Friday, February 16, 2007

La mejor adquisición

Él la contemplaba en silencio, ella dormía, se le acercó lentamente y la besó en la frente; al sentirlo abrió sus ojos, parpadeó dos veces y sus pupilas negras le devolvieron el beso; su semblante a pesar de la tenue luz de la mañana se iluminó con una sonrisa amorosa.

Su esposa lo conocía demasiado bien, era un hombre poco comunicativo, al que le costaba trabajo manifestar sus sentimientos. Recuerda cuando fue su alumna, todos se quejaban de sus clases, en cambio para ella, no existía otro profesor como él. Basta cerrar los ojos y le parece tenerlo frente a ella dando clases. Lo sigue amando como entonces, cuando ella era saludable; pero, ahora... Ahora todo era distinto, estaba enferma; presentía que su enfermedad no tenía cura, aunque los médicos se lo trataban de ocultar. Por eso él cambió de trabajo: necesitaba ganar más dinero. Esas transfusiones de sangre, esas pruebas, el tratamiento; todo aquello tenía que ser demasiado costoso, y estaba convencida que el salario de un investigador teórico no daba para tanto. Sólo trabajando para una compañía como Híbridos BC, que se dedicada a desarrollar sistemas híbridos basados en conocimientos, la cual había estado a la cabeza en el desarrollo de programas para robots inteligentes, podía ganar suficiente dinero para costear su enfermedad. Pero ella sabía que no era feliz, en el fondo él añoraba aquel trabajo tranquilo, alejado de esa brutal competencia, de ese afán de ganancias que lo rodeaba y lo ahogaba. El jamás se quejaba, pero ella sentía su cansancio, su desencanto; y eso la atormentaba más que su propia enfermedad.

Lo vio salir, silencioso, detrás entró una de las enfermeras que la atendía: ese era otro de los gastos.




No le sorprendió ver el mensaje en el monitor de que el director lo estaba esperando, sabia lo irritado que estaba con él, porque llevaba varios meses trabajando en el programa y aún no lo había terminado.

‑ Señor Bradbury, ¿cuándo piensa usted terminarlo?

‑ En esta semana.

‑ Eso me dijo la semana pasada. Usted está demasiado preocupado, lo veo distraído. Usted no puede seguir así, tiene que pensar en su futuro. Usted...

‑ Le dije que esta semana lo termino.

Se puso de pie.

‑ Usted está loco, tiene que concentrarse en su trabajo. Ninguna mujer merece esa dedicación.

Estaba cansado de que siempre culpara a su esposa.

‑ Qué sabe usted de mi mujer. Simplemente no tiene derecho a juzgarla. Porque no tiene la menor idea de como es ella.

‑ Ella no puede ser tan especial. Todas las mujeres son iguales.

‑ Tiene razón todas las mujeres son iguales. Sólo que ella para mí es especial. Y con eso basta.

Y sin decir más se dirigió a la salida. La secretaria se separó de la puerta y corrió a ocupar su lugar.

Cuando se marchó, la secretaria alzó la vista de la computadora.

‑ Con tantas mujeres que hay y él empecinado en esa. Sí, porque eso en el fondo es capricho.

‑ Es verdad, hay gentes así, testarudas. ¿A ver, qué tiene ella que no tengamos nosotras?

‑ Especial, ni especial. Lo que son es un par de ridículos.

‑ Sí, tan, pero tan ridículos, que se aparecen en pleno siglo veintiuno con una historia de amor a lo siglo diecinueve. Porque ni siquiera son originales.

‑ Y a lo mejor hasta se creen que son originales, que son auténticos y lo que son es unos ridículos.

‑ Son ridículos, obsoletos y plagiadores. Eso es lo que son. Me enferma, ese tipo de gente, me enferma.

Entró en su oficina, observó la computadora, tenía que sentarse a trabajar, pero se sentía bloqueado, era una mezcla de disgusto con preocupación, no soportaba la empresa. El no significaba nada para ellos, a nadie le importaba él como ser humano, sólo era un objeto que producía ganancias y esas ganancias, según ellos se estaban afectando y ese era el problema: a la compañía sólo le interesaba sacarle el máximo de provecho. Añoraba sus antiguas investigaciones. Aquella vida reposada: cuando sólo tenía que investigar y, de vez en cuando, dar clases. Era cierto que ganaba poco, en comparación con lo que gana ahora. Pero era feliz. Pensó en el libro que estaba escribiendo y que por falta de tiempo lo abandonó. Su vida ahora es estar a la caza de la última novedad, para elaborar sistemas de computación competitivos que se vendan como una mercancía más.

La enfermera se acercó al teléfono que estaba sonando.

‑ ¿Oigo?

‑ ¿Es la señora Bradbury?

‑ No, un momento.

Le acercó el teléfono a la cama.

‑ Dígame.

‑ Le habla el director de la compañía Híbridos BC. Lo que tengo que decirle es muy confidencial, su marido no se puede enterar.

No hacía falta que dijera más. Sabía lo que iba decirle.

‑ Su esposo está muy afectado con su enfermedad, él no puede seguir así. Usted debe ayudarlo.

‑ ¿Y qué usted me sugiere que haga?

‑ Lo único que tiene que hacer es darle la libertad. El se siente culpable de su enfermedad.

‑ ¿Sentimiento de culpa?

‑ El se siente obligado con usted. Yo no creo que la ame. Se lo digo yo, que conozco a las personas. Lo que él siente por usted es un sentimiento enfermizo que lo anula como individuo y le resta productividad.

‑ En realidad, ¿qué usted piensa de mí?

‑ Bueno... Si le soy franco. Usted es una mujer enferma, es lógico que se aferre a él. Él es quien la mantiene, no...

‑ Claro, entiendo su punto de vista. Pero usted está incapacitado para entender el mío, porque usted perdió su esencia humana: hace tiempo que usted vendió su alma y comercializó sus sentimientos.

‑ Seamos objetivos, usted ve el mundo a través del cristal de su enfermedad, su visión del mundo no puede ser normal, es la óptica de una persona enferma. ¿Me entiende? Y lo peor es que lo está contagiando, y sin darse cuenta, le está inculcando esa percepción errónea de la vida, anulando su espíritu de lucha. Le digo esto porque su esposo vale mucho.

‑ Yo sé que mi esposo vale mucho, pero no en el sentido que usted lo entiende. Pero no dejo de reconocer que tiene razón, yo soy una carga para él.

‑ Bueno, yo no quise decir eso...

‑ Lo digo yo por usted. Y despreocúpese: voy a resolverlo.

‑ Nosotros se lo vamos a agradecer...

Le colgó el teléfono.

"Dios: ¿por qué? El no merecía esto. No es justo".

Volvió el rostro hacia la pared y sin hacer ruido lloró.

Miraba el reloj a cada rato, el tiempo transcurría lentamente. No dejaba de pensar en ella, su salud empeoraba y temía otra recaída. Cada vez que iba a comenzar pensaba en el libro que estaba escribiendo, en sus investigaciones, en su esposa... No podía concentrarse. Al principio, cuando su esposa estuvo a punto de morir y él necesitaba dinero, trabajó sin descanso en ese maldito programa para robot que tuvo récord en ventas. Y ahora estaban esperando que hiciera otro milagro que salve a la compañía. Si porque cuando él llegó a allí, la empresa estaba a punto de quebrar.

Se sorprendió al ver al director entrar sonriente.

‑ No lo molesto.

"¿A que vendrá?" ‑pensó.

‑ No quiero interrumpirlo en su trabajo. Sólo quería decirle, que usted es la mejor adquisición que ha hecho nuestra empresa, y que estamos en la obligación de velar por usted. Y quiero que sepa que sus problemas también son nuestros, y que le deseamos lo mejor.

‑ Sí, lo comprendo.

Hizo una reverencia con la cabeza y desapareció detrás de la puerta.

Miró al reloj, faltan cinco minutos para terminar la jornada.

"Si este piensa que me voy a quedar después de hora, está equivocado".

Él estaba al llegar, se secó las lagrimas, hizo un gran esfuerzo y se puso de pie, se sentía muy débil, se acercó al espejo, vio su rostro excesivamente pálido y comenzó a arreglarse; hoy más que nunca él tenía que verla feliz. Escuchó sus pasos, ella se sentó en la cama y alisó su bata. Lo recibió con una sonrisa, le tendió una mano y le indicó que se sentará a su lado. Se acomodó junto a ella y se miraron a los ojos.

‑ Quiero descansar ‑dijo ella sosteniendo su mano‑, y tú me niegas ese derecho. ¿Por qué quieres que siga viviendo? No te das cuenta que eres egoísta, que no estás pensando en mi.

Él quería decir algo pero no podía, las palabras se atropellaban en la garganta y no le salían.

‑ Crees que haces lo correcto pero no es así. Me estás haciendo sufrir como no te imaginas. ¿Por qué?, si morir es lo más natural del mundo, ¿por qué ese capricho de hacerme vivir en contra de mi voluntad?

‑ No me pidas eso por favor.

‑ Recuerdas cuando fui tu alumna...

‑ Como lo voy a olvidar.

‑ Quiero pedirte que regreses al instituto, que vuelvas a dar clases. Yo estaré siempre allí, escuchándote.

‑ ¿Por qué me pides eso? ‑le dijo con voz apagada.

‑ Tengo más cosas que pedirte ‑dijo sonriente‑. Quiero que termines el libro y me lo dediques.

‑ Ya me lo imaginaba, lo haces por mí.

‑ Lo hago por los dos. Lo más importante es nuestra felicidad. No me obligues a tomar la decisión sola. Necesito tanto que me comprendas. Sólo te pido ser feliz los últimos minutos de mi vida. Vuelve al instituto, ámame más que nunca; pero ámame libre de toda atadura, de todo temor. Asumamos nuestro rol y que la muerte me llegue de forma natural.

‑ No sé...

‑ Si pudiera leerme tu libro antes de morir, claro no entendería mucho, pero me gustaría tanto. Me gusta verte escribir y ya tú no lo haces como antes. ¿Lo harás?

Bajó la cabeza, una lágrima le rodó hasta el bigote.

‑ Déjame librarme de este cuerpo enfermo, déjame ser la luz que penetra por la ventana mientras escribes. Quiero ser tu inspiración, vivir en cada alumna que recibe tus clases. Y si algún día llego a amar otra mujer yo seré feliz sintiéndote amar.

‑ Sé porqué lo haces, pero también sé que estás decidida y que nada te hará cambiar.

‑ Déjame a mí decidir por los dos. Tú sólo tienes que prometerme que volverás al instituto.

‑ Lo haré, y escribiré muchos libros y todos te los dedicaré, y volveré a dar clases; y te amaré más que nunca.

‑ Al fin lo dijiste.

Él tomó el teléfono, ella pensó que iba a llamar a la enfermera.

‑ Oigo ‑ dijo la voz.

‑ Sabía que todavía estabas ahí ‑dijo él.

‑ ¿Quién habla? ‑preguntó la voz.

‑ Acabas de perder a la mejor adquisición de la compañía.

‑ ¿Bradbury?

‑ Acabo de renunciar.

‑ ¡Bradbury!, ¡Bradbury! No cuelgue...

Ella le cogió las manos y las colocó sobre su pecho; luego, cerró los ojos satisfecha.