó también a alargarse su sueño; cada día dormía un poco más. Anoche había llegado a las once horas, estaba convencido de que las pesadillas estaban relacionadas con la duración del sueño: eran las pesadillas las que se prolongaban, las que lo hacían permanecer más tiempo dormido. ¿Y si las pesadillas siguieran extendiéndose? ¿Y si llegara a dormir durante doce, trece o quince horas? Más de la mitad del día. ¡La mitad de su vida! Un leve nerviosismo comenzó a apoderarse de él. No había pensado en eso. ¿Y si el sueño siguiera aumentando, si día a día aumentara un poco más, hasta alcanzar las veinticuatro horas del día? Sintió mareo y un extraño malestar en el estómago. No podía comer, observó el jugoso bistec, contempló las papas fritas, la fuente con las frutas. Sintió una bola en el estómago, algo que le subía hasta la garganta y le producía náuseas. Unas gotas de sudor le corrieron por la frente, su temperatura descendió bruscamente. La casa preocupada retiró la mesa.

- ¿Quiere que conecte el sistema de diagnóstico?

- No, el problema no está en el cuerpo.

La casa lo observaba atentamente.

- ¿Puedo hacer algo por ti?

- No gracias, nada.

La casa seguía observándolo, tomándole la temperatura, analizando su respiración, procesando cada gota de sudor que le brotaba.

Las horas transcurrían lentas y seguras: afuera oscurecía; den¬tro, la casa seguía observándole; esperando una orden, un deseo… Aunque tenía sueño no quería dormir, tenía miedo; miedo a aquella otra vida; era un temor absurdo, pero no podía librarse de la duda: ¿Y si no despertara? ¿Si se quedase para siempre en ese mundo diabólico, llevando siempre aquella vida miserable? Esa sóla idea le infundía terror.

“Es absurdo pensó la pesadilla no puede durar todo el día, simplemente estoy agotado y estoy durmiendo más de la cuenta. No tiene sentido que me preocupe. Esta es mi verdadera vida, aquello es sólo eso, una pesadilla. Una pesadilla tan real que me asusta: puedo oler la humedad de la casa, percibir cada detalle, y lo peor es que siento que siempre he estado allí. Soy un idiota, las pesadillas son así”.

El sueño lo vencía.

- Quiero otra música.

La casa comprendió y enseguida puso otra música, una música más alegre, más movida. Ella siempre sabe lo que debe hacer.

- Café, café bien fuerte.

Recibida la orden, y al momento le sirvió una taza de café. Ahora, la casa esperaba.

“Tengo que controlarme… Una pesadilla no puede vencerme”. Se pasó la mano por la frente, sudaba.

La casa enfrió más el aire, también subió el audio de la música, la luz se hizo más potente.

“No quiero regresar a esa casa horrible, no quiero…”. Sintió como un escalofrío le recorría el cuerpo.

La casa disminuyó el frío, también bajó el audio, y le sirvió otra taza de café.

Se sentía solo, enfermo. Pensó llamar a su amante, miró al telé¬fono. La casa comenzó a marcar un número.

- ¡No, deja! gritó.

La casa interrumpió la llamada.

- Discúlpeme, estimé que eso era lo que usted deseaba.

- En realidad no te equivocaste, sólo que hoy todo es diferente.

Ella guardó silencio, sabía que aquello equivalía a una confesión, y una casa nada podía decir, tan sólo esperar.

Se puso de pie y comenzó a caminar de un lado para otro, mientras repetía.
Once horas, once horas… Por qué siempre tiene que ser la misma pesadilla, la misma…
Ella detuvo la música y guardó silencio. Después de tantos años de procesar sus gustos, de analizar su estado de ánimo, por primera vez no sabía qué hacer y nuevamente esperó.

“Estoy obsesionado con esa pesadilla que me esta destruyendo los nervios, tengo que serenarme, relajarme. No puedo dejarme vencer por ese estúpido sueño. Sólo tengo que acostarme y pensar en cosas alegres; como cuando era niño y… No puedo recordar nada, tengo mucho sueño… Cuando era niño siempre quise tener… El sueño no me deja pensar, los párpados se me cierran. Quiero recordar mi infancia… Los ojos se me cierran… Mejor voy a dormir. Dormir tranquilo, relajado; en un sueño profundo sin pesadillas”.

Entró al cuarto, la cama estaba arreglada, todo dispuesto a su gusto. Se dejó caer pesadamente sobre la cama. La casa comprendió y le puso una música suave a la vez que un aire tenue batía sobre su cuerpo. Pronto se durmió y la casa apagó todas las luces, y se dedicó a velar su sueño. Ahora nada podría despertarlo, la casa se ocuparía de todo: de las llamadas telefónicas, de la puerta, de mantener la temperatura constante, de ahogar cualquier sonido; nada podía perturbarle su sueño. La casa, celosamente cuidaría que así fuera.

Mientras en otra casa; una casa sin luz, las interrupciones eléctricas duraban hasta cinco horas; un hombre, cansado, estrujaba la hoja que había escrito.

“Hoy tampoco podré escribir, nunca terminaré la novela, nunca”.

Todo está oscuro, inmensamente oscuro; en aquella casa depauperada, donde el no es más que un intruso que pretende ser escritor. Y es en esos instantes que la casa se le viene encima, y siente como su espíritu se raja junto a aquellas viejas paredes, que ya no soportan más el peso de aquel techo descolorido. Pero los momentos más angustiantes son cuando llueve; es entonces cuando sobre su alma caen pesadamente gruesas gotas, que le desgarran el pecho y le llenan los pulmones de agua y le dejan como herencia esa tos que no le abandona nunca, ese es su destino vivir encerrado en aquella casa, que huele a abandono, que sabe a muerte.

La cama aún permanece húmeda por el último aguacero. Un mosqui¬to zumba cerca de su oído, se rasca la mano derecha, mientras mueve los pies sin cesar, los mosquitos no lo perdonan. Siente que aquella no es su vida: sensación cada vez más fuerte. Al principio era un sentimiento leve, pasajero; como un estado de angustia que le duraba pocos minutos y luego, era como si volviera a ser él mismo; pero últimamente esa angustia le dura horas; es un sentimiento de inadaptación, de desasosiego; como si esa vida le fuera ajena. Como si aquella casa inhabitable, en la que vive como un agregado, se obstinara en hacerle la vida imposible.

Avanza en medio de la oscuridad, tropieza con unos zapatos rotos que chillan bajo la presión del pie. Tose, lleva meses con ese catarro que no se le quita por falta de medicina. Pone su mano sobre la húmeda pared. Sus ojos comienzan a adaptarse a la oscuridad. Recuerda su hambre, se deja caer sobre una silla solitaria y maltrecha que cruje descontenta, trenza sus manos y las alza hasta el pecho, y apoya su barbilla sobre los nudillos de los dedos. Dentro de su cabeza escucha voces, esta sólo entre aquellas gentes, gentes extrañas. Esa no es su vida, por alguna razón desconocida e inhumana, esta colocado ahí. En algún momento tiene que despertar.

Vuelve a toser, se sopla la nariz. Las voces recorren la casa, una de las voces lo llama por su nombre. El sólo espera: aquellas horas oscuras tienen que pasar, tiene que suceder algo que lo saque de esa pesadilla. Suplica, se inclina hacia adelante y se apoya con los codos sobre las rodillas, mientras hunde la cabeza dentro de las manos.

- ¿Estás ahí? pregunta la voz.

Se tapa con ambas manos los oídos; abre la boca y lanza un grito ahogado que nadie escucha.

- ¿Estás ahí? otra vez la voz.

Silencio, silencio. Alguien sufre el desencanto de una vida ignorada, alguien lanza un grito desesperado desde un mundo olvidado; alguien, alguien se derrumba en una casa muerta.