Thursday, May 31, 2007

Ellos(1)

Era una tarde clara, el cielo despejado mostraba todo su azul; a lo lejos una luz rojiza, titilaba en el cenit.

John Star, regresaba a su casa después de haber estado bebiendo en casa de unos amigos. Caminaba sobre un campo desierto.

¿Qué es eso?

Una luz cegadora lo invadía. Todo fue muy rápido. John apenas tuvo tiempo de sentir miedo: presentía que en medio del intenso resplandor algo había descendido. En el cielo se veía aún una luz rojiza, que se ocultaba tras las nubes. Sintió olor a hierba quemada, ahora todo le parecía más oscuro, como si la tarde hubiese caído de bruces.

Allá esta.

En medio de una redondez de hierba calcinada había un hombre. John se le acercó.

¿Quién eres?

El hombre callaba, solo sus ojos le miraban asombrado.

¿Dime de donde vienes? ¿Vienes de allá arriba? y señalaba con el índice de su mano derecha hacia el cielo.

"Seguro que no entiende mi idioma" pensó John.

Por fin el hombre afirmo con la cabeza. John sonrió satisfecho.

"Un extraterrestre".

Ante él tenía un hombre de mediana estatura, trigueño, de ojos grandes y muy abiertos: parecía un niño asustado. A simple vista era tan corriente como cualquiera de la Tierra.

Venga, venga conmigo le dijo John haciéndole señas para que lo siguiera.

Llegaron a un pueblo pequeño de viejas casas.

Venga entre, está en su casa. ¡Helen!, ¡Helen!

¿Qué quieres? responde una voz de mujer.

Ven enseguida.


Hizo su aparición una mujer algo gruesa pero bien formada, de cabellos desarreglados: algunos mechones caían sobre un rostro de facciones duras, donde se mezclaban hastío y cansancio. Le lanzó una mirada indiferente a su esposo.

Mira Helen, lo que ha... bueno... No se como explicártelo. Sabes, viene de otro planeta.

¿Qué dices? Estás borracho.

No, no. Lo que te digo es cierto.

No me digas, quieres burlarte de mí.

No seas idiota. ¡Yo lo vi! vi... Vi la nave. Vi... Vi los hombres que venían con él. Luego lo dejaron y se fueron.

¿Comó era la nave? preguntó ella.

Era grande y redonda... Tenia forma... ¡De platillo! Si de platillo.

Un platillo volador. ¿Eh?

Sí, eso es. Y brillaba mucho.

La mujer se acercó al hombre.

¿Comó te llamas?

Wenseslao Isidoro.

A John se le cayó de la boca el cigarro que acababa de encender.

¿Comó? ¡Entiende nuestro idioma! Exclamo John.

¿Sigues creyendo que es de otro planeta?

Claro mujer, no oíste su nombre: que exótico es. Ese nombre debe ser de otro planeta.

No seas estúpido, he conocido latinos con nombres parecidos. Pero confieso que éste suena horrible lanzó una mirada de superioridad a su esposo . Claro para ti cualquier nombre extranjero puede parecerte extraterrestre, tu no sabes nada de idiomas. No se porque dejé mi oficio de traductora para casarme contigo.

Bah, no vengas con eso ahora. Muy bien que me dijiste, que a ti ese trabajo no te gustaba, que pagaban muy poco...

Iban a comenzar sus discusiones cotidianas cuando se percataron que alguien los observaba. Si allí estaba aquel hombre con sus ojos abiertos de asombro; pasando su mirada, alternativamente, de él a ella y de ella a él.

¡Oh! Disculpe, son cosas normales dijo John . ¿Usted es casado?

No. Respondió secamente el hombre.

Sabes, tienes un nombre muy largo y difícil. ¿Qué te parece si... te llamamos Wensi? Suena más bonito. ¿Verdad?

Cómo quieran.

¿Te gusta el nombre Helen?

Ella haciendo un gesto de indiferencia.

Llámalo cómo quieras. Ven un momento que quiero hablar contigo.

John sabía lo que le esperaba, por eso sin decir nada siguió a su esposa.

Ven acá. ¿Qué piensas hacer con ese hombre?

Psss, habla bajito que te puede oír.

¿Dime? ¿Qué vas a hacer?

¿No te das cuenta? Es un extraterrestre. ¡Un extraterrestre! ¡Seremos ricos! ¡Importantes! ¡Poderosos!

Y tu quieres que te crea la historia del platillo.

Es verdad, yo lo vi. Y ese hombre se quedara a vivir aquí. ¡Me entiendes! ¡Se quedara aquí! Yo no voy a perder esta oportunidad. ¡Me oyes! ¡No la voy a perder!

Eres tan idiota como terco, en fin, allá tu.

La mujer dio media vuelta y se metió en la cocina. John respiró aliviado.

Wensi contemplaba tranquilamente unas flores artificiales.

Wensi mi esposa y yo hemos decidido que te hospedes con nosotros, hasta que decidamos... Este... Qué vas a hacer... Nosotros en nombre de la Tierra te damos la bienvenida y te ofrecemos nuestra casa... Y nuestra amistad.

John se le acercó y lo abrazo efusivamente.

Este es un momento histórico para la Tierra agregó John.

Wensi miraba a John sin parpadear, con esa mirada de asombro que brotaba de un semblante casi infantil.

Dime Wensi, si es que se puede saber, ¿cuál es tu misión aquí en la Tierra?

¿Mi misión?

Bueno... ¿Qué vas a hacer?... ¡A lo mejor yo puedo ayudarte!

Wensi lo miraba fijamente, sus ojos adquirieron un brillo muy peculiar.

Mi misión es muy importante de ella depende la seguridad de la Tierra. Le dijo Wensi con su voz pausada y su marcada entonación.

¿Cuál? ¿Cuál es esa misión? Preguntó John nerviosamente.

Lo siento no puedo decirlo. ¡Es un secreto!

Bueno si es un secreto... ¿Piensas permanecer mucho tiempo en la Tierra?

Tal vez dos meses, depende.

¿Depende de qué?

Wensi sonrió.

Por el momento no le puedo decir más.

Claro usted no confía aún en nosotros. Es natural.

John, me gustaría recorrer la ciudad.

Si, como no. Cuando quiera salimos.

Ahora mismo.

Helem ven acá.

Helem apareció en la sala, en su rostro podía verse un marcado desagrado.

¿Qué quieres ahora?

Helen, Wensi y yo vamos a dar una vuelta. ¿Quieres venir con nosotros?

No gracias, prefiero quedarme aquí tranquila y recalcó el tranquila mientras miraba al visitante que parecía estar ajeno a todo.

¿Vamos en auto? pregunto John.

No, prefiero caminar.

Caminaban por la ciudad llena de vidrieras; entraban en tiendas, farmacias, restaurantes; a Wensi parecía interesarle todo. A veces dejaba escapar un grito de asombro. Pero lo que más le gustaban eran los juguetes.

¡Fantástico! ¿Cómo es posible que a ELLOS no se les haya ocurrido estas cosas decía Wensi mientras sostenía en sus manos un pequeño tren automático.

¿A ellos? ¿Quiénes son ellos?

Wensi contempló a John por unos segundos, mientras sus ojos adquirían ese brillo tan peculiar.

En mi planeta sólo hay dos especies: ¡ELLOS y yo!

¿Dos especies? ¿Ellos? No entiendo.

Es mejor así replicó Wensi secamente.

De pronto Wensi echo a correr y dando un salto felino cayó sobre un muro de casi dos metros de altura con diez centímetros de grosor, luego comenzó a caminar sobre el muro y a dar volteretas, como hacen las gimnastas sobre la viga de equilibrio. Todos los transeúntes comenzaron a amontonarse. John estaba mudo por la sorpresa. Wensi se salió del muro dando un doble mortal de espalda y cayó justamente al lado del asombrado John, después como si nada hubiese sucedido hecho a andar seguido de una multitud de curiosas miradas.

¿Estás loco? ¿Por qué hiciste eso? le preguntó John.

¿Qué cosa? ¿Es que acaso ustedes no corren y saltan?

No, únicamente los locos y los niños hacen tales cosas.

¡Ah! ¡Los niños! Que interesante.

Ya iban de regreso cuando pasaron junto a una fuente, Wensi echo a correr y se lanzó dentro de la fuente.

¡Sal de ahí! estás loco, ¡sal de ahí! le gritaba John.

Wensi salió de la fuente sonriente y chorreando agua.

Hace mucho calor y quería refrescarme dijo Wensi.

Veámonos de aquí, antes que nos lleven presos por alterar el orden.

Wensi comenzó a quitarse la ropa.

¿Qué haces? preguntó John.

Voy a exprimir la ropa.

¡No! ¡Aquí no! Veámonos pronto.

John lo tomo de un brazo y se alejaron apresuradamente.

No entiendo. ¿Qué sucede? preguntó Wensi.

Friday, May 25, 2007

Los conquistadores

La imagen del planeta se hacía cada vez más grande. De pie, contemplando la pantalla, el comandante de la nave Richard Yerens; a su lado, sentado frente a los controles, su segundo Jim Reagan.

Aminora la marcha, comenzaremos a gravitar alrededor del planeta.

Reagan lo miró con frialdad y luego sonrió con cierta ironía. Richard Yerens fingió no notarlo, y se limitó a observar tranquilamente como Reagan ejecutaba la maniobra.

Richard Yerens era un hombre alto, media aproximadamente 6,4; de espaldas anchas, sus ojos eran negros, también su cabello era negro y muy rizado.

Ahora la nave giraba en torno al planeta, mientras su velocidad iba decreciendo.

Inmediatamente en la sala de control fue apareciendo el resto de la tripulación. Jim Reagan sobresalía sobre todos por su elevada estatura y su gran fortaleza, solo comparable a la de Richard Yerens, era un perfecto aventurero: fue piloto de la nave turística "Diversión", que realizaba viajes a Marte; ha sido expedicionario de viajes intergalacticos y estuvo mezclado en asuntos poco claros, de tráficos ilícito de objetos valioso, del cual salió absuelto. A su lado y haciendo un trágico contraste se encontraba Michel Steve, bioquímico, era un hombre extremadamente pequeño, parecía una miniatura al lado de Reagan, por el que sentía una gran admiración. De Steve, se puede hablar muy poco: un hombre solitario, de temperamento nervioso, de salud muy delicada. Algo mas separado se encontraba Peter Gordon, geofísico, era un hombre de estatura mediana, grueso, rechoncho; se movía pesadamente, tenía la manía de estar constantemente acariciándose su voluminosa barriga; era casado, no tenía hijos, según él, detestaba a los niños; pero hablaba con admiración de su perro, y sobre todo de las comidas, que era lo que más añoraba de la Tierra; desde que estaba en la nave todos sus alimentos eran jugos, pastillas concentradas, vitaminas; hacia años que no veía un jugoso filete; por eso ahora miraba al planeta con cierta esperanza; era el mas viejo, había cumplido 49 años.

Con un libro en la mano, absorto contemplando el planeta, estaba Alfredo González, psicólogo, también de mediana estatura, más bien delgado; nunca se había casado. Era el más joven con 30 años.



Frente a ellos se encontraba Richard Yerens, ingeniero en naves cósmicas, formó parte de las naves de rescate cuando la catástrofe ocurrida en Venus; fue condecorado por su heroísmo. Tiene una larga experiencia en viajes cósmicos.

Richard Yerens señaló hacia la pantalla, allí se divisaba un planeta de color verdoso.

Sin dudas debe haber vida exclamo Alfredo.

Eso creo yo también dijo Richard Yerens pero debemos tomar las precauciones necesarias, enviaremos la nave automática VIGIA VII, para que inspeccione el planeta.

Reagan, después de mirar a Richard Yerens con cierta ironía, dijo.

Debe estar habitado por monos luego dejó escapar una sonrisa sarcástica y se alejó.

El VIGIA VII había despegado. Era una nave provista con todo el equipamiento necesario: equipos de medición, radares, receptores especializados, procesadores automáticos los cuales eran controlados por una computadora que enviaba las señales con la información del planeta para la computadora principal que estaba en la nave, desde donde a través de una pantalla podían ver las imágenes del planeta; además existían otras pantallas más pequeñas.

Todos estaban pendientes de los informes del Vigia VII. Había expectación; de todos, Alfredo, parecía el más excitado.

Llegaban las primeras imágenes del planeta: el mar, un mar azul; bosques verdes; todo igual, igual a la Tierra...

Reagan decidió darse un baño, estaba cansado; llevaba varias horas contemplando aquel planeta, debía descansar, pronto la nave Vigia VII, comenzaría a trasmitir datos específicos sobre el planeta; y eso era lo que a él le interesaba, y no aquellos paisajes estúpidos. Se detuvo ante el espejo, luego se quito el suéter y comenzó a tensar sus músculos, sonreía satisfecho de sí, se recreaba contemplando sus poderosos bíceps, sus anchas espaldas, sus salientes dorsales. Luego acercó su rostro al espejo; contemplo sus ojos azules, su larga melena rubia; alguien dijo una vez que él era el biotipo perfecto: pudo haber sido actor de cine, modelo, luchador; cualquier cosa, con sólo el proponérselo. Estaba acostumbrado a sobresalir en tamaño y fuerza sobre todos los hombres, en todos sus vuelos jamás había coincidido con uno de su talla; ningún hombre osaba enfrentársele, y siempre era él quien dirigía las naves. Pero esta vez era distinto, otro hombre comandaba la nave, otro hombre que le igualaba en fuerza y estatura, y que para colmo era negro.

Asqueroso, puerco. ¿Cómo te atreves a darme ordenes? gruño entre dientes.

La expedición aunque fue financiada por la compañía Slip, era controlada por la UMAC (Unión Mundial de Academias de Ciencias). Los objetivos del vuelo fueron definidos en la V conferencia mundial de academias de ciencias, donde se planteó la necesidad de la comunicación intergaláctica con fines pacíficos, dichos objetivos eran.

1. La comunicación con otras civilizaciones.

2. En caso de no existir civilización. Estudiar si el planeta puede ser habitado por los terrestres.

3. En caso de no haber vida, ni ser posible vivir en él. Analizar sus riquezas naturales para su posible explotación.

Fue precisamente el tercer punto él mas debatido, no llegándose a un acuerdo sobre quienes explotarían el planeta, y como se repartirían los beneficios; ya que no siempre los recursos estaban en mano de los científicos, sino en mano de las grandes compañías como la Slip, primer productor mundial de naves cósmicas con fines comerciales y turísticos.

Comenzaron a llegar los primeros datos del planeta, abundante oxigeno, temperatura de 28 C, grandes yacimientos de Urano, petróleo, metales...

Reagan se acercó a la pantalla pequeña donde iban apareciendo las cifras. Alfredo lo observaba con cierta desconfianza, fue entonces cuando se escuchó una exclamación de asombro, en la pantalla aparecieron seres moviéndose, con figura humana, la imagen se fue acercando. ¡Eran seres humanos! Vestían unas túnicas largas, de color enterizo, de gran sencillez y elegancia. Su vestimenta recordaba la utilizada en la antigua Grecia; y algo que llamó la atención de Alfredo era el hecho de que nadie portaba armas. El lugar era como una plaza, donde parecían concentrarse los habitantes. Las construcciones, también antiguas, semejantes a templos o liceos: escalinatas, enormes columnas, grandes estatuas; y era precisamente a esos templos donde todos se dirigían, distribuyéndose entre los siete templos. Con pasos lentos subían la escalinata y penetraban dentro; pronto la plaza queda desierta. Irrumpida solo por una pareja que cogida de la mano subió apresuradamente las escaleras del último de los templos, el que cerraba el círculo. Un profundo silencio lleno la calles; calles vacías, abandonadas; el viento soplaba y levantaba un frágil pañuelo azul, lo alzaba y lo dejaba caer suavemente, lo hacía rodar más y más, alejándolo. También la ciudad se fue alejando hasta borrarse. Ahora en la pantalla se veían montañas, pequeños bosques, grandes ríos, cataratas. Luego apareció una planicie en forma de meseta rocosa.

Ahí aterrizaremos dijo Richard Yerens.

La nave se posó suavemente sobre la gran meseta. Reagan comenzó a prepararse para bajar a tierra, pero Richard Yerens lo intercepto.

Todavía yo no he dado la orden de salir: Hay que esperar que el Vigia VII reconozca todo el planeta.

Reagan hizo un gesto de repugnancia y le dio la espalda.

Alfredo se le acercó a Richard Yerens y le preguntó.

¿Que piensas hacer?

De momento estacionar el Vigia VII sobre la ciudad, así nos ponemos al día sobre las costumbres del planeta. ¿Te parece bien?

¡Magnífico!

Richard Yerens después de sonreír, se alejó erguido con su paso seguro: "Que hombre más noble", pensó Alfredo. Ahora estaba sólo frente a la gran pantalla, los demás estaban preparando los equipos para las mediciones y las pruebas que se iban a realizar, el no, su misión era la civilización; a ellos le tocaba analizar el planeta, su ecosistema, sus recursos, a el los seres que la habitaban; su inteligencia, su desarrollo, su cultura.

"Al fin ahí están". Los ojos de Alfredo se iluminaron de alegría, ahora estaba sólo, frente aquel mundo que lo fascinaba. Se les veía pasear por las calles, con ese caminar majestuoso; se saludaban inclinado la cabeza con cierta elegancia. Se podían ver sus rostros, con aquel semblante bondadoso, sosegado y aquellos ojos que, sin dudas, eran el reflejo de almas limpias, de personas que nunca habían conocido el odio, ni la guerra; ojos donde brillaba la inocencia, la ternura. Sintió una gran admiración por esos seres pacíficos, que vestían con tanta sencillez y que penetraban en sus templos cogidos de la mano.

"Que distinto es aquí todo" y cual no fue su asombro al ver a los mayores saludar a los niños con igual respeto y estos responder de igual forma. Y las mujeres tan sencillas y bellas. Vio una mujer de cabellera negra, larga; vestida de azul, que se acercaba, caminaba despacio, mientras el aire despeinaba caprichosamente sus largos cabellos cubriéndole el rostro. Ella avanzaba impulsada por ese viento que la hacía flotar dentro de su traje azul. Se detuvo, con ambas manos se alisó sus cabellos descubriendo su rostro.

Alfredo se estremeció, parecía como si ella lo estuviese viendo, sentía su mirada sobre él. Sintió pasos alguien se acercaba, se volvió, era Jonh Reagan, rápidamente corrió a su encuentro.

Que tal Jim. ¿Cómo estas?

¿Eh y ese saludo a que viene? pregunto Reagan sorprendido.

Nada, cosas mía, bueno... ¿Que haces?

¿Oye que tu estabas mirando?

Yo...pues...nada, los... los seres del planeta.

Ah, déjame verlo, me interesan.

Bah, no vale la pena, siempre lo mismo.

Vaya parece como si tuvieras miedo de algo...

Reagan dándole un empujón se acerco a la pantalla, Alfredo corrió tras de el, sentía una extraña preocupación.

¿Que tú mirabas con tanto interés? Yo no veo a nada.

No había nadie, todo desierto. ¡Ella no estaba! Respiró aliviado.

Las cámaras del Vigía se desplazaban por las calles solitarias, solo un niño jugaba despreocupadamente con algo muy brillante. Jim apretó una tecla y la imagen comenzó a agrandarse.

Gordon, Steve corran a ver esto.

En sus manos el niño tenía una piedra o un cristal que reflejaba diferentes colores.

¡Un diamante! exclamó Steve.

Nunca he visto nada igual decía Gordon, mientras frotaba sus manos regordetas.

Ya están listos para bajar a tierra era la voz de Richard Yerens.

Pocos minutos después todos se encontraban sobre la superficie del planeta, sentían sus cuerpos pesados y caminaban con dificultad, el viento era fuerte y arrastraba consigo unas pequeñas florerillas blancas; y algo que solo Alfredo vio, traído por el viento, el pañuelo azul quedo preso entre unas ramas; se debatía inútilmente; Alfredo lo cogió con cuidado, su corazón latía apresuradamente; como un ladrón lo ocultó. Miró el azul del cielo. Respiró profundo, sus pulmones se llenaron de oxigeno. Respiraba aquel aire puro, fresco; mientras las florerillas blancas caían, caían posándose sobre sus cabezas, sus hombros o golpeándoles suavemente a la cara. Sentía como el aire le silbaba a los oídos y le susurraba un nombre, un nombre de mujer. Inconscientemente hundió la mano en el bolsillo y apretó el pañuelo. Tenía un presentimiento; quizás era infantil. Pero sentía algún poder oculto, y más tonto aun: le parecía estar en un planeta encantado.


No se alejen mucho, tomen algunas muestras del suelo y sobre el contenido de oxigeno en la atmósfera y regresemos no debemos exponernos demasiado a los rayos solares era la voz de Richard Yerens.

Y pensar que este planeta será nuestro esta vez fue Reagan quien hablo.

¿Como dijiste? le pregunto Richard Yerens, torciendo su grueso cuello, para mirarle al rostro.

Lo que oíste, ya estoy cansado de recibir tus ordenes, mírame yo soy rubio y de ojos azules, mírame bien, como tu vas a mandarme a mi. ¡Yo soy el representante de la compañía Slip! Y tengo órdenes precisas. Escucha negro, este planeta va a ser colonizado por ellos, o por que tú crees que financiaron este viaje. Esto es un negocio, y hay millones de dólares por medio. Todos seremos ricos. Este planeta será nuestro. La Tierra esta agotada en cambio, este planeta es virgen. Aquí crearemos el más grande imperio intergaláctico que jamás se halla conocido...

Basta ya Reagan. ¡Nadie! ¡Me oyes! ¡Nadie, someterá este planeta! ¡Y tú! ¡Tu! ¡Jim Reagan! ¡Rubio y de ojos azules! ¡Blanco engreído! Tendrás que obedecer mis órdenes, por las buenas o por las malas.

Y diciendo esto se desplazó rápidamente poniéndose frente a Reagan, a la vez que se cubría con ambas manos en posición de defensa. Reagan observó la guardia cerrada de Richard Yerens, observó sus piernas ambas apoyadas sobre las puntas de los pies: sin dudas había practicado boxeo. Todos estaban expectantes, ambos eran corpulentos, y tenían la misma estatura. Era un duelo entre dos colosos, a nadie se le hubiese ocurrido intervenir. Los tres juntos; el pequeño Steve, el panzón de Gordon o el delgado Alfredo; nada podían hacer, ante aquellos dos gigantescos rivales.

En el rostro de Reagan apareció su característica sonrisa irónica.

Ganaste negro, yo no tengo prisa por romperte la cara.

Y luego lanzó un escupitajo, haciendo esa mueca habitual
En el, mientras dirigía sus pasos hacia la nave.

Regresamos a la nave grito Richard Yerens.

Esa noche Alfredo no pudo dormir, le preocupaba lo sucedido, temía que algo terrible ocurriera.

Alfredo se levantó más temprano que el resto de la tripulación. Estaba sólo, frente a la gran pantalla, contemplándolos, como tranquilamente se paseaban por su ciudad, como se saludaban majestuosamente y aquellos rostros donde siempre aparecía dibujada una sonrisa, en todos sin excepción, y ese brillo de los ojos. Aquel mundo feliz, ahora estaba en peligro: ellos, los terrícolas, venían a perturbar su paz.

¿Qué te parece Alfred?, hemos descubierto una sociedad antigua, tan antigua como la milenaria Grecia era la voz de Richard Yerens.

No lo creo así, tengo la impresión que es una sociedad estancada, que por alguna razón no siguió progresando técnicamente. Es más, esto es solo una corazonada, pero estoy casi seguro que esta civilización en muchos aspectos nos supera, y que la vida surgió aquí antes que en la tierra.

Alfred, eres un idealista empedernido. Tienes que ver las cosas tal como son. Esta es una civilización que esta comenzando ahora. Ellos están en una época equivalente a la Grecia antigua. Con el tiempo y con nuestra ayuda seguirán progresando hasta alcanzar nuestro desarrollo actual.

¿Cual ayuda? La que piensa darle Jim.

Descuida, Reagan hará lo que yo diga.

Pero Alfredo ya no le escuchaba, allí estaba ella.

Reagan se encontraba reunido con Gordon y Steve.

Hasta cuando vamos a estar recibiendo ordenes de ese negro. Nosotros hemos sido enviados aquí por la compañía Slip. El objetivo de este viaje es conquistar nuevos mundos, crear colonias, y nosotros hemos sido los primeros en llegar. Nosotros representamos la civilización, el progreso, el desarrollo tecnológico. Nuestra verdadera misión es colonizar este planeta y convertirlo en una "Nueva Tierra", en un planeta próspero y desarrollado...

Pero la academia de ciencias dice...

Al diablo la academia. Escucha Steve, este viaje fue financiado por la compañía Slip, y ellos no invierten por gusto, ellos saben lo que están haciendo. Nosotros sólo tenemos que informarles a los científicos que en este planeta no hay vida y que carece de recursos naturales. Eso, que es un planeta estéril y la compañía se encargará de lo demás.

¿Que es lo demás? pregunto Gordon.

Je, je... El transporte del personal que poblará el planeta. Claro, antes hay que crear ciertas condiciones...

Mientras ajeno a todo.

Mira Alfred, parece como si estuvieran jugando, observa como los adultos y los niños corren detrás de algo,...¿Y ese objeto? Alguien lo lanzó. ¿No entiendo? Lo lanzan sin apenas tocarlo. ¿Y los movimientos del objeto son irregulares? ¡Ya se! Es un boomerang.

No, ese objeto vuela. Ellos no lo tocan. Se eleva solo.

Debe ser el viento.

No lo creo, observa los árboles, apenas se mueven.

¿Entonces que es? ¿Una nave en miniatura? dijo Richard Yerens en tono burlón.

No lo se, sólo se que vuela.

Mira esta brotando agua de la tierra.

Es un chorro enorme, esta tomando una altura increíble. Asombroso se esta abriendo como una gigantesca flor.

Parece una fiesta, observa como se bañan.

Sabes Yerens, a mi me da la impresión de un planeta...dirigido por alguna fuerza o conciencia... es algo vago, sutil. Pero estoy seguro de que siento algo dentro de mí, que me conecta a este planeta.

Si ya me di cuenta. La chica del vestido azul, vi. como te miro.

¿Te distes cuenta? Ellos parecen vernos.

Alfred era solo una broma, solo la vi alzar la vista y mirar hacia adelante, y te vi a ti sonrojarte. Eso es todo.

A lo mejor...

Alfredo prefirió callar. Ahora ambos observaban atentamente las imágenes de la pantalla. Lo que más abundaba en el planeta era el agua, por doquiera aparecían lagos, ríos, cataratas. El agua cubría todas las extensiones de tierra, incluso la vegetación crecía dentro del agua; algunas plantas eran tallos que formaban una capa de colores, que flotaba sobre el agua; en todos los arbustos predominaban las flores, las hojas apenas se distinguían; o tal vez, hojas y flor, eran una misma cosa.

A veces emergía del agua alguna cabeza oscura y luego volvía a zambullirse; o se podía ver alguna figura alargada desplazarse ágilmente por la superficie del agua; o ver saltar sobre el agua pequeños peces voladores, que planeaban sobre la superficie y luego amarizaban a gran velocidad. Parecía como si la vida allí solo fuese posible en el agua. Y los humanos que habitaban ese planeta se pasaban horas y horas bañándose en los lagos y ríos, y lo más increíble era su capacidad para detener la respiración, podían permanecer debajo del agua durante casi una hora.

Bueno voy a descansar un rato dijo Richard Yerens.

Alfredo ni se movió, seguía allí esperando, sabía que de un momento a otro volvería a aparecer. Lo presentía. En la pantalla
La vista quedo inmóvil, fija, solo se veía una figura que se iba
Acercando, que se veía cada vez más y más grande.

"Ella... Es ella."

El fijó sus ojos en los de ella y sintió su mirada sobre él, el corazón le latió apresuradamente.

"No puede ser" pensó "Yerens tiene razón, ella no puede verme". Cerró los ojos unos segundos y los volvió a abrir. Ella no estaba. "Oh no". Recordó que en los últimos tiempos estaba padeciendo de extrañas alucinaciones de carácter místico. Y lo ocultó celosamente en las entrevista con el psicólogo; sabía que eso le costaría no hacer el viaje. Además durante la etapa de entrenamiento las alucinaciones habían desaparecido. Pero... Ahora, otra ves, sueño y realidad se fundían.

Afuera oscurecía, a través del cristal de la pantalla, se veía totalmente desplegado un cielo color malba, salpicado de gris y surcado por rayas anaranjadas. La nave semi iluminada, absorbía los colores de la tarde. Alfredo cansado, se durmió, mientras las últimas luces de la tarde lo envolvían en suaves colores.

Alfred, Alfred, despierta.

¿Eh? ¿Qué?... ¿Qué pasa?

Se han ido. ¡Todos se han ido! Mira lo que dejo Reagan.

Le tendió un papel a Alfredo.

Negro cochino, te espero en el planeta, para ajustarte las cuentas. Espero que no intentes escapar. La compañía Slip lo tiene todo previsto, el planeta ya es nuestro. Y tu negro asqueroso, prepárate a morir junto a ese idiota.

Jim Reagan.

Esto es horrible, seguramente estarán armados, habrá que luchar, y ... Tendremos que matar.

Que otra cosa podemos hacer Alfred.

Nunca he sido un hombre de acción. No se que hacer...

Tienes miedo pregunto Yerens con voz de susurro.

Si tengo miedo, pero no es a la muerte, no es a eso, es a algo mas horrible que la muerte; algo que me inhibe, que me paraliza, que me hace sentirme pequeño... Yo no puedo Yerens, lo siento, pero no puedo.

Bueno iré yo sólo.


Instintivamente ambos volvieron la vista hacia la pantalla. Allí estaban los nativos, tomados de la mano, saltando como gacelas, dejándose caer desde grandes alturas sobre el lago. Ellos inocentes a todo, se divertían, sin saber que su civilización seria aniquilada, destruida. Pronto no serian más que una colonia de la compañía Slib, y dejarían de ser felices para siempre.

Yerens, voy contigo.

Antes de salir Alfredo lanzó una ultima mirada a la pantalla y vio una figura distante; una mujer sola, vestida de azul. ¡Ella!

Llevaban rato caminando por la superficie del planeta. Seguían las huellas de Reagan y el resto de la tripulación. Cansados se detuvieron.

Te das cuenta Alfred las huellas se dirigen hacia las montañas rojas. Es una emboscada. Daremos un rodeo y le entraremos por la parte mas alta luego de respirar profundamente agrego. Los sorprenderemos Alfred.

Se pusieron en marcha. Delante subía Richard Yerens, algo más rezagado y completamente extenuado venía Alfredo: sentía que no podía más, que de un momento a otro rodaría cuesta abajo. Subía; cada vez mas fatigado, el sudor le corría por la frente se le metía en los ojos; las manos le dolían. El ascenso se hacía cada vez más difícil; ya no podía más, no podía más. Del otro lado estaban los habitantes del planeta y también del otro lado de las montañas rojas estaba ella. Había que subir, tenía que hacerlo... Ya casi estaba llegando. Un poco más... Otro poco mas... El dolor, el cansancio... Un poco más.

Dame la mano.

Vio la mano de Richard Yerens acercarse hasta su frente. ¡Al fin había llegado! ¡Lo había logrado! Miró al otro lado, se veía un gigantesco lago azul bordeado por un bosque de colores.

Llegamos a la cima, ahora nosotros lo atacaremos por la retaguardia. Alfred ve tú por ese costado que yo iré por este. Y recuérdalo: esto es una guerra; dispara sin contemplación.

Alfredo bajaba lentamente moviéndose hacia la izquierda, por suerte la montaña en esa parte era menos inclinada, por lo que no era difícil el descenso. De ves en cuando se detenía detrás de algún peñasco y observaba con el fusil listo para disparar, luego avanzaba otro tramo hasta encontrar otro lugar donde guarecerse. Fue entonces que vio a una figura que se movía, le apunto cuidadosamente, era Steve. Alfredo seguía apuntándole, Steve se dirigía precisamente hacía donde el estaba... Alfredo seguía apuntándole. Steve se detuvo petrificado, el arma se le cayó de las manos. Alfredo bajo lentamente su fusil, miró entre apenado y confundido a Steve, que no hacía mas que temblar. Se escuchó un disparo; Alfredo sintió que se le nublaba la vista y rodó por la ladera arrastrando consigo piedras rojas.

Reagan, instintivamente se ocultó detrás de la roca al ver la imponente figura de Richard Yerens descender a toda prisa tratando de llegar hasta el cuerpo ensangrentado de Alfredo. Regan le apunto y disparo, Richar Yerens sin dejar de descender abrió fuego, obligando a Reagan a ocultarse, corría encorvado ocultándose detrás de las rocas. Se detuvo y abrió fuego sobre Reagan el cual se ocultó detrás del peñón que lo protegía. Richard Yerens observó a su amigo, que estaba a sólo unos metros de él, aun estaba vivo. Tenía que socorrerlo, pero... ¿Como llegar hasta él? En todo el trayecto no había una sola roca detrás de la cual ocultarse. Tenía que llegar hasta allí, cargarlo y luego ocultarse detrás de una loma de piedras que estaba muy cerca de Alfredo. ¿Si el pudiese arrastrarse hasta allí? Pero no podía, estaba agonizando. Sin pensarlo disparó sobre Reagan para obligarlo a ocultarse y luego echo a correr a toda velocidad, las balas le silbaban cerca de la cabeza, se lanzó sobre el cuerpo de Alfredo, ahora solo quedaba cargarlo y correr hacia la loma de piedras y ocultarse detrás de ellas. Pero no hizo más que coger el cuerpo de su amigo, cuando una bala le entró por la espalda y le salió por el pecho derribándolo. Otros disparos hicieron diana sobre su cuerpo hasta dejarlo inerte.

Fue entonces que aparecía triunfante la figura de Jim, el conquistador.

¿Donde esta Gordon? pregunto Reagan.

No... No... No se balbuceo Steve.

Debe estar por ahí escondido. Eh. Yo solo he ganado la guerra. ¡Yo solo! después lanzo un escupitajo hacia el lugar donde estaba tendido Richard Yerens.

Steve chequea haber si están muertos.

Steve descendió y se acercó con mucho cuidado primero a Richard Yerens y después a Alfredo y luego de examinarlos.

El coman... el negro esta muerto, el otro esta agonizando.

Reagan lanzó su mirada victoriosa sobre el planeta, y una sonrisa de satisfacción lleno su rostro. Sintió que alguien se acercaba se viró rápidamente apuntando con su fusil.

No dispares, soy yo Gordon.

Bien ya estamos todos. Regresemos a la nave.

¿Y que hacemos con el otro?

¡Remátalo!

Steve se acercó a Alfredo, alzo su fusil. Le pareció que quería decirle algo, y se alejó apresuradamente.

No hace falta, ya esta muerto.

Caminaban en hilera, delante Reagan, detrás cabizbajo Steve y algo rezagado le seguía Gordon, quien sudaba copiosamente. Avanzaban silenciosos; hasta que Reagan con su voz grave entono una canción; y al unísono una orquesta de estruendos retumbó en lo alto; todos miraron al cielo, estaba completamente oscuro; enormes nubes negras se arremolinaban y poco a poco lo iban cubriendo todo, convirtiendo todo el espacio en una bóveda negra. Sólo algún rayo escapado de sus entrañas podía rasgar el manto negro por unos segundos. El aire se hacia cada vez mas denso. Más húmedo. Se hacía difícil respirarlo.

Apúrense, apúrense grito Reagan.

La oscuridad era total. Y a ella se le unió una furiosa lluvia. Sobre ellos caían enormes gotas; caían una tras otra, como gruesos chorros de agua. En pocos segundos sus ropas estaban totalmente empapadas. La lluvia golpeaba persistentemente sobre sus cabezas, les golpeaba el rostro con fuerza. Steve sentía que iba a caer bajo el peso de la lluvia. No veía nada; caminaba pesadamente hundiéndose en los charcos. Gordon caminaba como un ciego, con los brazos extendidos; respirando con dificultad, cada vez con más dificultad; intento gritar, pero los pulmones se le llenaron de agua, se asfixiaba. No había oxigeno, sólo agua y más agua; desesperado se llevó ambas manos a la cara tapándose la boca y la nariz; fue entonces cuando vio una sombra gigantesca, que la lluvia caprichosamente trataba de borrar: ¡la nave!

Ahora la tripulación dormía, después del agitado día dormían profundamente. Reagan fue el primero en despertarse y fue enseguida a la pantalla para ver si aun llovía. Era aun de noche pero ya se percibían las primeras luces del alba. Se escuchaba un raro sonido, John subió el audio para escucharlo mejor; era el misterioso ruido del fluir de las aguas: el constante gotear de los árboles aun mojados, y de los veloces ríos que se estrechaban o ampliaban caprichosamente. Reagan sonrió, era obvio, en un planeta donde predominaban los lagos y los ríos, era lógico que sus lluvias fueran torrenciales; lluvias nunca vistas en la Tierra; lluvias mortales



Ya estaban todos despiertos, a Reagan le bastó una rápida mirada para darse cuenta del estado de ánimo de sus compañeros de viaje.

¡Miren eso! y señalo con su dedo hacia la pantalla . Somos los dueños de ese mundo. Seremos sus dioses, sus amos. Nosotros somos la civilización, el desarrollo, el poder. Miren esas mujeres. ¡Que cuerpo! Se arrodillaran ante nosotros. Seremos ricos. Y tendremos el honor de ser los primeros. ¡Los conquistadores!


Mientras ellos, los nativos, ajenos al peligro que les acechaba, seguían sus juegos, sus extrañas entradas y salidas de los templos blancos; con su rara manía de entrar siempre por parejas al templo más alto y blanco de todos.

Partiremos en una nave de reconocimiento, y descenderemos lentamente en el centro de esa ciudad. Quiero que todos nos vean, que vean como descendemos del cielo. Quiero que nos adoren como a dioses. Se imaginan nosotros convertidos en dioses. Crearemos un mito. Cambiaremos el curso de la historia.

Volvió el rostro a la pantalla y sus ojos azules brillaron, mientras se mordía los labios instintivamente.

¡En marcha! gritó a todo pulmón.

La pequeña nave salida de las entrañas de la nave madre se elevaba como un gavilán plateado; tomaba altura, para luego lanzarse en picada; y abrir sus terribles garras de hierro, y clavarlas sobre la tierra; y succionarlo todo; y arrasarlo todo.

Dentro de la nave ya todos se creían dueños del planeta. Cada uno se sentía como un dios en su trono: dando órdenes y disfrutando del goce de los placeres. La nave descendía y dentro los dioses terrícolas; enviados del cielo.

Como de costumbre Reagan fue el primero en descender de la nave, detrás atropellándose uno a otro: Gordon y Steve. Habían aterrizado en el medio de la plazoleta. Pero para asombro de todos la, ciudad estaba desierta.

Caminaban por las calles desiertas: nada, nadie. Soplaba un viento fuerte, húmedo. Peter Gordon miró nerviosamente hacia el cielo; ni una sola nube negra, solo el azul del cielo, con una confusa tonalidad violeta.

Parece que todos se escondieron dijo Reagan . Entremos en ese lugar.

Y señaló hacia el más grande de los templos. Iban a dirigirse hacia el, cuando vieron tres nativos que se dirigían hacia ellos. Caminaban despacio, apretados uno al lado del otro; luego los de los extremos se separaron un poco, y se detuvieron al mismo tiempo. El de la izquierda vestía de blanco, traía las faldas por encima de las rodillas; su piel era tostada, sus cabellos negros al igual que los ojos; no tenía barba; su rostro joven, muy joven. El de la derecha vestía una larga túnica azul; sus cabellos eran blancos, al igual que la barba; su cutis era rosado, terso y sus ojos azules. El del centro no tenía barba, tampoco pelo; la cabeza totalmente rapada; la piel bronceada; llevaba extraños atuendos puestos; vestido todo de negro; cabizbajo, con los brazos cruzados y los ojos cerrados.

Reagan se detuvo a pocos metros de ellos, a los extremos algo más atrás Gordon y Steve.

El de la barba blanca se llevo la mano derecha al corazón; el joven alzó la mano izquierda hasta la altura de la cabeza; el del centro alzó la frente, pero sin abrir los ojos.

Vamos acérquense les grito Reagan.

¡Acérquense! y les hacia gestos con las manos moviéndolas hacia si.

Los tres nativos permanecían inmóviles. El joven bajó la mano; el de la barba blanca bajó la vista y fijó sus ojos azules en el suelo.

¡Imbeciles! ¡No entienden! Somos dioses, hemos venido del cielo Y señalaba hacia arriba con el indice ¿Por que callan?

No te entienden dijo Gordon.

No es eso Gordon. ¡Míralos bien! Debían estar asombrados o asustados, y están ahí frente a nosotros con la mayor naturalidad del mundo. Sabes... Están probando fuerzas con nosotros... Eso es. Ahora van a saber quien soy yo.

Reagan, extrajo su pistola y disparó al aire: un potente rayo se elevó hacia el cielo.

Lo ven somos dioses, dominamos el rayo. Puedo destruirlos a todos. Volvió a disparar.

No tienen miedo, ¿eh? Tú, señalo al del centro que te haces el dormido. Ahora vas a ver Lo apunto con la pistola.

Fue entonces cuando el joven y el viejo, volvieron sus rostros hacia el del centro; este súbitamente abrió sus ojos: verdes. La pistola saltó de las manos de Reagan y calló a los pies del hombre del centro. Por unos instantes Reagan quedo paralizado por la sorpresa, luego reaccionó violentamente y corrió con los puños cerrados al encuentro de él. Una poderosa fuerza lo freno en seco, y su mirada quedo fija en aquellos ojos verdes; intensos. Las piernas se le aflojaron y cayó de rodillas, sin dejar de mirar sus enigmáticos ojos; que cada vez brillaban con más intensidad, con más fulgor. Hasta que repentinamente se volvieron a cerrar.

Reagan se puso de pie y se acercó a sus compañeros y después de lanzarle una mirada entupida les preguntó.

¿Que paso? ¿Quienes son ellos?

Gordon dio un paso atrás aterrorizado, Steve corrió a ocultarse tras de Gordon. Ambos temblaban de miedo. No podían crear lo que estaban viendo: Bajando las escaleras de un de los templos, ilesos, Alfredo y Richard Yerens.

Hola amigos dijo Richard Yerens sonriente.

Tu... tu... vi vo balbucio Steve.

Si vivo gracias a ellos, a sus poderes mentales.

¿Poderes mentales?

Si, así mismo. Mientras nosotros desarrollamos la técnica; ellos desarrollaron la mente.

¿Que le hicieron a Reagan? pregunto Steve.

Le crearon una amnesia temporal, cuando yo lo estime conveniente lo sacare de ese estado.

¿Tu puedes?...

Ellos me ensañaron algunas cosas.

Richard Yerens se volvió hacia Alfredo.

Entonces... Estas decidido a esperar la próxima nave.

Si me quedare. Quiero aprender de ellos, para luego regresar a la Tierra con esos conocimientos. Tal ves logremos mejorar nuestro planeta.

A lo mejor me envían nuevamente aquí.

Ojala Yerens, así regresaremos juntos.

Sabes una cosa Alfred, tengo el presentimiento, que si regresas, no vas a virar solo.

¿Qué...?

Richard Yerens sonrió y le guiño un ojo.

Hasta pronto Alfred.

Hasta pronto Yerens.

Vio como la pequeña nave se alejaba; y no sintió que un grupo de jóvenes se le acercaba, uno de ellos poniéndole la mano en el hombro le dijo.

Malba te espera.

¿A mi?

El grupo sonriente se alejó.

Alfredo se quedo solo, parado en el centro de la plaza, como si de pronto no supiera que hacer. Estaba confundido. Sentía una fuerza que lo atraía; una voz interior que lo estremecía. Desde algún punto una fuerza lo penetraba, volvió su rostro instintivamente hacia el lugar; allí estaba ella, mirándole fijamente; vio sus labios entreabrirse, pero no dijo nada: sólo el aire, que traía el rumor de un suspiro. La vio avanzar hacia el templo blanco y la siguió. Ella se detuvo y sin volverse lo cogió de la mano, y así, unidos, entraron.

Friday, May 18, 2007

Paridad

Comenzó a cavar la fosa. Una sensación de miedo le embargaba; miró hacia todas partes como si de un momento a otro pudiese aparecer algún horrible monstruo. Enterró al piloto, lo cubrió con esa tierra rojiza, hasta formar una pequeña loma; le puso una cruz encima, para marcar el lugar. Se alejó unos pasos, mientras se frotaba las manos nerviosamente con la vista fija en el montón de tierra que cubría al muerto. Se agachó tratando de sumergirse en sus pensamientos.

"¿Quién era este hombre? Apenas lo conocía. ¿Tendría familia?... ¿Qué hago? ¿Qué debo hacer?... Quizás alguien captó las señales de auxilio. Los controles de la nave estaban afectados; pero, tal vez la señal... Seguramente alguien se dirige hacia acá".

Adolfo Martin, no temía a la muerte, no era eso lo que le asustaba; era el miedo a lo nuevo, a lo desconocido; era demasiado metódico para soportar los cambios. Pensó en los trabajos que estaba llevando a cabo en la Tierra. El tiempo que tendría que perder en aquel planeta. Se lamentó de haber realizado aquel viaje. ¿Por qué lo hizo? El nunca quiso abandonar la Tierra, incluso cuando era joven, jamás aceptó salir al exterior, y ahora; precisamente ahora que había cumplido cuarenta y cinco años; se encontraba en otro planeta, perdido, sin nada que hacer. No tener nada que hacer es lo peor que le puede pasar a un científico como Martín, dedicado toda su vida a la investigación matemática. Y lo peor de todo es que no cargo con sus trabajos.

Una sensación de vacío comenzó a embargarlo, era un viejo temor; lejanos sentimientos archivados. Pero eso era pasado; sólo pasado. Un pasado enterrado, olvidado. El no tenía que hacer nada en esa nave: "Nada". Se maldijo, dio una patada sobre una piedra que salió por el aire como un balón de fútbol. Este hecho lo sorprendió, saltó y vio que se elevaba mas allá de un metro, comprendió que la gravedad era inferior a la de la Tierra. Volvió a saltar con mas fuerza y alcanzó casi dos metros de altura. Se sorprendió de sí mismo: "Soy un estúpido se dijo en lugar de aprovechar el tiempo me dedico a saltar como un pequeñín. ¿Que hacer? Tengo que aprovechar el tiempo, tal vez la nave demore. ¡Que calor! ¡Maldito planeta!" Ahora estaría en su oficina, sentado en su escritorio, elaborando su teoría sobre la mente; su última obsesión: fusionar la matemática con la psicología. Creía que las matemáticas debían acabar con todos los misterios. Sólo la razón debería gobernar el mundo. Pero, entonces, ¿qué hacía él en ese planeta? ¿Fue la razón la que le dictó hacer ese viaje? Recordó que el día anterior había sido su cumpleaños; ese día no fue a trabajar; ese día no hizo ejercicios; no revisó sus trabajos del día anterior, como de costumbre. ¿Qué hizo, entonces, ese día?: nada. Camino horas y horas por las calles desiertas; como quien busca algo perdido, algo que se sabe de antemano que no se va a encontrar; pero se busca, fuera de toda lógica; más allá de toda razón: se busca. Tal vez... Por eso decidió viajar, arrastrado por aquella fuerza oculta, por aquel impulso desconocido; él, precisamente él. Quizás no era casual que estuviera en aquel planeta. Quizás el destino... Pero no, esa idea absurda no podía tener cabida en su mente.

Se puso de pie y miró al cielo. La sorpresa fue aun mayor, el cielo era de un azul más intenso que en la Tierra, y en lo alto brillaban ¡dos grandes soles! "Dos soles... dos soles..."

Caminaba sin rumbo fijo. A su derecha se divisaba un bosque, que lo atraía; pero... ¿Cuántos peligros podía encerrar? Decidió bordearlo. La hierba al principio escasa se fue haciendo más y más tupida. Llevaba largas horas caminando; fue entonces cuando descubrió un claro donde crecía una hierba corta y muy verde, avanzó hacia allí. Se sentía cansado. El cielo se enrojecía, lúgubres nubes grises cubrían la tarde.

"Pronto será de noche". Un escalofrío le corría por todo el cuerpo. Tendría que pasar la noche en aquel planeta. Se detuvo frente a dos grandes árboles que entrecruzaban sus ramas; parecían dos columnas unidas en lo más alto.

"Ya esta oscureciendo", cansado se sentó bajo uno de los árboles.

"Tal vez nunca pueda salir de esta planeta. ¿Quizás nadie recibió el mensaje de auxilio? Quien sabe... Que triste fin me espera".

"No me gusta este silencio... Y esos dos soles. Debo calmarme. Se secó las manos en el pantalón; respiró profundo. Los pensamientos le brotaban desordenados. "Tal vez el aire está enrarecido. ¿Existirá alguna forma de vida desconocida? ¿Qué forma tendrá?"

Ya los dos soles habían desaparecido; la noche era inminente. Una sensación de soledad le embargaba; la oscuridad lo invadía todo; una fina niebla fantasmal aparecía ante sus ojos.

La noche era clara, demasiado clara; veía sombras por todas partes, sombras que se movían y se ocultaban en la fina niebla; aquella niebla escurridiza, que se filtraba por todas partes. Adolfo con la espalda pegada al grueso tronco, con las manos crispadas esperaba el arribo de la noche. Según avanzaba la noche el frío se hacía más intenso. Y él se encontraba solo, abandonado a su suerte en un planeta desierto y sombrío. Un creciente terror le iba invadiendo. Así estuvo largas horas asediado por las sombras; mientras la niebla danzaba caprichosamente a su alrededor. Adolfo era un hombre que estaba acostumbrado a controlarse y no estaba dispuesto a dejarse dominar por el miedo. Miró al cielo para tranquilizarse y un escalofrío lo sacudió ¡dos lunas! Eran dos lunas excesivamente blancas y redondas; simétricas. Demasiado imponente para no sentirse sobrecogido ante aquella armonía.

La noche estaba estrellada, las estrellas parecían agruparse por parejas: dos aquí, dos más allá y esas dos lunas, una al lado de la otra, jugueteando con las nubes nocturnas. Le invadían las más extrañas sensaciones mezcla de miedo y dolor, esa vieja soledad; y ahora, la proximidad de la muerte.

"De qué me sirven los títulos, los premios y nombramientos; si ahora estoy solo, olvidado de todos; contando los minutos".

Sentía que el aire le faltaba, una terrible angustia se apoderaba de el.

Intentó sonreír; la noche le hacía recordar y no quería. En la Tierra vivía siempre volcado hacia el futuro; siempre proyectándose; siempre haciendo algo: su actividad era febril. Pero ahora, ahora todo era distinto: el sueño comenzaba a vencerle; luchaba por no dormirse; los párpados se le cerraban. Presentía que alguien o algo le acechaba. Sentía como el cuerpo se le entumecía, quería moverse y no podía; tenía los ojos cerrados, no podía abrirlos. Todo era oscuro muy oscuro.

Ya había amanecido, Adolfo abre lentamente los ojos, su mirada se enfrenta al azul del cielo. Se fue a levantar el cuerpo le pesaba; se sentía cansado, muy cansado.

"¿Qué hacer? En la Tierra todo era distinto, siempre había algo que hacer; pero ahora... Decidió explorar el planeta.

"¿El bosque? No, el bosque no".

Avanzaba subiendo y bajando cuestas. Llegó a un llano donde abundaban las flores; flores exóticas de un raro perfume. Se acercó a una de las plantas; las flores brotaban de dos en dos.

"Dúos y más dúos, la paridad esta presente en todas partes, en todas las cosas".

Hacía un calor intenso. En el cielo se podían ver dos soles rojizos. Avanzó hacia un pequeño bosque, donde crecían unos árboles que tenían un grueso tronco; pero después se desdoblaban en dos, formando una V en unos casos y en otros una U; concluyendo en dos arboles diferentes. Los árboles estaban tan floridos que apenas se les veían las hojas. Escuchó un graznido; un pájaro de múltiples colores emprendió el vuelo, detrás salió otro y juntos se alejaron.

"Aves; hay vida, vida".

Caminó largas horas. "¡Un río!" Apresuró el paso. Las aguas eran cristalinas. Tenía la garganta seca. Sin pensarlo se arrodilló y se echó agua en la cara, pensó llenar la cantimplora, le quedaba poca agua, pero a pesar de su transparencia, desistió de llenarla.


El agua era poco profunda, por lo que Adolfo atravesó el arroyo caminando. Después bordeó el arroyo hasta llegar a una cascada. Entonces comenzó a sentir una sensación de encantamiento. Aquel cielo tan azul; esos arboles que crecían sobre las rocas, de los cuales pendían grandes bejucos que se sumergían en las limpias aguas del arroyo. En el fondo de aque¬llas aguas cristalinas, se veían piedras pulidas, como de mármol; mármol blanco. De las copas de los arboles se desprendían flores, que descendían lentamente y se posaban sobre el agua. Aquel planeta misterioso, que al principio le inspiraba temor, ahora le parecía un paraíso.

Caminaba y mientras avanzaba cantaba, no se sabía ninguna canción completa; hacía años que no se molestaba en aprenderse las letras; y ahora cantaba: cambiando letras, haciéndole aportes a la música. Sabía que estaba solo; solo sin nada que hacer.

Se detuvo. Al encuentro del arroyo, venía otro más caudaloso; ambos se unían y después corrían juntos; y juntos penetraban en el bosque. "El bosque". Por un momento lo pensó; pero, no, decidió seguir su camino. Y así anduvo un largo rato. La vegetación comenzaba a escasear; respiró profundo y sintió un olor peculiar, algo que le era conocido: "salitre", el mar estaba cerca. Subió una pequeña loma y divisó el horizonte azul. "Allí esta el mar". Adolfo había nacido en un puerto; el mar era parte de su vida.

Caminaba con dificultad, sobre los afilados arrecifes; mientras las olas le salpicaban. Se detuvo: vio tras las rocas, oculta por una herradura de arrecifes, una pequeña playa. Saltó sobre la arena; blanca y fina. Recorrió la playa y luego se sentó sobre la arena a contemplar el mar; otra vez las olas en su incansable ir y venir; ver nuevamente aquella espuma blanca juguetear caprichosamente sobre la arena; estaba otra vez solo frente al mar. Cuantas y cuantas veces su mente flotó sobre las olas dejando escapar lagrimas de espuma. Era su mar, aquel mar evocador, a veces fiero, a veces sosegado; otras azul; otras oscuro, muy oscuro, envuelto por la noche; a veces frío, tan frío como el olvido; un olvido largo, perdido en la profundidad del mar, arrastrado durante años; y ahora, el mar rencoroso, traía sobre sus olas la resaca del pasado.

Echó a andar por la orilla, mientras el mar se metía bajo sus pies. El aire batía fuerte: silbaba en sus oídos ecos de perdidas voces, de lejanas historias y de sueños imposibles; como si en ese día, estuviesen realizándose otros días, días lejanos, perdidos en la inmensidad del tiempo, pero grabados en algún lugar; esperando la señal... el momento.

Se detuvo cayendo de bruces sobre la arena: "huellas...".Parecían huellas humanas, eran huellas borrosas, difusas; eran pequeñas, tan pequeñas, que sólo podían pertenecer al pie de una mujer o un niño, si tomamos los patrones de la Tierra. Las huellas se perdían entre las rocas: "¿quién será?... ¿Será una mujer? ¿Será...? Las huellas van hacia allá... allá se pierden... se pierden". El viento sopla, susurra; algo flota en el aire: viejos recuerdos, aparentemente oxidados y mucho silencio; un silencio furioso, como las olas que se alzan rabiosas, para luego arrastrarse humildemente sobre la arena.

La tarde caía, los dos grandes soles comenzaban su descenso sobre el horizonte. Las nubes tomaban un color dorado y de ellas brotaban rayos azulados que se abrían en forma de abanico. El mar se tornaba rojizo. El horizonte ardía, los dos soles, uno al lado del otro, se iban sumergiendo en el mar; mientras comenzaba un desfile de nubes grises, un gris violeta; expiraban los últimos rayos de los soles, tragados por el mar. La noche comenzaba a reinar.

El viento transmisor de sonidos; codificaba imágenes perdidas en el pasado: "alguien canta, a lo lejos alguien canta... Una voz de mujer. No entiendo lo que dice, es un idioma extraño". Miraba hacia todas partes, trataba de orientarse: "esa voz... Esa voz. ¿Dónde estás?". Camino sin rumbo, detrás de un sonido lejano; en un lenguaje desconocido; como un canto de sirenas. Caminó y caminó; por momentos la voz se le perdía sumergida en el canto infinito del mar. "¿Dónde estás...?". La voz dejo de escucharse; sólo las olas, sólo las olas de un mar oscuro. Cansado se acostó sobre la arena, y se durmió; bajo un cielo estrellado; bajo la luz de un par de lunas.

Abrió los ojos era ya de día, su segundo día en aquel planeta. Tenía su pierna derecha entumida, se sentó para darse masajes; y fue entonces cuando la vio; allí sobre las rocas..."Ella, es ella...". Se incorporó pero la mujer echó a correr.

No, no huyas. Detente.

Cuando subió a las rocas ya no estaba: "esta oculta en algún lugar. ¿Pero donde?... Me estaba observando. Sabe que estoy aquí. Quizás durante toda la noche me estuvo expiando. Tal vez la tuve muy cerca y no lo supe. No pude ver bien su rostro; pero era hermosa; sus cabellos eran largos de color rojizo... No creo que era castaño... O negro... No pude ver bien. Solo sé que era largo, y que flotaba en el aire mientras corría. ¿Quién es?... ¿En el bosque? Tal vez en el bosque, viva una civilización. ¡Iré al bosque!".

Estaba completamente exaltado, el corazón le latía apresuradamente. Por un momento se asustó. ¿Que era aquello que le estaba sucediendo? Claro que lo sabía. Un escalofrío le corrió por el cuerpo, se derrumbó sobre la arena. ¿Cómo deshacerse de aquel dolor? Recogió las piernas y con ambas manos las retuvo fuertemente contra su pecho. ¿Dónde estaba su amor propio? ¿Llegó a ese planeta a correr detrás de una sombra? Tenía que encontrarle una explicación a lo que le estaba sucediendo. Olvidaba una vieja herida que nuevamente sangraba, bajo los golpes certeros de las olas, que pegaba allí donde más dolía. Lanzó una mirada desolada al mar y vio alzarse una enorme ola, que rugía desafiante, la vio caer y arrastrarse hasta alcanzarlo y mojar su cuerpo, aquel cuerpo insignificante. Se sintió demasiado débil, no era nada, nada. Una lagrima emergió de lo más hondo de su alma cautiva, presa de aquel cuerpo, vigilada por aquella lógica inflexible.

A su mente acudían los recuerdos, no podía escapar; toda la nostalgia le llegaba de golpe y poblaba toda su mente: "nunca más" se dijo entonces; nunca más, repitió un eco sumiso; ¿nunca más? preguntó el alma desde su cautiverio y por respuesta aquella lagrima, muestra de debilidad. Los últimos bastiones de la razón eran tomados por asalto. El combate duró horas, con la tarde pegada a las espaldas, con el mar arremetiendo furioso por el frente, con la pareja de soles disparando su fuego sobre aquel cuerpo indefenso. Aplastada la razón, aceptó la idea de que no estaba solo, que había una mujer allí, lo cual tenia lógica; pero lo que no tenía lógica, lo que lo había llevado a ese estado, y lo que el no quería reconocer, era que estaba enamorado; y lo peor: esta vez no tendría redención posible. Cerro los ojos resignado, y abrió todas las puertas; sabía que no resistiría otro encierro: no mas indiferencia, no más olvido, gritó su alma en su loca carrera detrás del amor . Ojalá esta vez no te equivoques corazón, susurró la razón mientras agonizaba, ahogada por un largo suspiro: "Dione, como la ninfa del mar... Dione..."

Penetró en el bosque, ya no le temía, la luz se filtraba a través de los frondosos árboles; escuchaba el lejano canto de las aves. Fue entonces cuando la vio; corrió tras de ella, pero la perdió de vista: ella lo evitaba. Deambuló por el bosque durante horas: sentía sus pasos, a veces creía escuchar su voz... Estaba cansado, y decidió regresar a la playa.

No podía comprender que le pasaba; corría desesperado detrás de un sueño. Un sueño que había dejado huellas, que cantaba en el silencio de un alma desolada. ¡Oh iluso! dijiste: ¡nunca más! ¡nunca más!... Y venir de lejos, de muy lejos. A muchos años luz. Porque sabes que cuando regreses: ¡nadie!, nadie te espera. Estaba solo, solo en espacio y tiempo, en la sucesión finita de su existencia; bajo las leyes de un planeta desconocido.

La esperó en la playa durante tres días. Tres días sin apenas comer, sin apenas dormir. No era un Robinson Crusoe. No sabía que hacer. Le faltaba voluntad para luchar; como hace muchos años, cuando dejo pasar el tiempo sin hacer nada... sin decidirse. Luego, cuando era demasiado tarde. Cuando ya estaba lejos, cuando llegó el invierno y cuando llegó la frialdad de la noche, indiferente. Todo indiferente, y llegaron las noches sin estrellas y los amaneceres fríos; y se perdió la última luna blanca. Comprendió que su alma ya no tenía salvación; cuando se es joven se puede morir y renacer. Pero cuando se es viejo. Ahora estaba perdido en el tiempo; era un fantasma errante por alguna dimensión; atrapado en su pasado. Decidió dejar de esperarla: decidió nuevamente morir.

El cielo comenzó a tomar un color vidrioso; las nubes temblaban, se hacían borrosas; la arena se humedecía; el mundo se empañaba. Un par de lagrimas lo borraba todo.

Pasó otro día más. Era un amanecer gris, todo nublado: el viento soplaba con furia; las olas se lanzaban rabiosas contra las rocas; las gotas comenzaron a caer pesadamente sobre su rostro, la lluvia arreciaba. Con la ropa empapada, aterido de frío, delirando por la fiebre; un hombre moría: de hambre, de frío, de soledad.

La tormenta amainaba, la lluvia se hacía cada vez más fina, más suave; las olas más serenas. La tempestad se alejaba dando paso un resplandeciente cielo azul.

Adolfo, Adolfo.

¿Eres tú?... ¿Eres tú?...

Adolfo.

Eres... Tú. ¡Dione!

Si soy yo.

Dione... Dione...

Ella le puso la mano sobre la frente.

Tienes fiebre, pero te curaras enseguida.

Mantuvo unos segundos su mano sobre la frente de Adolfo.

Ya, ya estas bien.

- Miró sus grandes ojos azules; la vio sonreír y escuchó su voz.

Perdóname, pero tenía miedo. Necesitaba conocer tus pensamientos. No fue fácil aprender tu idioma, ni entrar en contacto con tu mente.

¿Eres telépata?

Si en mi planeta somos... digo éramos... telépatas.

Ella bajó la vista; sus facciones cambiaron. Él buscó su mirada y tropezó con dos ojos húmedos. Ella sonrío suavemente.

¿Y tu gente? ¿Dónde están?

Murieron, todos murieron.

¿Aquí?, ¿Por qué?

No, este no es mi planeta. En el planeta donde yo nací se propagó una epidemia: un virus que lo contaminó todo. Sólo yo pude salvarme; mis padres me enviaron en una nave a este planeta.

¿Y el resto? ¿Y los demás? ¿Que hicieron?

No quisieron abandonar el planeta. Ellos creían que se podía contrarrestar la epidemia: descubrir al virus causante del mal. Pero ya era demasiado tarde. Yo no quería...

No te pongas así tú no tienes culpa.

Ellos hicieron todo lo posible por salvar el planeta. Lucharon hasta el último momento, pero todo fue inútil.

¿Eras feliz en tu planeta?

Si muy feliz. Todos éramos uno. Una sola conciencia.

¿Una sola conciencia?

Te olvidas que somos telepatas... Ven, después te explico vamos a comer algo.

Se adentraron en el bosque.

Toma... Come.

¿Que es?

Pruébalo.

Sabe bien. ¿Qué cosa es?

No lo sé. Te olvidas que yo tampoco soy de aquí.

Adolfo, reía; reía como nunca; como hacía tiempo no lo hacía.

Después caminaron por el bosque. Se subieron a un árbol.

Mira, estos son más dulces.

Ella le tendió la mano.

Si es más dulce pero no sé a que sabe.

Es dulce y nada más.

"Dulces como tu voz..."

Puedo leer tus pensamientos, no lo olvides.

Él bajó la vista.

¿Por qué te apenas? Es tan bello... Sabes, me dio trabajo conocer tu idioma, no fue fácil descifrarlo; sobre todo entender el sentido de las cosas; y los sentimientos, algunos cargados de una nostalgia otros incomprensibles: desesperados... Ahora creo conocerte.

Pero yo, ni siquiera sé tu nombre.

¡Dione!... Me gusta. Tú mismo lo elegiste.

Sabes Dione era...

Ya lo se una ninfa del mar.

Verdad tu lees el pensamiento.

Ven vamos a bajar.

Aun no me has hablado de la telepatía. ¿Cómo puedes leer el pensamiento?

No es fácil. Nosotros lo hemos logrado a través de la evolución mental. Nosotros usábamos dos formas de comunicación: una verbal y otra mental. Con el tiempo la verbal se fue sustituyendo por la mental, es más cómodo por su puesto. Inclusive para un profesor esto es muy provechoso pues puede conocer las dudas del alumno, o saber si alguien se entretiene. Este tipo de comunicación mental, también es llamado pensamiento externo...

Ella guardó silencio.

¿Qué te pasa?

Es que yo... era profesora en mi planeta.

Si quieres no continúes, no hace falta.

No, debo seguir. Como te iba diciendo, ese pensamiento externo es dirigido; o sea el individuo puede controlarlo a su antojo y comunicarse con quien desee. Además de esta, existe otra forma de pensamiento: el pensamiento interno, este es espontáneo incontrolado, son un producto de la sensibilidad, de la captación de lo bello. Estos pensamientos se llaman internos; porque nadie, a no ser el sujeto, lo percibe.

Creo entender, ustedes han logrado separar el pensamiento de las emociones. Para ustedes el pensamiento es un fenómeno objetivo, el cual utilizan para comunicarse, y las emociones son subjetivas, y son propiedad de cada individuo.

Eso es.

Me gusta.

Ella sonrió, él la ayudó a bajar del árbol, mientras miraba satisfecho a los dos soles. "Ahora también somos dos". Pensó para sí y para ella: sabía que ella lo escuchaba.

Caminaban hacia la playa cogidos de la mano. Se detuvieron frente al mar. Ella puso la mano sobre su hombro y comenzó a mirarle fijamente a los ojos. Adolfo vio como las pupilas de ella comenzaban a dilatarse, hasta cubrir todo el ojo; y como de su interior brotaba un destello de luz: sus ojos se iluminaban, se encendían como dos soles.

No temas Adolfo, este es el mensaje del corazón; sólo cuando se esta enamorado los ojos brillan. Es la prueba de amor. Nosotros no podemos ocultar el amor.

Pero yo...

Tu no emites la luz, pero tu rostro se ilumina de felicidad. Además yo capto tus sentimientos, y sé que me amas.

Ya la luz había desaparecido de sus ojos y se podía contemplar sus pupilas de color miel.

¿Por que los ojos te cambian de color?

Es una cualidad de los seres de mi planeta: por la mañana azules, después verdes, luego pardos, durante la tarde castaños; después se van haciendo más y más oscuros, hasta por la noche tornarse en negros.

Es verdad, la tarde avanzan y tus ojos toman un color café.

Fue a besarla pero ella lo rechazó.

No, aun no, primero deben unirse las almas.

¿Qué?

Perdóname, no tengo ningún derecho a imponerte las normas de mi planeta.

No digas eso, me gusta tu planeta. Desde hoy hago mía tus leyes.

Entonces no podrás tocarme hasta dentro de tres días.

¿Cómo?


Primero debemos fundirnos espiritualmente; unirnos en un solo pensamiento, sentirnos el uno dentro del otro.

¿Llegaremos a comunicarnos telepáticamente?

Yo diría que llegaremos a sentirnos telepáticamente.

¿Pero cómo?

Por la noche lo sabrás.


Oscurecía, la noche se adueñaba de todo el paraje. En lo alto una constelación de estrellas se hacían guiños y emitían mensajes de amor.

¿Sabes meditar? preguntó ella.

¿Concentrarme?

No, no precisamente; el vocablo que más se semeja en tu léxico es meditar. Es ... Es algo así, como desprenderse del cuerpo ... Como expandir el yo ... Proyectarse hacia el ser amado. Ven yo te enseñaré.

Él la siguió.

Acuéstate, relaja los músculos y luego piensa en mi. Yo también pensaré en ti. Piensa en lo infinito del universo, en la armonía que de el brota. En la belleza que emana de todas las cosas. En que amas y eres amado; por qué estas en armonía con el todo, y porque de ti brota la fuente inagotable del amor. Piensa en estas ideas. Llénate de ellas; que yo estaré siempre a tu lado. Hasta mañana amor. Piensa... Sienteme... Únete... Hasta mañana, estoy junto a ti, siempre, para siempre...

Los primeros rayos del sol despertaron a Adolfo. Su mirada asustada recorrió todo el lugar. ¡Dione, no estaba!

Echó a correr como un loco.

¡Dione! ¡Dione!...

Adolfo no temas, estoy aquí. Mira lo que traigo: flores.

Pero Adolfo no miraba las flores, temblando aun de miedo, la contemplaba fijamente.

Temí... Temí que todo fuese un sueño. Tengo miedo Dione, tengo miedo de perderte.

No temas Adolfo. ¡Nunca! Nunca más, me separare de ti.

¡Dione!

¡Adolfo!


Adolfo y Dione, pasaban las horas contemplando el mar, otras corrían por el bosque o retozando en la arena. A veces se adentraban en el mar, cuando caía la tarde y él contemplaba sus enormes ojos de un castaño muy claro, casi amarillos; mientras sus largos cabellos caían sobre sus hombros, sumergidos bajo el agua. Así transcurrían las horas; mientras la tenue luz se reflejaba sobre el mar; el envuelto en su mirada; hipnotizado por aquellos ojos, donde iba oscureciendo el día; ahora castaños rojizos. A lo lejos dos soles se iban hundiendo sobre el mar; resbalaban los últimos rayos sobre las aguas, dispersándose como abanicos; oscurecía.

Ella lo miraba dulcemente con sus ojazos negros; las dos lunas estaban más brillantes que nunca.

Dione hoy se cumple el tercer día, ya nada nos puede separar. Te siento... Te siento tan dentro, que hasta me parece verte en todas las cosas. Siento tus pensamientos, tus deseos...

Los ojos de Dione brillaban, titilaban como luceros. Ese rayo de luz que ya él conocía; y aquella noche Adolfo y Dione fueron uno sólo.

Un potente ruido los despertó. Dione lo observaba nerviosamente, a través de sus ojos azules se sentía el miedo.

Algo pasó dijo ella.

El ruido viene de allá. Voy a ver que es.

No, no vayas Adolfo, no vayas.

No temas, volveré enseguida.

Allí junto a la nave abandonada, sobre la tierra rojiza, se encontraba otra nave. "Son hombres de la Tierra, han venido a buscarme".

Dos hombres se movían mirando a todas partes. Por fin.

Allí, allí está dijo uno de ellos.

Adolfo iba a su encuentro.

Sin dudas usted es el doctor Martín.

Si el mismo le dijo sonriente.

Que suerte, temíamos que hubiese muerto.

Ambos hombres estrecharon su mano.

¿Y el piloto?

Murió.

Adolfo señaló hacia la tumba. Hicieron un leve silencio.

Bueno cuando quiera nos vamos.

Es que... Hay alguien conmigo.

¿Cómo?

Si en este planeta hay una mujer...

¿Una mujer?

Eh... Yo... Yo la traeré... Enseguida vuelvo.

Y sin decir mas se alejo apresuradamente.

Qué le parece esto capitán, una mujer en este planeta. Debe ser muy hermosa cuando ha trastornado al doctor.

Estoy sorprendido no esperaba encontrarme con esto.

Ella lo esperaba ansiosa.

Dione han venido ha buscarme. ¿Vendrás conmigo, verdad? ¿Vendrás?...

No, no puedo, soy telepata. ¿Lo has olvidado?... Ustedes no saben pensar. No como en mi planeta, que pensamos para nosotros solamente. Ustedes siempre piensan hacia afuera; no saben desligar el pensamiento de los sentimientos. Si me fuese contigo no podría resistir, todos los pensamientos me llegarían de golpe creando una terrible interferencia: enloquecería. Sería presa de los sentimientos más horribles; la angustia me devoraría. No, no puedo. Vete, vete tú con ellos.

No, jamás te abandonaré; ya no podría vivir sin ti. Les diré que se vayan. Yo no me iré.

Adolfo hay algo en lo que tú no has pensado, pero yo como mujer si, no podemos tener hijos. Nuestros organismos pueden ser diferentes, puede ser que no tengamos los mismos cromosomas, y aunque pudiéramos tenerlos, no sería justo condenarlos a una vida salvaje, solitaria... Vete, no te das cuenta... Vete con ellos.

Su voz entrecortada, su rostro pálido y sobre todo sus ojos opacos de un azul grisáceo revelaban su angustia. Él la cogió de las manos.

Jamás, me oyes, jamás te abandonaré. Voy a hablar con ellos. Enseguida vuelvo.


Los hombres estaban algo preocupado por la demora de Adolfo, cuando este al fin apareció.

¿Y ella? ¿Dónde está ella? Preguntó el capitán.

No viene, ni yo tampoco iré con ustedes.


¿Estás loco? Nos han enviado expresamente a buscarte, llevamos dos días localizándote. No podemos abandonarte aquí.

Entiendan ella es telépata, en la Tierra enloquecería, captaría todos los pensamientos; no lo podría soportar, y yo no puedo abandonarla.

Pero es que no podemos dejarte así como así.

¿Tú nunca has estado enamorado?

Si pero...

Abandonarías tú a la mujer amada. La dejarías sola en un planeta y te irías. ¿Dime: lo harías tú?

No creo que no. ¿Pero ella qué hace aquí?

Su planeta desapareció, solo ella logro salvarse y llegó hasta aquí.

¿Y la nave? ¿Dónde esta la nave?

¿La nave?... No sé, no se lo pregunté.

Todo esto es muy raro doctor. Usted es uno de los más eminentes científicos de la Tierra. Yo tengo que responder por su vida, no puede irme y dejarlo.

Doctor, por qué no trata de convencer a la muchacha, quizás en la Tierra se pueda llegar a algún arreglo: vivir en un satélite artificial. ¿No le parece? Quizás... Por que no la trae, así yo converso con ella y trato de convencerla, a lo mejor... Yo la convenzo.

Esta bien la traeré conmigo.

Dio la espalda y se alejó.

Allí estaba Dione, arrodillada con la vista fija en el cielo. Volvió su rostro al sentir su presencia. Sus pupilas tenían un color indefinido entre gris y azul, al igual que el cielo que amenazaba con llover.

Dione, ellos quieren verte, quieren hablar contigo.

No, eso nunca. No.

Y comenzó a temblar llena de pánico.

Dione que te pasa, ellos quieren conocerte.

No; yo sé, que va a pasar algo terrible, si ellos me ven; lo sé.

¿Qué dices Dione? Ellos nos quieren ayudar.

No, vete; vete con ellos. Yo no iré.

Sus ojos tomaban un color gris oscuro; tronaba, las nubes grises cubrían el cielo, que amenazante rugía; los largos cabellos de ella, ondulaban resistiendo la furia del viento. El no dijo nada, resignado se marchó.

Los dos hombres miraban inquietos al cielo.

Parece que habrá tormenta.

No me gusta esto capitán; no me gusta. Mire ahí viene el doctor, pero viene solo.

¿Y ella... Por qué no vino? preguntó el capitán.

No quiere venir, no quiere.

¿Por qué?

Es que ustedes no entienden: su planeta pereció, todos sus familiares murieron, lleva años viviendo sola; la soledad le ha hecho daño. Tiene miedo, miedo a que suceda algo. Comprendan, lo ha perdido todo, no tiene a nadie...

Pero es que nosotros queremos ayudarla, hablar con ella, decidir todos juntos qué vamos a hacer; sólo queremos hablar con ella, conocer su opinión, saber... Saber de ella; estoy en una situación difícil, no sé que hacer.

Yo no me iré, no la dejaré.

Es que yo tengo que informar que te encontré, y vendrán otras naves; y te llevarán por la fuerza, si es preciso. Tú eres necesario en la Tierra.

Di que no me has visto.

¿Y la nave? ¿Y cuando vean la nave?

Échala al mar.

No, no puedo hacer eso.

Por favor ella me necesita; tiene miedo a la civilización; ha sufrido mucho; es la única que sobrevivió a los suyos.


La voz de Adolfo era un susurro, sus cejas se elevaban, su mirada inquieta buscaba los ojos del capitán.

No puedo, si al menos pudiera hablar con ella.

¿Por qué con ella?


Es que... No sé, todo es tan extraño. Necesito saber de ella, eso me tranquilizaría. Es muy grave lo que me pides. Insístele, quizás acceda.

Esta bien lo intentaré por última vez.

Ya Adolfo se había marchado.

Pronto, tenemos que ganar tiempo, tómale pruebas al aire, es necesario analizar las condiciones ambientales del planeta: temperatura, enrarecimiento del aire, gravedad...

¿Qué es lo que te propones capitán?.

Quiero estar convencido antes de tomar una decisión.

La tormenta se había desencadenado, la lluvia bañaba el rostro de Adolfo. Dione seguía en la misma postura, allí sola frente a la tormenta, con los ojos clavados en el espacio infinito; sintiendo la nostalgia de otro mundo que ya no existe.

Dione.

No, no iré. No insistas.

Ellos quieren ayudarnos.

No, sé que pasará algo terrible, no quiero que me vean.

Por favor Dione, escúchame, están casi dispuestos a irse; entre los dos podemos convencerlos. Ven conmigo no temas.

No puedo ir, no lo entiendes, no puedo. Es mas fuerte que yo. Tengo miedo.

¿Pero qué puede suceder? Yo estaré a tu lado. Nada nos podrá separar.

Sé que va a pasar algo. Y tú no podrás hacer nada, nada.

Esta bien Dione. No quiero que sufras.

El se aproximó a ella y la besó suavemente.

No temas Dione todo saldrá bien.

Mientras, los dos hombres habían concluido las pruebas.

No hay nada anormal, capitán, el aire es perfectamente respirable.

No has descubierto ningún elemento tóxico.

No capitán, aunque los instrumentos que poseemos no son los idóneos, no parece haber ningún peligro en el ecosistema del planeta.

Bueno ahora sólo falta verla a ella.


Creo que se quedará con las ganas capitán; ahí regresa, pero viene solo.

Ambos miraban perplejos a Adolfo.

Imposible no quiere venir, no puedo convencerla.

Bajó su mirada al suelo donde comenzaban a formarse pequeños charcos.

Por favor ayúdenme, no digan que me han encontrado.

El capitán le lanzó una mirada a su colega, este esquivó la vista y fingió contemplar el cielo. La lluvia cesaba.

Es un compromiso...

Yo la amo, ustedes no saben lo que es eso; encontrarla aquí, a ella, a la mujer que siempre he buscado; y ahora, está aquí... conmigo. Ya nadie nos podrá separar. Ella ha sufrido, yo también he sufrido. Venimos de mundos diferentes y nos hemos encontrado casi al final de nuestras vidas... Quiero vivir los años que me quedan a su lado, dedicarme a ella. Tengo derecho a amar. ¿No es cierto?... Yo encontré aquí mi amor. ¡Mi gran amor!...

Adolfo calló, su silencio era mas fuerte que sus palabras. Su rostro estaba mojado. Pero al capitán le pareció que lloraba.

Esta bien, desapareceré la nave, la dejaré caer al mar. No diré nada... Que sea lo que sea.

Entonces, me prometen que no dirán nada. Me lo prometen.

Esta bien, esta bien. Esta tarde dejaremos caer tu nave en el océano y después nos iremos. Ojalá seas feliz.


Los dos hombres se despidieron de Adolfo. Luego se introdujeron en la nave y comenzaron la maniobra de acople. Pero ya Adolfo no veía nada; corría como un loco, como un loco de felicidad.

¡Dione! ¡Dione!... ¡Dione!

Ya había escampado, las nubes grises huían; el cielo se despejaba. Ella estaba de pie, esperándole; sonreía: ya lo sabía; lo sabía, y se lo hacía saber con esa mirada azul que lo envolvía todo.

Se van Dione, nos dejan solos.

Ella no decía nada; su rostro sereno, sus cabellos mojados aún por la lluvia, y esa mirada profunda como la tarde, y aquellos ojos azul verdosos, tornándose pardos, y luego castaños rojizos, después castaños oscuros, grisáceos y por último serán negros, negros como la noche.

Allá van las dos naves, pronto se irán Dione. Regresan a la Tierra, donde no volveré nunca más. Me quedo contigo. ¡Adiós humanidad! ¡Adiós egoísmo! Quédense con su civilización, con sus ansias absurdas de acumular riquezas. Yo tengo lo que ustedes nunca podrán darme. ¡Un amor eterno!

Adolfo llévame a la playa, a nuestra playa.

Él contempló sus pupilas castañas; acarició sus cabellos todavía húmedos.

Ven, vamos.

Iban hacia la playa unidos, tomados por la cintura.

El agua se levantó bruscamente ante el impacto de la nave dejada caer.

¿Qué hacemos ahora capitán?.

Nos marchamos. Espera, antes de irnos sobrevolaremos el planeta por última vez.

El capitán de la nave contemplaba el paisaje. Fue entonces cuando descubrió una pequeña playa. Allí estaba Adolfo; caminando sobre la arena. El capitán pegó el rostro al cristal de la nave, su mirada buscaba algo ansiosamente; mientras un nerviosismo le iba invadiendo. Adolfo parecía hablar con alguien, pero por más que se esforzaba y buscaba no veía a nadie. Fue entonces cuando un escalofrío le recorrió todo el cuerpo; la mano de Adolfo flotaba en el aire, como si acariciase algo o a alguien; su brazo se cerraba, se ceñía sobre alguien; pero sólo quedaba un espacio vacío; no había nada. ¡Allí no había nadie! ¡Estaba solo! ¡Completamente solo!

Wednesday, May 09, 2007

El sentido del humor

Iván acababa de decir un chiste y todos reían, todos menos Hanlet, él nunca reía, a Hanlet esas cosas le parecían disparates, palabras sin sentido. Al principio trató de analizar esas frases, pero nunca les hallaba sentido, la experiencia le fue enseñando que detrás de esas frases absurdas venía siempre la risa y cuando Hanlet escuchaba la carcajada se despreocupaba de encontrarle algún sentido, eran cosas de humanos: chistes, burlas y juegos que parecían tener como único objetivo producir la risa.

Hanlet era un robot autoprogramable, él mismo realizaba su aprendizaje, analizaba sus propias experiencias, acumulaba conocimientos, casi pensaba como un humano más. Estaba programado para detenerse ante la voz de ¡alto!, además tenía un interruptor en la espalda para desconectar su sistema, como medida de seguridad, en caso de cualquier peligro o descontrol que pudiera presentar.

Así, con el tiempo Hanlet se convirtió en un investigador del Instituto de Cibernética Aplicada (ICA). Cuando tenía alguna duda él mismo buscaba el libro que necesitaba, lo leía y sacaba las conclusiones necesarias para realizar su trabajo.

El director del instituto era Luís González, un hombre de carácter alegre. A pesar de su corta edad ya era un científico de cierto renombre; precisamente él fue quien confeccionó los módulos de aprendizaje y representación de los conocimientos y quien diseño el núcleo del mecanismo de inferencia de Hanlet.

Había transcurrido un largo tiempo desde el chiste, ahora todos guardaban silencio, todas las miradas estaban fijas en Luís, quien sudaba copiosamente, se pasó la mano por la frente y luego volvió su rostro hacia el electrónico.

Desconéctalo, no podemos continuar con el experimento.

¿Desconectarlo?, eso significa destruir todo el trabajo.

No estamos en condiciones para continuarlo, quizás más adelante... en estos momentos no tenemos los medios necesarios, resulta demasiado costoso y ya hemos agotado casi todos los recursos del trimestre.

El electrónico de mala gana desconectó al humanoide de su fuente de energía, luego lanzó una mirada de disgusto a Luís.


Se hacía necesario relajarse, Iván, el biólogo, no dejó escapar su oportunidad de decir algo.

Ya ves, mi esposa me sale más cara que un hijo bobo y sin embargo no puedo librarme de ella.

Hanlet cogió la frase al vuelo y trató de interpretarla, con esa tremenda rapidez de deducción que le caracterizaba:

"¿Qué tiene que ver una esposa con un experimento? ¿Por qué se quiere librar de ella? ¿Cómo se mide el costo y la eficiencia de una esposa?".

Fue entonces cuando escuchó las risas.

"Es una broma no debo continuar los razonamientos. Información superflua".

Luís se acercó al especialista en electrónica, le puso la mano en el hombro y le dijo.

Vamos Tony, no hay porqué tomarlo tan a pecho, era un proyecto demasiado ambicioso. Cada cosa tiene su momento. Todavía no estamos preparados para enfrentar este trabajo. Vamos, continuemos con la construcción del humanoide.

No estoy de acuerdo contigo Luís, te estás acomodando diciendo esto se marchó.

A Luís, la relación con Tony siempre se le hizo difícil, aunque muy inteligente tenía un carácter demasiado iracundo, casi siempre pensaba que todo lo que se hacía era para molestarle y que estaba rodeado de incapaces.

En la otra sala estaba el resto de los investigadores, entre ellos Hanlet, esperando por Luís para comenzar los preparativos. Luís entró de prisa y observó con disgusto que Tony no estaba.

Iván, el biólogo, le lanzó una mirada burlona a Hanlet, luego señalándolo con su dedo índice, sentenció.

He ahí, al último de los androides, nos espera una nueva era, la de los humanoides.

Inmediatamente Hanlet puso a funcionar su procesador central, buscó en su memoria pero era inútil, la palabra androide no existía, tampoco estaba humanoide. El sabía que era un robot, que estaba compuesto de piezas. ¿Que tenía que ver él con los androides? Buscó en su memoria alguna palabra parecida y encontró androfobia: aversión a los hombres, descompuso la palabra y encontró que fobia era aversión luego andro tenía que ser hombre, de lo que se desprendía que androide tenía que ser una palabra compuesta. Iba a empezar a buscar las palabras terminadas en oide para realizar comparaciones y sacar conclusiones, cuando escuchó la risa. De todo esto Hanlet obtuvo un nuevo aprendizaje, no debía apresurarse más en realizar los razonamientos sin antes haber esperado unos segundos, si no se producía la risa entonces iniciar cadena de razonamientos. Realizó las auto-modificaciones necesarias.

Hanlet estaba acostumbrado a las limitaciones de su léxico, él no era un robot lingüista, sus funciones eran puramente técnicas, fórmulas, algoritmos, leyes, etc.

El pobre exclamó Iván mientras miraba compasivamente al humanoide tendremos que construirle una mujer o morirá de soledad... Se imaginan como será el mundo dentro de poco, no podremos piropear a las mujeres sin correr el riesgo de que estemos enamorando a una máquina.

Hanlet esperó unos segundos y escuchó la risa. "Ya no efectuaré más operaciones innecesarias" se dijo a sí mismo.

Hanlet se fue acercando lentamente, sin dejar de contemplar aquel extraño ser. Por dentro era una máquina y por fuera parecía un hombre, los ojos, el pelo, la piel... "¿Para qué serviría aquel semi hombre? Tenía que buscar en los libros la palabra humanoide, había algo que no estaba claro.

Los receptores o sentidos de Hanlet eran independientes a su sistema central, de ahí que pudiera efectuar operaciones lógico-semáticas; o sea "pensar", mientras paralelamente estaba escuchando o leyendo algo. Por eso no se había perdido ningún detalle de la conversación de Iván que aún continuaba su perolata.

... Aunque en realidad debemos construir dos mujeres una para él y otra para mi; eso si, la mía tiene que ser muda nuevamente las risas.

Luís parecía no escuchar, por un momento pensó en Rebeca, le preocupaba el hecho de que Rebeca se opusiese a tener un hijo. Consultó su reloj, eran las 5.00 y la prueba no empezaría hasta las 5.30 y como ella estaba de vacaciones decidió darle una vuelta. Luego de comunicárselo a Iván salió al parqueo, abrió la puerta del auto y se acomodó al timón; también Hanlet se acomodó a su lado, como de costumbre. Desde que fue construido siempre lo acompañaba a todas partes. La idea inicial era dejarlo en el instituto, jamás se le hubiese ocurrido llevarlo a su casa, pero Hanlet era tan gracioso. Luís recuerda aquel primer día de trabajo, caminaba torpemente, a veces decía palabras incomprensibles, desde el primer momento se apegó a él, nadie se explicó nunca porqué. Hanlet lo seguía a todas partes, y hasta parecía imitarlo. Desde entonces Luís se convirtió en su educador, en su guía. Luís recuerda la primera vez que Hanlet montó en el auto: Cuando abrió la puerta del automóvil, Hanlet también la abrió, entró y se sentó, y Hanlet hizo la misma operación y cuando se recostó hacia atrás; Hanlet lo imitó. Lo miró con idea de sacarlo del auto; él también lo miró... no pudo. Desde entonces Hanlet lo acompaña a todas partes.

Ya habían penetrado en el túnel, iban a casi 90 km/h. Luís recordaba las veces que tuvo que regañar a Iván por gritarle a Hanlet la palabra ALTO, con la cual se detenía en seco y esperaba dócilmente la instrucción de continuar; como abusaban de él, fueron muchas las veces que se encontró a Hanlet en estado cataléptico sosteniendo algo pesado entre sus brazos. Tuvo que sancionar a Iván y prohibir dar la voz de ALTO.

Comenzó a aminorar la marcha, ahora el auto subía por una calle estrecha, a la salida del túnel la calle se torcía, siendo cada vez más pronunciada la curva hasta coincidir con la calle principal. Luís se detuvo frente a la puerta de su casa.

Abrió la puerta, penetró en la sala, se detuvo un momento, un extraño sentimiento le invadió, hacía tiempo que las cosas no estaban muy bien entre ellos; quizás si tuvieran un hijo... pensó.

Los sentimientos son demasiados complejos para analizarlos fríamente, tal vez es el único campo donde la lógica no tiene nada que hacer, y a veces se prefiere seguir creyendo en cosas que ya no existen.

Entró al cuarto, ella estaba allí dormida, se le acercó y la tocó suavemente, ella se volvió lentamente a la vez que se estiraba y bostezaba. El se sentó. Ella, como siempre, le quitó los espejuelos y los dejó caer sobre la cama.

Bueno, ¿a qué has venido? le preguntó, mientras abría aún más sus grandes ojos.

A verte, a que más.

Se hizo un largo silencio, no había nada que decir, como no fuera continuar con una riña que habían tenido por la mañana. Luís rompió el silencio.

Sabes... fracasó el proyecto, tuvimos que pararlo dijo él bajando la vista.

¿Cuál?, ¿el lector de pensamientos?

Si.

¡Me alegro!

¿Y por qué te alegras? ¿Se puede saber?

¡Claro que me alegro! ¡Eso es horrible! ¿Te imaginas? Saber lo que los demás piensan; entonces... yo no tendría secretos para ti.

Eso sería lo ideal.

Eso es absurdo. A ver, ¿que tu harías si yo te engañase con otro hombre?

Le daría la orden a Hanlet para que te liquide

Luís nunca la tomaba en serio. Cuando discutían era ella la que hablaba y hablaba sin parar. Sólo una vez discutió fuertemente con ella y sin decir nada más, se fue. Ella lo fue a buscar y le pidió que volviera, se veía demacrada, parecía enferma.

Luís se puso de pie lentamente.

Adiós Rebeca.

Abandonó el cuarto con una rara sensación de tiempo perdido. Era como si él fuese otro o ella fuera otra, otra Rebeca, distinta a aquella que una vez conoció, aquella que alguna vez amó.

Ya estaba dentro del auto, esperó a que Hanlet entrase y partió hacia el instituto.

La prueba estaba al comenzar, eran las 5.25. Luís noto que no tenía los espejuelos puestos bueno de todas formas no me hacen mucha falta pensó, otras veces mandaba a Hanlet a buscarlos, pero ahora no había tiempo que perder.

Todos estaban listos para comenzar, cuando Luís escuchó el sonido de su teléfono celular y escuchó la voz de Rebeca dando gritos de terror.

¡Auxilio!, ¡socorro!, me mata, Luís pronto... ¡No!".

Luís soltó el aparato y salió corriendo en busca del auto, una terrible ansiedad lo invadía, en pocos segundos estuvo frente a la puerta de su casa, estaba abierta, se lanzó hacia dentro desesperadamente. "Era su voz, estoy seguro que era su voz", se decía, "¿y si no era su voz? ¿O si era una broma?". Se dirigió hacia el cuarto.

¡No!,... no es posible. ! ¡Rebeca! Una sensación de angustia, que le producía un terrible malestar mezcla de horror y duda. Unos leves movimientos comenzaron a sacudir su cuerpo.

Rebeca, tendida en el suelo, inmóvil, con el rostro ensangrentado. ¡Muerta!.

Luís no podía creer lo que estaba viendo, Rebeca muerta y el estaba allí sin saber qué hacer. Estaría soñando, sería sólo una pesadilla. Rebeca muerta, ¡que absurdo! Tenía que despertar de un momento a otro. Aquello era demasiado repentino, demasiado irreal. Sintió pasos detrás de sí, se volvió y se encontró con las caras perplejas de sus colegas que lo habían seguido, también Hanlet estático lo observaba. Sintió que todo se movía a su alrededor, lo veía todo confuso, la muerte era algo tan lejano y había llegado de una forma tan inesperada. Lloró por ella y por él.


Iván fue el primero en reaccionar, se acercó a al cadáver de Rebeca y comenzó a revisarla, a su vez Tony telefoneó a la policía, después cogió a Luís y lo llevó para la sala.

Pocos minutos mas tarde llegaba la policía. Revisaron el cadáver, registraron la casa, tomaron fotos, y luego fueron interrogando uno a uno a los testigos, el último fue Luís.

Frente a él estaba un hombre, más bien gordo de mirada penetrante. El cual le hizo algunas preguntas de rutina. Luego lanzó una mirada a su alrededor y fijo su vista en Hanlet.

¿Y ese robot lo acompañó a usted cuando visitó a su esposa?

Si.

¿Y cuando volvió al instituto regresó con usted?

Si.

¿Está seguro?

Si.

Miró a su alrededor, se fijó en el rostro de los investigadores, en los que vio reflejada cierta indignación.

Bueno, sé cómo se debe sentir y es lógico que en estos momentos no tenga deseos de hablar, en otra oportunidad hablaremos con más calma.

Se disponía a marcharse cuando el oficial se volvió hacia el grupo de científicos.

¿Alguien más se ausentó durante las 5.20 y 5.25? ¿Notaron ustedes la ausencia de alguien?

Casi al unísono todos los rostros se voltearon hacia Tony, este palideció, haciendo un gran esfuerzo para controlarse respondió

Yo.

¿Donde estaba?

Salí un momento a... a merendar algo.

¿En qué lugar?

En... en la cafetería Venus.

¿Dónde queda esa cafetería?

Aquí... en la esquina.

¿Alguien lo vio regresar a la sala?

Se hizo un silencio absoluto.

¿Y cuando se realizó la llamada tampoco estaba?

Algunos negaron con la cabeza, otros bajaron la vista.

El inspector se detuvo frente a Tony.

Sin embargo, usted vino junto con ellos. ¿Cómo llegó hasta aquí, si usted no se encontraba en la sala cuando se realizó la llamada?

Tony se llevó una mano al rostro sudoroso, sus ojos oscuros se movían nerviosamente.

Yo... yo regresaba... y vi como todos salían en sus autos precipitadamente, supuse que algo había sucedido y decidí seguirlos.

Alguno de ustedes lo vio tomar el auto o lo vio llegar en el grupo.

Figúrese con el nerviosismo, nadie se fijó, yo reparé en él cuando lo escuche hablar por teléfono llamando a la policía dijo uno de los científicos.

El oficial se dirigió a los policías que le acompañaban.

¿No encontraron nada sospechoso?

No, teniente.

Bueno tómenle los datos a él dijo el oficial, señalando con su dedo a Tony. Luego poniéndole la mano en el hombro a Luís, le dijo.

Cuando tenga tiempo registre bien la casa a ver si le falta algo. Bueno lanzó una última mirada a todos y se marchó.

Todos se ha habían ido, estaba solo. Afuera el crepúsculo anunciaba la muerte de un día, un día triste; dentro todo se hacía oscuro. A través de la ventana penetraban los últimos rayos de luz formando sombras en las paredes de un cuarto vacío.

"¿Quién pudo ser? ¿Quién?... ¿Por qué?... ¿Por qué?”

No había respuesta, sólo la oscuridad que lo iba abarcando todo y esas sombras confusas, extrañas.

"¿Quién?... ¿Por qué?... ¿Quién?". Se repetía una y otra vez mientras la noche seguía su paso inexorable.

Luís se despertó sobresaltado, había tenido una horrible pesadilla, extendió su mano derecha y palpó la cama vacía, le dolía intensamente la cabeza, todo era tan sorpresivo, podía verla aún con el rostro ensangrentado, tenía su imagen fija; ella ahí en el suelo, ¡muerta!

"No, que es esto, debo tranquilizarme".

Se dirigió hacia la cocina para tomar un poco de agua, al pasar por la biblioteca vio la luz encendida, allí estaba Hanlet, leyendo un libro y sobre la mesa habían varios libros más, todos abiertos, parecía como si estuviese buscando algo. Pero el ánimo de Luís no estaba para hablar con nadie y continuó su camino, mientras Hanlet seguía allí leyendo afanosamente.

Se escuchó el timbre. Abrió la puerta, ante él estaba la figura gruesa del oficial que tenía a su cargo la investigación del crimen.

Buenos días.

Buenas.

El hombre entró en la habitación y lanzó una mirada desconfiada a su alrededor.

Siéntese le dijo Luís.

¿Notó si le faltaba algo?

No, todo está en orden.

Escuche, tengo que decirle algo muy importante. A las 5.25, el viejo de enfrente, vio salir a un hombre de su casa.

¿Cómo?

Como oye, un hombre salió de su casa en el momento del crimen.

Pero... ¿Quién?

No lo sabemos, no se ha podido identificar aún.

El oficial fijó su mirada en el rostro de Luís.


¿Conocía a alguien que visitara su casa cuando usted no estaba?

No, nadie.

¿No se imagina quién pudiera ser?

No tengo la menor idea.

Me gustaría inspeccionar nuevamente el garaje.

En el garaje había una escalera que conducía al patio, este era estrecho y largo, tenía dos puertas una al frente que daba a la calle y otra al fondo que daba al túnel, ambas habrían automáticamente ante la proximidad de un auto. Si se entraba por el túnel y se quería volver a él, había que salir en marcha atrás, lo mismo sucedía si se entraba y se salía por la calle. El oficial después de observar el garaje detenidamente se viró hacia Luís.

Su esposa lo llamó a las 5.25 pidiendo socorro, este hombre salió de su casa a las 5.25 por el frente del garaje, fue visto al salir pero no al entrar, según el hombre que lo vio no parecía llevar prisa. Verdaderamente usted no tiene idea de quien pueda ser ese hombre.

No, ninguna.

Tan pronto el oficial se hubo marchado, Luís se encaminó hacia la biblioteca, allí estaba Hanlet, leyendo.

Hanlet era capaz de leer una página de una sola pasada, siempre leía con alguna finalidad práctica, buscando dar solución a algún problema. También estaba programado para efectuar una pausa de seis horas durante la noche, luego de este descanso su mecanismo se ponía a funcionar de nuevo.

Luís se acercó a Hanlet, sin hacer ruido, comenzaba a sentir curiosidad, Hanlet estaba inmóvil como pensando, observó los libros que estaban sobre la mesa: "La investigación de un crimen", "En busca del móvil", "Texts aplicados a la criminología","Deducciones sobre un asesinato". Por primera vez le asaltó la duda ¿Qué hace Hanlet leyendo estos libros? Recordó que aquellos libros eran de la época en la cual estaban desarrollando un sistema experto para enseñar a los nuevos policías cómo investigar un crimen y además servirle de asesores permanentes. Pero... ¿Para que le sirve a él ese aprendizaje?, no tiene nada que ver con su trabajo. ¿Para qué necesita adquirir conocimientos sobre ese tema? Quizás la muerte de rebeca lo ha afectado, pero... ¿Por qué? Tal vez el presenciar un crimen había despertado en él su curiosidad. ¿No estaría Hanlet tratando de descubrir al criminal? No pudo resistir más la curiosidad.

¿Que haces? le preguntó al fin.

Hanlet pareció no darse por aludido y se alejó lentamente. Luís quedó totalmente sorprendido, eso no estaba previsto. ¡Hanlet no le hacía caso!, fingió ignorarle, estaba actuando por su cuenta.

Tengo que hacer algo, todo esto lo está afectando. ¡Ya sé lo que voy a hacer!


Buscó a Hanlet por toda la casa, por fin lo encontró; estaba en el cuarto frente a la cómoda, mirándose al espejo.

Hanlet, tienes que incorporarte al instituto y continuar con las investigaciones, yo empezaré la semana que viene. ¿Me oyes?

Si señor.

La voz de Hanlet se escuchó grave, apagada. ¿Si señor? su contesta siempre era "si Luís" o simplemente "si". ¿Cómo podía haber cambiado tanto? . Fue a preguntarle a Hanlet, pero este no le dio tiempo, salió rápidamente de la habitación. El crimen lo ha trastornado, ahora se cree detective.

Luís se dejó caer pesadamente sobre la cama, cruzó sus manos tras la nuca y fijó la vista en el techo. ¿Que está sucediendo?, un desconocido asesina a mi esposa...Hanlet no me trata como antes. ¿Por qué? Hasta hace poco era un hombre optimista, ahora todo es oscuro, extraño. ¿Que ha pasado?, ¿que hacer?...

Pasaron algunos días, todos iguales; Luís lentamente se iba acostumbrando a su nueva realidad, era un hombre joven,
Inteligente; podía resistirlo, podía empezar de nuevo; volver a ser como antes; No, como antes no; sólo volver a ser. Pensó en Hanlet ¿que estaría haciendo? tomó el teléfono y llamó al instituto.

Dígame.

Te habla Luís, dime: ¿qué está haciendo Hanlet?...

¿Cómo te sientes Luís?, te habla Tony.

Bien, ¿que está haciendo Hanlet?

Desde que llegó no sale de la biblioteca, no hace más que consultar libros.

Sigue en lo mismo.

¿Que dices?

Nada Tony, hasta luego.


Colgó el teléfono ¡se ha vuelto loco¡ ¿Qué es lo que quiere saber?, no le hace caso a nadie. ¿Qué está tratando de averiguar? ¿Por qué lo está haciendo por su cuenta? Sin dudas, está jugando a los detectives. Pero, ¿Por qué? Ese no es su dominio de aplicación, está totalmente fuera de contexto. Está realizando un aprendizaje para sí mismo. Quizás la idea de la muerte lo ha confundido. Y ahora su único objetivo parece ser descubrir al criminal.

Decidió no pensar más en Hanlet, porque entonces el que se iba a volver loco era él, ya tenía bastantes problemas. Lo mejor era esperar hasta la próxima semana, cuando empiece a trabajar, y entonces, pondrá a Tony al corriente de la conducta de Hanlet, y luego decidir qué hacer; ahora lo mejor era olvidarse de Hanlet; olvidarse de todo, de todo.

Luís estaba sentado en la sala cuando sintió el timbre, abrió la puerta, frente a él tenía al inspector de la policía, quién le miraba sonriente.

Ya detuvimos al presunto criminal.

¿Cómo? dijo Luís, mientras sentía el agitado latir de su corazón.

Si, lo detuvimos ayer; un tal Roberto Ramírez, el hombre reconoció haber estado aquí y haberse marchado a las 5.25, pero niega haberla matado, sin embargo confesó algo que lo compromete.

El oficial mientras aspiraba el humo lanzó una mirada a Luís.

¿Qué confesó?

Bueno es algo penoso pero, en fin, cumplo con mi deber al decírselo, era... el amante de su esposa.

Ya a Luís no le sorprendía nada, todo ocurría tan de repente, aquello parecía un juego, un juego macabro, donde todos se habían puesto de acuerdo para volverlo loco, tenía que mantenerse ecuánime.

¿Usted está seguro de lo que dice?

Tenemos la declaración hecha por escrito, si usted lo desea puede pasar a verla.

No gracias, pero... ¿Por qué la asesinó?

El niega haberla asesinado, pero el mismo confesó el motivo el oficial guardo silencio, esperando el efecto de sus palabras.

¿Cuál motivo?

Reconoció que... su esposa quería dejarlo, y que habían discutido. Otra cosa, el utilizaba el túnel para entrar y salir de la casa.

Pero si el podía utilizar el túnel, ¿como es posible que saliera a la calle?

Amenazó a su esposa con contárselo a usted. El quería que lo vieran. El inspector dio unos pasos y luego volvió su rostro hacia Luís.

Usted está seguro que su esposa lo llamó a las 5.25.

Completamente seguro, a esa hora comenzaba el experimento.

A esa misma hora, a las 5.25 le vieron salir de su casa. Si solo hubiese salida unos minutos antes pudo haber regresado por el túnel, asesinarla y salir nuevamente por el túnel. Con lo cual tendría una coartada. A no ser que el hombre que lo vio salir tuviese el reloj adelantado unos minutos o que se haya confundido. Por otra parte ese hombre estaba en su casa cuando usted llego y el afirma haberse ido poco después que usted salió. Usted no noto nada raro en su esposa.

No, aunque últimamente ella...

Luís guardo silencio y por unos segundos esquivo la mirada del inspector.

Esta bien, no se preocupe. De todas formas si se acuerda de algo me llama. Bueno solo quería decirle que tenemos detenido al presunto criminal de su esposa y que todas las pruebas lo acusan, obviando el detalle de un minuto o dos, que teniendo en cuenta que el testigo es un anciano, lo mas probable es que lo encuentren culpable. Por eso es importante que usted analice todo lo sucedido y que recuerde si existe algún detalle que no nos ha dicho. Se que usted tiene motivos para alegrarse de que lo condenen. Pero yo pienso que ese hombre es inocente.

Luís se sentía molesto, ¿le había dado a entender que el le ocultaba algo? ¿Lo creía capaz de ocultar alguna prueba para culparlo? ¿Por que le insiste tanto en que existe algún detalle que no le ha dicho? Algún detalle...

¿Que le parece si reproducimos los hechos?

Como usted quiera respondió Luís, fríamente.

Usted recibió la llamada a las 5.25, ¿qué dijo ella?

No recuerdo bien, pero... daba gritos y pedía auxilio.

O sea que ella tuvo tiempo de buscar el teléfono, porque seguramente no lo tiene a mano, y pedir auxilio; cosa poco usual, casi nunca los criminales dan esa oportunidad.

Tal vez se cayó o se dio algún golpe al perseguirla y perdió algunos segundos añadió Luís.

Es posible, luego eso no nos dice nada, tampoco se encontraron... bueno continuemos; usted vino para acá y detrás sus colegas... hay alguien que me inquieta, ese tal Tony, nadie lo vio hasta el momento del crimen.

El oficial comenzó a abrir un sobre que tenía entre sus manos, luego sacó unas fotos y se las extendió a Luís.

Mire estas fotos, fueron tomadas el día del crimen, en la primera aparecen todos los autos de sus compañeros que estaban parqueados en la calle. Observe que hay ocho autos y en su casa se encontraban siete personas y el robot. O sea que cada uno vino en un auto. Pero hay algunos detalles que se me habían escapado.

Hizo un corto silencio.

El orden de los carros. ¿Por qué el auto de Tony aparece al principio, si él fue el último en llegar? Él alega que como el último auto parqueado llegaba a la esquina, decidió seguir de largo. Teniendo en cuenta que unos minutos antes Tony había estado cerca de su casa... ¿No le parece extraño?

Bueno... No sé...

Por otra parte las relaciones entre usted y Tony no eran muy buenas. El siente celos por usted, celos profesionales. El quiere ocupar su lugar.

Calló nuevamente esperando el efecto de sus palabras.

No sé si usted se da cuenta a donde yo quiero llegar, mire, yo estoy casi seguro que el asesino es alguien del instituto y que ese alguien llegó, asesinó a su esposa y se ocultó, y luego reapareció en el grupo, por eso necesito que piense bien, antes de responderme esta pregunta. ¿Cuando usted llegó a su casa no había ningún auto en los alrededores?

No.

¿Está seguro?

Bueno... yo estaba muy nervioso, pero no recuerdo haber visto ninguno.

Pero pudo haber estado en el frente de su casa y entonces usted no lo hubiese visto.

No, yo no, pero...si lo hubiese visto Pascual.

¡Claro, el viejo de enfrente! Sólo queda una posibilidad el criminal entró en auto por el túnel sin ser visto, y asesinó a su esposa y luego esperó a que los demás llegaran y se incorporó al grupo, o que haya llegado a pie, cosa improbable, dado lo apartado del lugar. Pero hay un inconveniente, en su garaje sólo cabe un auto. Y en el garaje estuvo el auto de Ramírez desde las 5.15 hasta las 5.25, y ahí está la clave de todo; el asesino tuvo que llegar o cuando Ramírez estaba dentro de la casa, o justamente en el momento que este salía; en el primer caso, que es el que encaja con la hora, teniendo en cuenta que Ramírez salió a las 5.25 y a esa misma hora lo llamó su esposa, el asesino tuvo que detener el auto en el túnel que va a su casa, sin poder entrar al garaje, ya que este estaba ocupado. Entro a su casa, esperó que Ramírez se fuera y la asesinó y luego dio marcha atrás salia al túnel principal y se incorporó al grupo: esto es una hipótesis. Ahora de lo que no tengo la menor duda, es... Que es alguien del instituto, alguien que conocía bien todos tus movimientos. He estado pensando en Tony, por eso lo he interrogado varias veces. El sabe que sospecho de él. Se ve atemorizado, quizás tenga cierto remordimiento por algo...Reconoció sus defectos, su envidia por usted. Pero tiene una cualidad increíble: una tremenda memoria visual, y fue el único que pudo verlo todo, y tal vez el único que no sabía realmente lo que pasaba, o que lo sabía todo.

En sus labios asomó una leve sonrisa.

Sabe usted lo que alega el fiscal para considerar a Ramírez culpable.

No lo sé respondió Luís.

Dice que Ramírez vino a su casa con la idea de matarla y matarse después, por eso se exhibió, pero como luego no tuvo el valor para matarse decidió ocultar el crimen.

Luís se daba cuenta que el inspector se estaba recreando, que lo mejor venía ahora.

¿Quienes utilizaban tu auto?

A mi esposa no le gustaba manejar, quien lo utilizaba a veces era Hanlet.

¿Y el auto del instituto?

Lo utilizaba Tony, Hanlet o yo.

Se da cuenta, el cuadro se cierra. El segundo auto era el suyo, y usted vino en él; y el último el del instituto, en el cual vino el robot, y estaba parqueado al final y algo mas interesante aún; Tony no vio a Hanlet salir del instituto junto a los demás, ni al automóvil en el cual vino, y cuando llegó a aquí en el momento del crimen el carro del instituto tampoco estaba. Por lo tanto el robot parqueó después. ¿Donde estuvo el robot en ese tiempo?

Pero usted olvida algo, ni Hanlet tenía orden de matarla, ni tenía porqué regresar a la casa. El no realiza ninguna acción que no se le mande, o que no haya realizado antes. Además basta gritarle la palabra ALTO y se detendrá en seco, y eso Rebeca lo sabía. Es totalmente imposible, el no pudo llevar a cabo esa acción.

Si, Tony pensaba lo mismo al principio, pero es que sólo existen tres posibilidades o fue Ramírez y le hacemos caso a la tesis del fiscal, o fue Tony y está tratando de culpar al Robot o fue este último. Ahora contésteme una pregunta. Cuando usted regresó con el robot después de visitar a su esposa, ¿recuerda haber visto al robot a su lado en el instituto?

No recuerdo haberlo visto.

Ni usted, ni nadie está seguro de haberlo visto durante el experimento. Aunque tampoco estaba Tony, este llegó después. Entre el robot y Tony, yo me inclino por el robot. Por eso he venido a verle. Yo no sé cómo piensan los robots y no sé que puede motivarlo a cometer un crimen.

Eso es absurdo, no existe motivo alguno que lo pueda
Llevar a cometer un crimen, simplemente no está programado para eso.

Pero según Tony, el robot últimamente tiene un comportamiento muy extraño. ¿Usted no ha notado nada raro en el robot? ¿Es lógico que se ponga a estar leyendo libros de criminología?... Tony me pidió que lo consultara... Nadie mejor que usted conoce a ese robot, pero también conoce a Tony. ¿Qué usted cree?

¿No pudo ser otra persona?

Usted quiere ganar tiempo, le es difícil creerlo; pero yo no creo en los milagros. Los hechos acusan a Ramírez, pero la lógica nos lleva a Tony o al Robot, o quizás a ambos; Porque también existe esa posibilidad que el crimen hubiese sido cometido en complot con el robot, en ese caso Tony debía tener una buena coartada, no me parece lógico, a no ser que haya obligado al robot a cometer el crimen, y vino con él para asegurarse. La pregunta es: ¿el celo profesional que sentía por usted podría llevarlo a cometer semejante crimen? Me parece que no, yo me inclino por creer que ese robot tiene algún desperfecto, algún tipo de descontrol... Según Tony ella detestaba al robot...

Quizás usted tenga razón, el comportamiento de Hanlet últimamente ha sido muy extraño, creo que lo mejor es hablar con él.

Eso es lo que le quería proponer, hace falta que usted lo interrogue, que... que lo acuse directamente.

Lo intentaré.

Ambos entraron en el instituto, al ver a Luís todos salieron a su encuentro.

¿Hanlet?, ¿dónde está Hanlet? fue lo primero que preguntó.
En la biblioteca, no sale de la biblioteca.

Todos salieron a saludar a Luís, pero al verlo con el teniente, sabían lo que sucedería; Hanlet sería interrogado, por su parte Luís, pareció ignorarlos; sólo tenía una idea fija: Hanlet. Ambos hombres se dirigieron a la biblioteca.

Allí estaba Hanlet, sentado en un rincón, con varios libros sobre la mesa, pero él no leía, estaba inmóvil, los dos se le acercaron, pero él parecía no ver, ni oír nada, seguía inmóvil.

Luís se detuvo frente a él.

Hanlet ¿que ocurrió el día que asesinaron a mi esposa?

Se hizo un breve silencio, Hanlet seguía sin moverse, al fin se escuchó su voz, más monótona que nunca.

No sé que ocurrió ese día.

Luís conocía demasiado bien a Hanlet, ante una pregunta como la que él le hizo, debía responder inmediatamente, y sin embargo demoró en responder y Hanlet sólo era capaz de demorarse cuando tenía que tomar alguna decisión, sin dudas la respuesta había sido decidida por Hanlet tras ciertos segundos de análisis y lo que era aún peor esa no era la respuesta usual en él, sus respuestas eran siempre exactas y con el menor número de palabras posibles, mas bien lo que hizo fue repetir la pregunta pero negándola. Estaba claro que Hanlet estaba ocultando la verdadera respuesta. Ya Luís no tenía la menor duda. Hanlet estaba ocultando algo o... Era el asesino.

¡Hanlet a mi no puedes engañarme, tu mataste a mi esposa! Supongo que tienes toda la información guardada en memoria, es más estoy seguro que debes tener la grabación de todo lo que sucedió ese día.

Si señor respondió

Bien, quiero que reproduzcas todos los hechos en secuencia antes del crimen, o sea, que me des la información sobre los hechos más importantes en dependencia del tiempo y las causas, que te llevaron a cometer el crimen.

Se hizo un breve silencio, el oficial se secaba el sudor de la frente, Luís miraba a Hanlet fijamente como si tratara de adivinar lo que estaba ocurriendo en su interior. Al fin se escuchó la voz de Hanlet.

Ese día usted fue a ver a su esposa, hablaban cosas de humanos (grabación). "A ver que tu harías si yo te engaño con otro". "Le daría la orden a Hanlet para que te liquide". Siguieron hablando otras cosas. Luego regresamos al centro, vi. que le faltaban los espejuelos y regresé a buscarlos. No pude entrar en el garaje. Había un auto. Dejé el auto fuera y subí por la escalera del garaje. Entré silencioso, allí había un hombre, estaban hablando: "Roberto tenemos que separarnos... Luís no debe saber que yo lo engaño". "Tienes que dejarlo Rebeca, déjalo y ven conmigo". "No puedo, por favor vete, estoy muy nerviosa, vete". "Está bien, se que quieres abandonarme pero no te lo permitiré, soy capaz de todo, hasta de matarte". El hombre se fue. Ella me vio. "Ah, me estabas espiando ¿verdad?, regresaste para sorprenderme, seguro que le irás con el chisme a tu amo; ahora verás, haré que Luís te destruya, él me creerá a mi, voy a acabar contigo, maldito expía, ahora vas a ver". Cogió el teléfono: "Auxilio, socorro, me mata, Luís, pronto". Yo estaba frente a ella, en estado de alerta. Tenía la orden de matarla, pero esta era indirecta, no se me había comunicado directamente pero estaba dada y ella lo sabía y estaba tratando de que no hiciera. Me le acerqué, alcé el brazo, pero algo me detuvo, ella me miró con los ojos muy abiertos y sólo dijo ¡no! Le di un golpe y la liquidé, me encaminé al garaje; cuando iba a salir al túnel principal, sentí el sonido de varios autos; usted venía al frente y los demás le seguían a toda prisa, algo no andaba bien, decidí seguirlos; parqueé al final y entré con el grupo; Vi como todos se acercaban al cadáver: "No, no es posible, Rebeca". Decía usted. Todo era muy confuso, llamaron a la policía; no sabía que estaba ocurriendo y decidí esperar, pero nadie me decía nada. ¿Que debía hacer? Vino la policía se mencionó las palabras crimen y asesinato. ¿Qué estaba ocurriendo? Yo tenía orden de liquidarla. Entonces comencé a investigar que era un crimen y quienes son los criminales. ¿Tenía orden de liquidarla? ¿Qué significa liquidarla?: ¿matarla o desconectarla?... ¿Por qué no pudieron arreglarla? ¿Que es la muerte?... Ella esta muerta... Muerta.

Se hizo un breve silencio, luego se escuchó la voz de Hanlet, era una voz distinta, temblorosa, casi humana.

¿Verdad que usted me ordenó matarla?

No, era sólo una broma le respondió Luís.

Todo estaba claro, Rebeca había sido víctima de su propio engaño, trató de destruir a Hanlet y ella misma pagó las consecuencias.

La cabeza de Hanlet comenzó a girar y a mover los brazos de forma desordenada. El oficial retrocedió asustado y sacó su revolver. La voz grave del robot se escuchó a todo volumen.

Yo la maté, Luís dijo que yo debía matarla si ella lo engañaba, pero era una broma, ¿y por qué ella no se rió?, ¿por qué no rieron? si era una broma tenían que reirse. ¿Por qué ella lo engañaba? ¿Por que ella sabía que tenía que matarla? ¿Por que no dijo ¡alto! cuando la iba a matar? ¿Soy acaso un criminal? ¿Por qué no tengo sentido del humor? Yo no debía matarla pero ella sabía que la iba a matar y no me detuvo, ni tampoco se rieron, luego era una broma, ¡me están engañando!...


Luís se acercó lentamente a Hanlet, le puso la mano en la espalda, apretó el interruptor y dejo de hablar.

¿Qué pasa? preguntó el teniente.

Se descontroló... enloqueció.

Luís miró al teniente, en su mirada había una interrogante, se sentía culpable, el grueso oficial comprendió, le puso la mano en el hombro.

Vamos amigo, usted no tiene la culpa.

Ambos se alejaron, allí quedó Hanlet, víctima de su propia perfección, no pudo resistir la tensión, comenzó a tratar de pensar como los humanos y entró en conflicto consigo mismo. Sólo el hombre puede dudar, pensar en medio de temores y complejos y vivir muchos años atormentado por la duda, pero el Robot no, su pensamiento es demasiado lógico, demasiado práctico, la duda no tiene cabida en él, la duda destruye su fino mecanismo, acaba con su orden, pierde la finalidad y enloquece. No pudo soportar la responsabilidad de sus propios actos, ante la complejidad de las pasiones humanas.