Wednesday, July 11, 2007

Ellos (6)

¿No es cierto?

‑ No necesariamente ‑dijo Wensi.

‑ Bueno de todas formas, casi siempre las epidemias afectan a todos por igual. Y eso es lo que yo quiero. Lo que necesitamos es contaminar a todos con un virus, crear una epidemia, pero tiene que ser una enfermedad desconocida que nadie sepa como combatirla, una vez desplegada la epidemia por todo el país o por todo el planeta; entonces, aparezco yo con el suero salvador. ¡Todo el mundo vendrá a comprarme el suero! ¡Seré rico! ¡Todos vendrán a felicitarme! ¿Te das cuenta Wensi? Pero para ello necesito tu ayuda, sólo tienes que traerme un virus que sea contagioso, que produzca dolores, fiebre... ¿Que te parece la idea Wensi?

‑ Eso no es posible, ELLOS no aceptarían.

‑ Pero tú no dices que ellos hacen lo que tú digas, que te protegen, que no tienen nada de ellos; entonces, tú no tienes que contar con nadie, basta que lo cojas y me lo traigas.

Wensi no pudo evitar soltarle una carcajada en la cara.

‑ Hay algo que tu no conoces. ELLOS lo saben todo. ¿Entiendes ahora? Jamás me llevaran al planeta teniendo esos propósitos.

‑ ¿Pero como lo van a saber?

‑ Sabiéndolo. ELLOS me conocen demasiado bien, saben cuando les miento.

‑ ¿Y que tu eres en ese planeta? ‑le pregunto John con brusquedad.

Una leve sonrisa, acompañada por aquel brillo instantáneo de los ojos y después aquella voz con ese acento infantil.

‑ ELLOS harán lo que yo diga, menos hacerle daño a alguien.

‑ Claro John ‑interrumpió Helen‑ como tu vas a proponer semejante cosa, esos monstruos no son interesados.

Ella guardo silencio no sabia como continuar, John turbado se rascaba la cabeza, tenía la impresión que se había apresurado demasiado; ahora el huésped sabía sus intenciones. Decidió entrar, sin decir nada más. Helen entro detrás de su esposo y ya solos.

‑ Idiota como se te ocurre proponer tal cosa. Te imaginas la opinión que tendrá ahora de nosotros.

‑ Bueno, esta bien... ¡Me equivoque! ¡Ya! Cualquiera se equivoca. Yo estoy seguro que el no es tan ingenuo, ni tan santo.


‑ Yo también lo creo; pero ellos, los monstruos; esos son los incorruptibles, si es que existen, y todo parece indicar que existen y que influyen sobre Wensi.

‑ ¿Entonces, que tú me propones?

‑ Tenemos que tratar de dominar a Wensi, quitarle la influencia que ellos ejercen sobre el.

‑ ¿Y que ganamos con eso?

‑ ¿No te das cuenta? Ellos necesitan de él, y si nosotros lo tenemos de nuestra parte, entonces a los monstruos no les quedara más remedio... ¡Ellos negociaran con nosotros!

‑ ¿Que quieres decir? ¿Que raptemos a Wensi?

‑ ¡Que torpe eres!

‑ Si, si, ya te entiendo, pero es lo que yo he estado haciendo, tratando de ganarme su confianza y nada.

‑ Déjame a mi, ya tu veraz como yo lo logro.

‑ Y su misión, también podrás averiguar su misión.

‑ Su misión, el virus, los monstruos y todo lo que yo me proponga.

‑ Bueno, entonces me voy; te dejo sola con el a ver que sacas ‑le dio un beso a su mujer y se marchó.

Wensi estaba en la sala mirando el televisor. Ella se sentó cerca de el.

‑ ¡Cuanta violencia! ‑exclamo Wensi‑. ¡Cuanto odio! Ustedes todo lo resuelven por la fuerza. ¿Como pueden albergar tanto rencor, tanto desprecio a la vida, a sus semejantes? ¡Están locos!

‑ Vamos Wensi no es para tanto, no me vayas a decir que en tu planeta no tienen sus problemitas.

‑ ELLOS no son así.

‑ ¿Y ustedes nunca tienen problemas?

‑ Allá no existen estas cosas.

‑ ¿Y a que tu crees que se deba eso?

‑ ¡A la educación que reciben! Allá la educación es igual en todas partes, no hay contradicciones, ni odios raciales, ni privilegios, ni propiedad privada.

‑ ¡Que horror! Eso suena a comunismo.

Pero Wensi no la escuchaba estaba absorto en sus pensamientos.

‑ ¿Y como es la educación? ‑pregunto ella.

‑ En el planeta hay un sistema unificado de educación y esta dividido en zonas...

‑ Querrás decir países ‑lo interrumpió ella.

‑ Dije zonas, allá todos somos un solo pueblo ‑se hizo un corto silencio y Wensi continuo. Cada zona es atendida por uno o varios MAESTROS, dicha zona se divide a su vez en sub‑zonas las cuales son atendidas por los pedagogos, en estas sub‑zonas existen dos tipos de escuelas para niños de uno a cinco años y otra para los niños de cinco a diez.

‑ ¿Escuelas para niños de uno a cinco años? ‑preguntó ella.

‑ Si, precisamente esta es la mejor edad para la formación del niño.

‑ Pero... ¿Y los padres?

‑ ELLOS cuando pueden participan también en los juegos y educación de sus hijos. Ah, se me olvidaba, los niños de uno a cinco son educados en microzonas que no son más que particiones de una sub‑zona.

‑ ¡Que manera de complicar las cosas! ‑exclamo Helen.

‑ Muy sencillo para nos... Digo para ELLOS una microzona es lo que para ustedes seria un pueblo pequeño o un barrio. ¿Comprendes? ‑ella afirmó moviendo la cabeza. Luego cuando son mayorcitos, al cumplir los cinco años, son educados en las sub‑ zonas y al llegar a la juventud pasan a las escuelas zonales; cuando sobrepasan los veinte pasan al centro unificado de educación donde hacen sus respectivas carreras.

‑ Eso quiere decir que ustedes tienen una sola universidad.

‑ Yo no dije universidad, yo dije centro unificado; allí dentro existen muchas universidades, es algo así como una gran ciudad. Para ELLOS esa ciudad es algo así como su capital y la universidad su templo; allí dan clase los mejores pedagogos, los más grandes científicos, los más sublimes artistas...

‑ Si esta bien, pero hay algo que no entiendo: ¿que objetivo tiene educar a los niños de uno a cinco años?, y otra cosa, ¿cuando nacen que hacen con ellos?

‑ Cuando nacen hasta cumplir el año permanecen con sus padres. Luego pasan a dicha escuela donde son educados todos los niños por igual, en esas escueles permanecen de seis a diez horas en dependencia de las condiciones del grupo; y el objetivo fundamental es enseñarlos a convivir en paz, a amarse y respetarse. También se les enseña a pensar con lógica, se les estimula el espíritu de investigación, se les inculca el amor a la belleza; a aceptarse a todos como iguales, como una única familia. Se les ayuda para que ellos mismos vayan formando su propia individualidad, descubran sus propios dotes y desarrollen sus inclinaciones ‑en ese momento Wensi se percató que ella tenia la bata semia­bierta exhibiendo sus desnudos muslos.

‑ ¡Fascinante! ¡Todo eso es fascinante! ‑decía ella mientras levantaba algo la pierna dejando ver una intimidad azulada.

Se hizo un pequeño silencio, para Wensi nada de aquello tenía sentido; pero presentía que ella trataba de insinuarle algo; y lo que era peor, que no le había estado escuchando: ¿entonces?, ¿para que le hacia hablar y hablar? Empezaba a darse cuenta... a imaginarse algo.

Ella volvió a la carga.

‑ ¡Oh!, Wensi, debe ser terrible vivir rodeado de monstruos ‑dijo Helen mientras le rozaba con el pie los bajos del pantalón.

‑ ¿Que monstruos?

‑ Los de tu planeta.

‑ ¡Ah, ELLOS!

‑ Como debes sufrir, no podrás tener relaciones con nadie, o sea con mujer alguna ‑ya su pierna derecha descansaba sobre las rodillas de Wensi‑. Debes tener mucho cuidado con esos monstruos. ¿Verdad?

‑ No ELLOS son los que tienen cuidado conmigo, es más me cuidan y me protegen.

‑ Claro para ellos tu debes ser algo extraordinario ‑ahora su pie izquierdo estaba apoyado sobre los muslos de Wensi, mientras dejaba ver todo el azul despreocupadamente ‑Wensi, ¿como se llama tu planeta?

El pensó por un momento.

‑ Se llama ¡Satanás!

‑ ¿Satanás? ‑dijo ella enderezando el cuerpo.

Wensi sonrió al ver el efecto de sus palabras.

‑ Si, porque según la Biblia, la nuestra, Satanás, o Lucifer como le quieran llamar, se fue a refugiar en nuestro planeta cuando le echaron del cielo.

‑ ¿De verdad?

‑ Si, ‑le respondió Wensi muy seriamente.

‑ ¡OH!, ¡asombroso!

‑ Por eso ‑dijo Wensi‑ como castigo todos los nacidos en ese planeta tuvieron una figura monstruosa y fueron bautizados con el nombre de satanitos.

‑ Tú dirás satánicos.

‑ No porque se formaron dos grupos o especies: los satánicos que tienen tres ojos, cuatro brazos y son velludos, altos y fornidos; y los sotanitos que tienen un solo ojo, tres brazos y son calvos, bajitos y barrigones.

‑ ¡Oh que interesante!, ¡es fascinante!

Wensi la observaba detenidamente, estudiaba sus facciones, todos sus gestos; todo aquello le parecía artificial, ensayado; comenzaba a cansarse de todo aquello.

‑ Wensiii, ¿no te gusta mi peinado?

A Wensi no le gustaban los rodeos, le gustaban las cosa claras, espontáneas.

‑ Señora, si lo que usted desea es tener relaciones sexuales conmigo, ¿por que no lo dice de una vez? Yo por mi parte no tengo ninguna objeción.

‑ ¡Idiota! ‑se levanto bruscamente y se metió en el cuarto.

Wensi la miraba alejarse sorprendido. "No la entiendo. ¿Que quería entonces? ¿Que debía hacer yo? En realidad no se porque se ofendió. ¿Tal vez deba preguntarle a John, el debe saber? No, ella parece que no quiere que el sepa nada. ¿Por qué? Tengo que seguir aprendiendo, hay cosas que aun no comprendo". Se puso de pie y salió a la calle.

Ahora caminaba lentamente, por primera vez en su vida se sentía completamente solo, abandonado a su suerte en un mundo hostil. Tenía que valerse por sus propios medios, nadie le ayudaría; estaba acostumbrado a que se lo dieran todo, a esa protección constante. Ahora se encontraba en un mundo egoísta, indiferente al destino de los demás. Sintió una voz que lo llamaba, volvió el rostro, era John que venía apresuradamente tras de el.

‑ ¿Qué haces por aquí solo Wensi?

‑ Deseaba dar un paseo.

‑ ¿Si quieres te acompaño?

‑ Me da igual.

Llevaban algunos minutos caminando cuando se encontraron a una madre que discutía con su hijo.

‑ Vamos te he dicho que lo recojas ‑gritaba a toda voz la mujer.

Wensi se acerco al niño.

‑ ¿Como te llamas? ‑el niño no respondió.

‑ A que yo adivino tu nombre ‑el niño lo miro incrédulo.