Friday, May 04, 2007

Casa de cristal

Una enorme hilera de autos de kilómetros y kilómetros: embotellados. Las ciudades estaban inundadas de automóviles. Las fábricas; paralizadas. Las calles; desiertas. Las grandes urbes agonizaban, con aquella neblina empantanada en las estrechas calles, ahogadas por los grandes edificios; sobre el cielo, antes azul, ahora cubierto de nubes grises que flotan amezadoramente sobre la ciudad. Eran muy pocos los lugares donde el oxigeno no estaba enrarecido y donde aun era posible contemplar las estrellas: los bosques, las zonas montañosas; lugares apartados. Pero aquí todo se hacía difícil, hasta respirar y esos interminables tranques acompañados de gritos desesperados y el ensordecedor sonido de los cláxones.

La solución era el autovión pero ese proyecto era demasiado costoso y sólo se construían a pedido de algún magnate. Pues sólo ellos podían comprarlo.

¡El halcón!, ¡el halcón!

Gritaron varias voces, mientras se abrían ventanas y balcones.

¡El halcón!, ¡el halcón!

Las mujeres corrían a las azoteas. Y hacían señas. Todas las miradas se elevaban al cielo.

En lo alto un autovión volaba, volaba trazando círculos. Atisbando su área de cacería. Los círculos se iban cerrando.

Las mujeres corrían; "huían" hacia el área de caza.

¡El halcón!, ¡el halcón!

Gritaban todas.

El halcón, Allan Bayron, uno de los multimillonarios del imperio, sobrevolaba la ciudad. A través de la pantalla, conectada al telescopio, podía ver desfilar los rostros de las mujeres.

Esa.

El autovión comenzó su descenso. Los gritos se hicieron más intensos y luego según el avión descendía se fueron apagando poco a poco.


Del autovión descendió un robot, el momento era de expectación, todas estaban ansiosas con la vista fija en el robot que lentamente avanzaba; se abría paso entre la multitud de mujeres; hasta detenerse. Se escucho una exclamación general. Una muchacha menudita y de pelo castaño fue tomada del brazo. Atrás quedaron quejidos y suspiros y algún que otro desmayo.

La gran colina, la colina del halcón. El cielo era azul despejado. Allí no llegaba la niebla gris.

Descendieron, estaban en la colina del halcón; el lugar más misterioso y oculto de cuantos se conocían. Ningún avión podía sobrevolar esa zona. Nadie tenía acceso a aquel lugar, protegido por potentes radares los cuales estaban conectados automáticamente a dispositivos de rayos láser; controlados por computadoras. Cualquier objetivo que pasase por ahí sería desintegrado en le aire. Nadie, nadie podía llegar a la colina del halcón sólo la mujer elegida.

Penetraron en la mansión. Ella miraba asombrada hacia todas partes. ¡Cuanto lujo! Era un salón amplio: alfombras, cortinas, lámparas gigantescas, adornos exóticos, figurillas de oro y de piedras preciosas. ¡Cuantos millones de dólares invertidos en todo aquello! Luego entraron a una sala poco iluminada sobre la que se proyectaba una luz rojiza. Allan Byron le indicó que tomara asiento; un androide se acercó a Bayron.

Que proyectamos hoy.

El 3 301.

El autómata se alejó; poco después apareció un escenario completamente iluminado, donde podía verse un salón antiguo al estilo egipcio; a lo lejos se escuchaba una música exótica. Poco después aparecieron unas mujeres danzando que por su forma de vestir parecían egipcias.

“¿De donde salieron estas mujeres? Pensó ¿Vivirán aquí? ¿Serán esclavas?"

Ellas danzaban, danzaban despreocupadamente; felices con sólo bailar: corrían entre aquellas altas columnas, sus ropas se agitaban con sus saltos; todas con cabellos largos y ojos oscuros. Luego fueron desapareciendo una tras otra, hasta dejar el salón vacío.

Se escuchó un rugido que retumbó en todo el salón y (de súbito) con rápidos movimientos felinos, apareció sobre la plataforma de baile un león; que abría sus fauces para dejar escapar pronunciados rugidos. La fiera comenzó a avanzar lentamente. Ella volteó, aterrada, su rostro hacia Bayron pero este parecía paralizado por la sorpresa; vio al león abalanzarse sobre ella y dar un salto, mientras exhibía sus afilados colmillos; no pudo resistirlo y se desmayó. Al volver en si vio el rostro sonriente de Allan Bayron.

¿El león? ¿Donde esta el león?

No te asustes, no eran más que imágenes tridimensionales.
Se escuchaba una música estridente que se filtraba por las paredes. Un nuevo androide se les acercó y se inclinó majestuosamente.

Que desean tomar.

La luz comenzó a tornarse cada vez más tenue, comenzaron a surgir algunos destellos violáceos; en pocos segundos ante ellos surgió un escenario donde aparecieron un grupo de jóvenes, algunos con las cabezas rapadas; otros, con trenzas y todos armados de guitarras eléctricas, violines eléctricos, órganos eléctricos...

¡Ahh! ¡Los Grink! Exclamó ella entusiasmada.

Ellos gritaban, saltaban, se restregaban por el piso. Eran ¡Los Grink! El grupo del momento. Ella se movía inquieta al compás de aquel ritmo violento, hipermoderno, así le llama la juventud. Allan observaba cada movimiento, cada gesto; ella pareció darse cuenta.

A usted no le gustan los Grink preguntó ella.

¡Oh! Si, me encantan, son maravillosos, sobre todo el cabezón, ¿como es que se llama?

¡Charly Ray! ¡Es el mejor! grito ella.

Siii, sin dudas. ¡Que estilo! ¡Que saltos más espectaculares!

No se... pero tengo la impresión de que no le gustan.

Hace unos días por poco matan a golpes a un hombre ¿y sabe por que? Porque dijo que los Grink no sabían nada de música.

Eso es ser fanático.

¿Y tu no lo eres?

No, yo soy una mujer postmoderna. Fíjese si es verdad que yo no he venido aquí por interés, como otras; que pensaban en conquistarlo.

¿Cómo? dijo Allan poniéndose serio.

Como lo oyes; algunas han pensado que... a lo mejor se embullaba y... se casaba.

¿Tú no piensas así?

Yo no, he leído muchos artículos sobre su persona, usted nunca se casará.

¿Por qué estas tan segura?

Porque lo dice Mary Rank.

¿Quien la sicoanalista? ¿Y tú como...?

Muy sencillo, ella es mi tía.

¿Y que dice de mi?

Que eres un hombre rebelde, inconforme y no sabes porque; que quieres luchar, y no sabes contra quien; y te quieres burlar de todos, y solo logras burlarte de ti; y que en el fondo quieres ser como los demás, pero no puedes. También dice que eres un hombre orgulloso, a veces autosuficiente, y que menosprecias a tus semejantes a los cuales consideras vulgares.

¿Eso es todo?... Creo que tu tía debe cambiar de profesión.

No pudo contener la risa.

A nadie le gusta que le digan las verdades.

¿Verdades?... bueno esta bien, no voy a discutir. Ojala que a tu tía nunca le de por escribir un libro sobre mi.

Pues mira, ya lo está escribiendo.

¡Oh no! ¡Ay que detenerla! Va a cometer una atrocidad.

Sabía que todo aquello era fingido, pero reía, lo representaba bien.

Otra cosa que dice mi tía: que tú nunca hablas en serio; que no confías en nadie, y que odias a los ricos.

A eso si que no, como voy a odiarlos siendo yo millonario.

Mi tía dice: que también te odias a ti mismo.

El la miro a los ojos y con una voz casi infantil, tan distinta a ese tono grave que le era característico, y le preguntó.

¿Por qué?...

No me lo quiso decir, parece que aun no esta segura.

¿Odiarme yo? ¡Un millonario! ¡Un hombre que se puede dar todos los gustos! Puedo comprar una isla para mí sólo; si quiero. Mandarme a construir un cohete, e irme a vivir para la luna. Puedo hacer lo que yo quiera. Tener todo lo que me venga en gana. ¿Te das cuenta? ¡Es ridículo!

Luego se echo a reír con aquella risa profunda, rítmica, ensayada; con la que siempre respondía a los periodistas. Era el hombre seguro de si; catalogado por algunos de sus colegas como: el más irresponsable y temido de todos los magnates.

Allan la tomó del brazo a la sacó a un pasillo estrecho y la detuvo a su lado.

¡El piso se mueve! exclamó.

Si nos desplazamos replicó Bayron.

¡Vamos a chocar con la pared! trató de retroceder pero él la detuvo.

Atravesaron la pared, apareció un espacio iluminado, las paredes parecían inclinadas, ella tenía la impresión de encontrarse dentro de una esfera, luego sintió que descendían al principio suavemente, luego más de prisa... y más de prisa. Ella se abrazó a él asustada. La velocidad fue disminuyendo hasta detenerse.

Las paredes comenzaron a desplazarse mientras luces de colores caían sobre ambos. Ella miraba asombrada como el rostro de Bayron se tornaba a veces azul, otras verde; se miró las manos estaban rojas, luego moradas. Las luces jugaban sobre ellos vistiéndolos de colores; colores fugaces que desaparecían súbitamente; como el despertar de un sueño.

Ahora ambos caminaban, tomados de la mano, ella sentía que penetraba en un mundo cada vez más misterioso. El corazón le latía apresuradamente, todo aquello le recordaba algo de su niñez; tal vez los cuentos de hadas: esos mundos fantásticos, maravillosos.

Le llamó la atención una enorme puerta de hierro.

¿Que hay ahí?

Es una zona prohibida.

Si ya he oído decir que tienes lugares prohibidos, donde nadie puede entrar. Dicen que tienes un jardín donde hay estatuas diabólicas y muchos animales salvajes. ¿Es verdad?

Son habladurías dijo el secamente.


¿Por que tanto secreto? ¿Por que nunca nadie ha visto ese jardín?

Porque no existe.

¿Y que hay tras esa puerta?

¡La muerte! dijo él, abriendo los ojos.

Quiero verla.

Nadie puede entrar ahi.

¿Por qué? ¿Que hay?... ¿El jardín?... El jardín misterioso... ¡Quiero verlo!

El la cogió por el codo y riendo le dijo.

Vamonos de aquí, que es una zona peligrosa.

Y luego agrego en voz baja.

Hay radioactividad.

¿Y el jardín? ¿Donde esta el jardín?

El jardín no existe.

Si existe dicen que tu mismo has ido a África en busca de fieras, y que has contratado a los mejores escultores y arquitectos. ¿Puedes negarlo?

No se como te has dejado engañar así.

Y luego mirando el reloj, dijo.

Mira ya solo disponemos de media hora. ¿Que hacemos? ¿Seguimos recorriendo la casa o hacemos el amor?

Faltan muchas cosas por ver.

Si, haría falta una semana para recorrer todos mis salones.

Ahora comprendo, porque todas las que han venido aquí, luego narran cosas distintas... ¿Y todas hacen el amor?

No algunas se entusiasman tanto con los cosas que ven, que prefieren seguir...

¿Y tu no te enfadas?

No.

¿Entonces? ¿Para que nos traes aquí? ¿Para que admiremos tu imaginación? ¿Para que conozcamos tu poder? o ¿Para reírte de nosotras?

Bayron la miraba indiferente como si las palabras carecieran de sentido para el.

Tu no me comprendes, yo solo quiero mostrarte los adelantos de la ciencia, de la electrónica; que conozcas el progreso de nuestra civilización.

¿Y las relaciones sexuales también forman parte del desarrollo científico?

Bayron soltó una carcajada y exclamó.

A lo mejor, nadie sabe. Ahora veras, te mostrare hasta donde llega el poder de la tecnología moderna.

Bayron comenzó a alejarse, miraba al piso, parecía contar los pasos; luego se detuvo, y se volvió hacia ella.

Observa bien aquí no hay trucos.

Y ante el asombro de ella, desapareció. Luego volvió a aparecer como por arte de magia.

¡Fantástico!

Para mi no hay nada imposible.

Jactancioso y luego lanzándole una picara mirada agregó. ¿Bueno y del amor que?

Oh, eso es muy importante... ven.

Quedó sorprendida al ver el cuarto, allí sólo había una cama y nada más. ¿Como pudo pecar de tan mal gusto? pensó- más bien parecía el cuarto de una sirvienta. Se veía tan abandonado, falto de limpieza; en cambio el colchón y la cama parecían nuevos, como si nadie nunca los hubiese utilizado. En el techo se veían flotando algunas telarañas; pasó sus manos por el borde de la cama y había polvo. Aquello era una excentricidad, era tan distinto a lo hasta ahora visto; esos salones donde el piso brillaba, los muebles lustrosos.

Lo miró indignada, pero luego recordó el jardín: le sonrió y mientras le acariciaba, le dijo.

¿Por que no me llevas al jardín?

Y dale con el jardín.

Se sentó en la cama, le atrajo y se besaron, luego con voz lastimosa le susurró al oído.

¿Por que no puedo ver el jardín?

Allan se dejo caer sobre la cama, estaba ensimismado, su rostro no podía ocultar la nostalgia que le engalgaba.

Nadie puede entrar: ahí reina la princesa Yasiri.

¿Quien es la princesa Yasiri?

¿Quieres saber su historia?

Si, me interesa.

Sucedió hace muchos años... su padre era conde en un antiguo país de Europa producto de las intrigas se había casado con una india de la corte, y de luchas internas por el poder, tuvo que salir huyendo con su hija; para evitar que lo mataran se refugio en el bosque; allí en una cabaña comenzó a vivir con la pequeña Yasiri. El conde estaba lleno de resentimientos contra la humanidad y educó a su hija a su modo. Le prohibió cualquier tipo de comunicación, todo trato con las personas; Pero, aunque ella quisiera no podía hablar con nadie: era sorda. Y así creció. Cuando veía algún cazador huía despavorida, sentía un miedo profundo a los hombres; recordaba las advertencias de su padre. Siempre andaba acompañada de un perro, este cuando olfateaba la presencia de alguien ladraba, y ella inmediatamente se echaba a correr; corría por le bosque, saltaba como una gacela, sus pequeños pies tan ligeros parecían volar.

Una tarde mientras huía de un cazador furtivo, tropezó con un joven que se encontraba acostado sobre la hierva, cayó y rodó por el suelo, y sin ponerse de pie alzó el rostro y lo vio sonreír, tembló de miedo; sigilosamente comenzó a ponerse de pie sin apartarle la vista, una vez de pie fue retrocediendo lentamente.

No te vayas ¿Quien eres? Por favor no te vayas le decía él.

Se lanzó a correr, corrió como nunca, con todas sus fuerzas, con toda su alma; tenía que escapar.

El era un poeta de la corte, que hastiado de todo, iba al bosque en busca de paz; en compañía de su lira. Allí cantaba bajo un frondoso árbol, cantaba a la naturaleza. Allí era feliz, junto al viejo río, aspirando el aroma de las flores y así en esa profunda paz se dormía hasta entrada la noche; cuando regresaba al palacio; para escribir poemas épicos, en los que se alababa al rey, o en las fiestas tocar la lira y cantar alguna balada ridícula, donde el tema siempre era el mismo: la guerra. Hoy, mañana... siempre igual.

Pero esa tarde todo era distinto, la había visto. ¡Ella existía! Había visto sus ojos, sus cabellos largos y su semblante triste; tal como la había soñado.

Esa noche no volvió al castillo. Se pasó la noche cantando bajo la tenue luz de las estrellas, hasta que el sueño le venció y se durmió; al abrigo de aquella noche fría, ¡abrazado a su lira!

Y así pasaron los días el buscándola y ella huyéndole. El cantando para ella y ella sin poder escucharlo.

Si hubiese podido escuchar su canto, pero no lo oía. Y cantaba y cantaba, pero ella no lo escuchaba. No podía escucharlo.


El poeta era de constitución física débil por lo que no pudo resistir aquellas noches frías y húmedas. Enfermó y ya sin voz; la muerte comenzó a darle sus primeras caricias: Apareció la fiebre. Pensó volver al palacio; volver a ser lo que era antes. ¡Un payaso! ¡Un bufón del rey! ¡No! Era preferible morir, aquí, cerca de ella.

La fiebre aumentaba ya apenas podía moverse, de noche deliraba. Se moría, moría de soledad, abandonado a sus sueños, a su último sueño; a su gran amor.

Tal vez ella presintió que se moría; y esa tarde, a la hora del crepúsculo; lo encontró... agonizando. Hacía pocos días que su padre había muerto: conocía la expresión de la muerte; sabía que ese hombre se moría. "También los hombres malos mueren" pensó, y sintió piedad por el, y se le acercó lentamente; abrió los ojos y la vio; fue a huir, pero vio en su rostro tanta alegría que se contuvo; el le decía algo, pero no lo oía; ni siquiera el mismo se escuchaba; su voz se había apagado, solo sus ojos hablaban por el. Cogió su lira y se la ofreció. Ella la rechazó con la cabeza: al ver lágrimas en sus ojos, comprendió que aquel gesto significaba mucho para él: la aceptó. Sabía que se moría y no podía hacer nada por él, como tampoco pudo hacer nada por su padre: no podía pedirle ayuda a los demás, por que eran malos, y la matarían. Llena de dudas y temores como vivía, nada podía hacer, y ahora ante si había un hombre que la miraba con infinita ternura; mirada que le recordaba en algo a su padre. Sintió como de sus ojos brotaba una lágrima. El le tendió su mano y ella lentamente estiró la suya, hasta encontrarse; un estremecimiento recorrió su cuerpo al sentir el calor de aquella mano, que se aferraba a la suya; y aquellos ojos de hombre bueno. ¡Ya no le temía! Lanzó una mirada suplicante a su alrededor: si alguien viniera, talvez existan más hombres buenos, si alguien los ayudara. ¡El debe vivir! Necesitaba que viviera, presentía que con su muerte algo de si también moría; suplicó en silencio. El beso su mano y ella lloró. Lloró por su padre muerto, por su infinita soledad y por el único hombre que no debió morir. La tarde expiró, las últimas luces atravesaban el bosque como espectros malignos. ¡Estaba muerto!

Dicen que se volvió loca; que todas las tardes se le veía por el bosque cabizbaja caminando lentamente, ajena a todo: a la lluvia, al frió. Y dicen que siempre llevaba abrazada contra su pecho; ¡una lira!

Bayron fijo sus ojos en los de ellas, esta le miraba inquisitivamente, como si quisiera descubrir todos sus secretos, luego como si presintiese lo que el esperaba. Exclamó.

¡Oh que romántico!, ¡Pobre Yasiri!... me gustaría tanto verla. ¿Por que no me llevas al jardín?

Bayron le soltó una carcajada.

Eres persistente en tus propósitos.

Yo no desisto tan fácilmente.

Que lastima dijo Bayron mientras miraba su reloj se terminó tu tiempo.

¿Cómo? ¿Tan pronto?

Ya sabes todo lo que necesitabas saber. Espero que tu tía nunca llegue a escribir ese libro.

Ella no respondió.

Luego de dejarla en un lugar apartado. Regresó.

Ahora estaba solo, parado frente a la enorme puerta de hierro. Eran las 7 PM. La puerta comenzó a abrirse lentamente. La tarde comenzaba a caer, el viento soplaba suave, trayendo el aroma de lirios y azucenas. Contempló el cielo claro, despejado; desde lo alto de su colina podía ver los últimos colores de la tarde. Un enorme perro peludo salió a su encuentro.

Hola Buck.

El perro puso sus enormes patas en el pecho de Allan.

¿Y Salome? Ah, seguro que esta cuidando a los cachorros. Por cierto tenemos que buscarle nombres: a ver son 4 machos y 2 hembras, a los machos podemos ponerles los nombres de mis socios... Oh, no Buck no me mires con esa cara, era solo una broma.

Caminó hasta llegar a un riachuelo donde nadaban varios cisnes de diferentes tamaños, el arroyo desembocaba en un lago pequeño. Al acercarse al lago dos grandes delfines comenzaron a saltar y emitir sonidos.

¿Mary? ¿Donde esta Mary?

Inmediatamente apareció un delfín más pequeño que daba enormes saltos.

¡Ah la pequeña Mary! Hey me estas salpicando. Me voy a enojar contigo.

El delfín nado hasta la orilla y saco casi la mitad del cuerpo fuera del agua. Allan la acarició suavemente.

La pequeña y traviesa Mary.

Luego, se alejó y atravesó un jardín de cactus y de flores exóticas, muy cerca en el claro se veían cuatro columnas blancas sobre las cuales se apoyaba un techo esférico, también blanco, en forma de cúpula. Parecía un pequeño templo de mármol blanco.



Muy cerca de allí había una mujer, también de mármol, blanca, erguida; con ambas manos llevadas al pecho sosteniendo ¡una lira! Avanzó hasta ella, se detuvo a menos de un metro, sus rostros quedaron frente a frente; contempló su miraba serena, su rostro pálido, mientras en sus labios asomaba una sonrisa petrificada.

Allan la contempló en silencio, parecía tan real, tan ajena a todo y esa expresión que parecía que de un momento a otro se iba a sonreír, con una sonrisa blanca, amorosa.

"Yasiri..."

Un sonido conocido le hizo mirar al cielo, oscurecía. En lo alto planeaba el autovión. Allan miró el reloj habían transcurrido seis minutos.

"Ahi regresaba el otro Allan Bayron, ¡el artificial! El calculador, el hombre seguro de si: impasible. El es la coraza tras la cual mi yo se oculta".

Aspiro la brisa suave de la tarde que, cansada se dormía bajo el susurro contagioso de la noche; dando sus últimos bostezos, salpicando al cielo de distintos matices.

A lo lejos se escuchaba un piano, que parecía surgir de las entrañas del bosque, una música suave, lejana; impregnada de olores a rosas, traída por la brisa, meciéndose en los árboles, flotando en la tarde escurridiza.

"Dinero... apariencias... hay días en que toda la nostalgia del mundo se nos hecha encima...la noche tiende su mano negra sobre el cielo... ¡soy rico! ¡Lo tengo todo!... La noche sabe que no es verdad... ¡Solo!... Ante la proximidad de la noche, que huele a muerte, que sabe a miedo.

Allan, era el otro Bayron.

Si le respondió el verdadero, volviéndose.

Allan, hay una reunión a las 8:30 para firmar el contrato con la Reynolls. ¿Debo ir yo?

Si.

Allan, antes nos turnábamos las actividades. ¿Puedo saber porque ahora no sucede así?

No.

¿Y siempre será así?

¡Siempre! ¡Para siempre!... ¡No quiero ver a nadie mas!...A nadie... tu eres yo, ¡yo no existo! Soy tu sombra...

Allan, dices cosas que no entiendo.

No importa. ¡Vamos Allan Bayron! ¡Alzate! ¡Demuéstrale quien eres! Tú que puedes hacerlo. Tú que no sientes lo que siento yo. ¡Vamos! ¿Que esperas? ¡Vete! ¡Vete!

Allan, hasta mañana.

Adiós Allan Bayron.

El Allan artificial se alejó con paso seguro, el otro, el verdadero, comenzó a subir lentamente por una escalera que pasaba cerca de una cascada. Siguió subiendo hasta llegar a una meseta, donde se alzaba un ángel de mármol: en su mano derecha tenía la empuñadura de una espada, al pasar junto a la gigantesca estatua de su empuñadura brotó un haz de luz, una luz fina del largo de una espada. Simulando una espada de fuego.

Siguió caminado hasta un pequeño parque, donde unos niños jugaban, parecían saltar de alegría, aunque inmóviles, sus cuerpecitos de mármol daban la sensación de un movimiento constante, de una vida tan real, que casi hasta se podía presentir sus gritos y sus risas.

Después del parque comenzaba un camino de granito que concluía en una casa de cristal. Penetró en la casa; en ella sólo había un escritorio, una vieja cama y un librero. Sobre el escritorio algunos versos manuscritos y sobre la cama un libro de Becker. Recogió el libro lo puso en el librero; contempló el cielo a través del cristal, ya casi había oscurecido; titilaban las primeras estrellas nocturnas; una luna redonda se refractaba a través del cristal dando una imagen imponente. Algunas nubes escurridizas, anunciaban una noche despejada; se dejó caer sobre la cama y entre cruzando los dedos sobre la nuca, fijó su vista en el techo de cristal; transparente a la noche estrellada. Mientras la música del piano emergía de lo más hondo del jardín, impregnada del aroma de las flores.

"Schubert, Schubert honda ternura"

La luna ilumina el cristal, con una luz clara; en lo alto, allá en el infinito, se ve un espacio habitado de estrellas.

"Tal vez en alguna de esas estrellas haya vida. Quizás allí viva otro Allan Bayron... Sin dudas no serán como nosotros... La noche penetra los misterios de la muerte, es el mundo fascinador de los sueños, de las verdades ocultas. La noche lo sabe todo. Durante el día podemos luchar, pero de noche estamos desnudos ante nuestra propia realidad, a merced del terrible sentimiento de no ser, acosados por esa voz interior que nos habla con símbolos que nadie entiende... Soñar...Quiero soñar...Soñar otra vez con ese mundo, con ella... con otros mundos, con otras gentes, con ellos; los que aman.

Fijó su vista durmió; soñando con aquellas luces lejanas, perdidas

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