Monday, January 22, 2007

Contagio

He llevado tanto tiempo encerrado, jugando con las computadoras, hablando ante un auditorio vacío, compuesto por imágenes tridimensionales; simulando viajes a través de los holovideos; acostándome con bellas seximuñes, todas iguales, con esa misma cara, siempre tan perfecta, y esos ojos inexpresivos ya sean verdes, azules o violetas. Siempre lo mismo, lo mismo; día tras día. Pero hoy, hoy he sentido deseos de salir... salir... ¿Salir afuera? Temblé de tan sólo pensarlo. Salir afuera... Salir... No podría. ¿Por qué no?... ¿Salir allá afuera?... Enfrentarme a esos seres enfermos. A esos envidiosos. La última vez que salí me contagiaron con un nuevo tic nervioso. Observé el vaivén de mi mano. La humanidad está enferma. No hay porqué salir. Aquí dentro estoy seguro, no me falta nada. ¿Por qué arriesgarme? Hace años que no salgo a la calle, encerrado en esta casa automatizada, segura. ¿Y si saliera? Sentí miedo, y esto hace que se me acentúe más el parpadeo del ojo izquierdo, mientras las cejas se me arquean periódicamente. Pero esto no es todo, a veces se sucede una pausa y entonces comienzan los tirones de la cabeza hacia el lado derecho, mientras el hombro se alza bruscamente y golpea sobre la mandíbula empujándola, provocando que el cuello se retuerza hacia la izquierda y por si fuera poco todo esto va acompañado de una horrible torsión del labio inferior dándome un aspecto estúpido. Soy un ser nervioso, acomplejado. En esto me han convertido. ¡Humanidad no sabes como te odio!


Eran casi las once de la noche cuando decidí salir; a esa hora transitan pocas personas, además todo está oscuro, hace años que no veo a nadie, que no camino por la calle. A pesar de mi miedo necesitaba hacerlo, necesitaba salir, respirar el aire de la noche, ver a mis verdugos. Eso si, evitaría toda conversación, no más tics nerviosos, con los que tengo me sobra.

Acerqué mi mano temblorosa a la puerta y la abrí lentamente, una corriente de aire recorrió todo mi cuerpo poniéndome los pelos de punta, un terror enfermizo me invadía; salir afuera, esa sola idea me producía escalofríos. Asomé la cabeza, no se veía un alma; respiraba con dificultad ‑también padezco de asfixias nerviosas‑. Salí a la calle con pasos vacilantes, no había caminado una cuadra cuando tropecé con un latón, que viré y por poco caigo sobre él. Sobresaltado miré hacia todas partes, por suerte no había nadie, me alejé apresuradamente del lugar.

Caminaba tratando de hacer el menor ruido posible: sentí deseos de estornudar, espantado me llevé ambas manos a la boca, de nada sirvió, aunque estornudé varias veces, logré ahogar el sonido, tapándome la boca y la nariz. Eso era lo que me faltaba: un resfriado. Con horror vi a alguien que venía a mi encuentro, crucé para la otra acera tratando de evitar cualquier contacto. Me sentía cansado, hacía tanto tiempo que no caminaba, decidí sentarme en un parque; estaba totalmente desierto, eran las once y media. No se veía una sola persona, el parque era para mí sólo. Fue entonces cuando escuché una voz a mis espaldas, no me atreví a volverme, por un momento pensé ponerme de pie y echar a correr. El hombre dio la vuelta y se puso frente a mí, lo miré aterrorizado, me cortaba el paso, ya no podía escapar, no podía evitar su terrible conversación, ¡el peligroso contagio! El hombre se sentó a mi lado. De un momento a otro comenzaría a hablarme.

Lo mejor que hago es pararme y largarme para mi casa ‑ pensé.

Fue entonces cuando escuché una voz temblorosa.

‑ Por favor no se vaya necesito hablar con alguien, soy tan desgraciado.

Lo miré entre sorprendido y asustado, sin dudas me contaría alguno de sus complejos; yo tengo bastante con los míos.

‑ Sabe, yo soy un hombre acomplejado ‑mientras hablaba movía la cabeza de un lado para otro igual que yo, también le temblaba la mano izquierda igualito que a mí. Pero no pestañeaba como yo, ni tartamudeaba, ni su respiración era entrecortada como la mía, ni movía el hombro, etc., etc.,... sin dudas yo lo superaba ampliamente.

‑ Es horrible no puedo hablar mucho tiempo con alguien que tenga un tic nervioso porque se me pega, soy tan nervioso ‑me decía él.

Hablaba sin mirarme con la vista fija en el suelo, yo lo escuchaba atentamente, comenzaba a interesarme, nada podía temer de él ya sus traumas yo los tenía, en cambio él de mí... una idea malévola comenzó a surgir en mi cerebro.

‑ Necesito tanto que me den aliento. Dígame algo.

Yo estaba sentado recostado hacía atrás y las sombras cubrían mi rostro, me incliné hacia adelante para que la luz me diera y pudiera ver mi cara.

‑ Si usss‑ted susu‑supiera, yo... ta‑tam‑tammbien te‑tengo mi... tra‑tra‑trauma ‑y mientras hablaba le guiñaba el ojo intermitentemente.

Vi su rostro palidecer, los papeles se habían invertido, ahora era él quien deseaba echar a correr. ¡Estaba en mi poder!

‑ Mi vi‑vi‑da es te‑te...tete‑te... ‑Vi en su rostro la más horrible de las desesperaciones. Estaba pálido, yo acentuaba más mis defectos, es mas le di rienda suelta a todos mis tics; mi hombro saltaba, mi cabeza se balanceaba, mis cejas se alzaban rítmicamente al compás del pestañeo. Todo en mi cuerpo era movimiento, intentó pararse pero tomándolo del brazo lo volví a sentar. El pobre, abría los ojos desmesuradamente tratando de no pestañear, estaba rígido, aterrorizado.

‑ Terrible, sssa‑be lo que es... que‑que‑querer ha‑blar y... no... no po‑po‑po‑der, no usss‑ted no se‑se lo i‑i‑i‑ima‑gina, que‑querer de‑decir algo y... No po‑po‑der, las pa‑pa‑labras no... me‑me salen ‑Mi respiración era entrecortada, mi voz era desesperada.

‑ ...y lo pe‑peor, a‑ve‑ces pi‑pi... piii... pi‑pierdo la voz.

Contemplé mi obra, vi como sus ojos comenzaban a pestañear insistentemente. Sonreí satisfecho. ¡Lo había contagiado! Ahora el toque final.

‑ Dí‑dí‑game que usss‑ted cre‑e de mí, a‑con‑séjeme.

‑ Bu‑buuu... yo... me‑me‑me... pa‑pa...

¡Mi obra! ¡Mi obra maestra! ¡Le había contagiado todos mis complejos!. Le di la mano y me despedí de él.

‑ Bueno a‑migo he tenido mucho gusto. ¿Po‑po‑dría darme su nombre?

‑ Si, yo me lla‑lla... llaaaaa...

‑ Tuve que hacer un gran esfuerzo para no soltarle la carcajada en su cara.

¡Estaba listo! ¡Liquidado! ¡Mi venganza se había consumado! Me levanté y dejé al infeliz tratando inútilmente de decir su nombre.

‑ Adiós amigo ‑le dije sin tartamudear.

Él abrió la boca pestañeó ridículamente y al final vencido se despidió con la mano, mientras el hombro derecho se le movía inquietamente.

Mientras regresaba a mi casa se me ocurrió una idea: ¡vengarme de todos! Sin dudas yo tenía todos los tics nerviosos habidos y por haber, que podía temer yo, el ser más acomplejado del mundo. Pero ellos también son vulnerables. ¡Humanidad: ahora es mi turno! Los contagiaré, los voy a ir traumatizando uno a uno. No tendré paz con nadie: mujeres, niños, todos sufrirán mi venganza. Ya que no puede ser un ser normal, tampoco ellos lo serán.

Así comenzó mi venganza, me pasaba la vida persiguiendo infelices: hombres tímidos, mujeres inseguras... todos, a todos los fui contagiando.

Hoy hace un día nublado, todo indica que va a llover. Camino por las calles desiertas de este día gris; como siempre buscando a alguien, con una sola idea: ¡contagiarlo! Fue entonces cuando lo vi. Él estaba allí sentado en el muro. Observé su rostro demacrado: ¡una víctima! ‑pensé‑. Me senté a su lado: el pobre, no sabe lo que le espera.

‑ ¿Le pa‑pasa al‑go a‑a‑migo? ‑el hombre me cogió del brazo desesperado.

‑ Gracias, gracias que usted ha venido, es horrible lo que me sucede.

Me dispuse tranquilamente a esperar que me contara su problemita, que podía decirme este infeliz que no tuviera yo, y después que se prepare.

‑ ¿Que le su‑susu‑cede?

‑ Usted no sabe lo terrible de mi situación, este maldito trauma.

¿Qué trauma? ‑pensé yo‑ si ni siquiera pestañea.

‑ Hace años que lo tengo ‑continuó él‑ usted no sabe lo que es querer irse y no poder, sentir que sus miembros no le obedecen, que no le pertenecen. ¡Que esta muerto! ¡Muerto en vida!

Por primera vez lo observé detenidamente, no vi en él nada que pudiera preocuparme. Sin embargo, el corazón comenzó a latirme apresuradamente.

‑ Ahora mismo aquí donde usted me ve, no puedo ponerme de pie, llevo cinco horas aquí sentado; me siento entumecido, adolorido y pronto comenzará a llover. ¡Es terrible! Ayer fui a comer a un restauran y cuando terminé no podía levantarme, pasaban las horas, hasta que me echaron, llegue a mi casa a rastras. Otras veces he tenido que pedir auxilio, porque no puedo caminar. Transcurrido un tiempo, se me quita y puedo marcharme, pero me dura horas. Por más que intento ponerme de pie no puedo, no soy dueño de mis movimientos. Yo quiero levantarme, pero no me levanto, tengo que esperar o dar gritos como un loco. Esto es horrible.

De pronto como impulsado por un resorte el hombre se puso de pie.

‑ Al fin, al fin. Gracias amigo, usted me ha ayudado.

El hombre me dio su mano agradecido y se alejó.

Sólo esto me faltaba en vez de contagiarlo, lo había ayudado, ¿y su trauma?... es la primera vez que lo oigo... bueno en fin... parece que va a llover así que debo marcharme, bueno... para qué apurarme, aquí estoy cómodo; además yo no tengo prisa, cuando empiece a llover me levanto y me voy. Caramba, ya empezó a llover, debo levantarme, pero... total esta lloviendo finito, yo no tengo apuro. Está apretando; sí, lo mejor que hago es ponerme de pie; sí, claro voy a ponerme de pie. ¡Voy a levantarme!... ¡Oh, no!... ¡No puede ser!...¡Quiero levantarme!

Caía un aguacero torrencial, estaba completamente mojado, intenté gritar pero la voz no me salía. ¡Estaba solo, abandonado a merced de mis nervios!.