Wednesday, October 17, 2007

Ellos (Final)

‑ Me dijo que era la diadema de su padre.

‑ La... ¿Entonces? ¡Era cierto!

‑ Eso pensé yo al principio, pero ahora me surge una duda: él dijo que ellos llevaban la diadema en la frente. ¿Entonces como es posible que el tenga la diadema de su padre, cuando se supone que este debe llevarla en la frente?

‑ Si, es cierto. ¿Y la diadema: tú la viste, la tocaste? ¿Como era?

‑ ¿El diamante? Bueno... en realidad el abrió y cerró la mano muy rápido.

‑ ¿Dices que abrió y cerró la mano?

‑ Si.

‑ ¿Te das cuenta? El pretende algo de ti. ¡Helen! Vamos a jugaron en todo por el todo. Ve a verlo ahora mismo. Averigua que es lo que quiere.

‑ ¿Tu sabes que es lo que el quiere? ‑dijo ella con cierta ironía.

‑ Tu no eres tonta Helen, tu sabrás como manejarlo, sin necesidad de llegar a eso.

‑ Pero... Y si... ¿El es muy exigente?

‑ Tú sabrás arreglártela Helen. El es sólo un idiota. Un idiota venido de otro mundo.

Ella pensó en el diamante, era un idamente extraordinario, el sueño de su vida... y ahora podía materializarlo. ¡Tener un diamante!

‑ Esta bien John, lo intentaré es terrible lo que me pides pero lo intentaré

Ella entró despacio, sin hacer ruido, se acerco a la cama y comenzó a desabrocharse la bata.

‑ Wensi esta vez vengo sin rodeos ‑dijo mientras se desnudaba.

El volvió su rostro y la miró. Ella sintió que toda la sangre se le acumulaba en el rostro. El seguía mirándola con una mirada inexpresiva. Ella sentía unos temblores que recorrían su cuerpo; estaba allí inmóvil, desnuda, ante aquella mirada desolada. Al fin Wensi rompió el silencio.

‑ Puedes decirle a John que mañana hablaré con él y le diré toda la verdad.

Y luego volvió a fijar su mirada en el techo. Ella estaba roja por la ira y la vergüenza.

‑ ¡Eres un loco! Ese planeta lo has inventado tú. Es un producto de tu imaginación. Sólo allí pueden vivir esos monstruos buenazos, donde lo fundamental es la educación de los niños, donde el matrimonio es algo eterno y sagrado. ¡Ese mundo no existe! Ni tu mismo eres así. Eres un loco que te crees diferen­te a todos nosotros. En este mundo todos somos iguales. Tú no eres mejor que nadie. Sólo eres eso un loco. ¡Un loco! Y el diamante te lo robaste, porque además de loco eres ladrón. Y te voy a denunciar a la policía. Iras preso. Tu no sabes lo que es estar preso, allí nadie te va a proteger. ¡Nadie!

Comenzó a abotonarse la bata, ella tenía la vista fija en la mano cerrada de Wensi.

‑ Si me entregas el diamante no te denunciaré...

‑ Mañana lo sabrán todo. Ahora quiero estar sólo.

Estaba inmóvil, con la mirada fija, el rostro inexpresivo, parecía un muerto.

‑ Esta bien, te daremos de plazo hasta mañana.

‑ Ella salió dándole un tirón a la puerta. Ahora Wensi estaba sólo; se sentía cansado, cansado de decir mentiras; el, precisamente el, que durante toda su vida no había hecho más que decir mentiras, que había vivido engañando a los demás y engañándose a si mismo.

John estaba impaciente, al fin vio aparecer a su esposa.

‑ ¡Helen!

‑ No se pudo resistir a mí...

‑ ¿Qué...? ¿Qué dijo?

‑ No te preocupes querido, accedió a confesarlo todo mañana.

‑ ¿Cómo?

‑ Lo que oyes dice que mañana dirá toda la verdad: quién es, su misión, de donde vino, de donde sacó el diamante. ¡Todo! ¡Todo lo que quieras saber!

‑ ¡Oh, Helen! Eres maravillosa, yo sabía que tú podías, yo lo sabía. Eres estupenda.

‑ Si supieras las cosas que le tuve que soportar.

‑ No importa ya eso paso. No quiero saber nada. Olvídalo, solo piensa que mañana seremos ricos.

John la abrazó y comenzó a besarla, ella reía. Ambos fueron a la cama riendo; ella reía, reía hasta llorar.

Cuando John se levantó ya Wensi estaba vestido esperándolo.

‑ Bueno, Wensi. ¿Qué?...

‑ ELLOS vienen hoy a buscarme. Acompáñame al lugar, allí hablaremos.

‑ Voy a buscar a mi esposa.

Ella seguía acostada.

‑ Helen, vamos que ya Wensi esta listo.

‑ Yo no voy.

‑ ¿Cómo? ¿Qué dices? Ahora que hemos vencido. ¿Sabes? Dice que hoy lo vienen a buscar. Además... ¡El diamante azul!

‑ No me importa, no quiero saber nada. Estoy cansada de ti, de él, de todos... Ese hombre está loco. Todo cuánto dice es mentira. Tú eres medio idiota, ese hombre te volverá a engañar; te hará otro cuento y tú se lo creerás. Lo único que quiero es que se vaya de una vez, y que se lleve su maldito diamante.

John sin decir palabras sacó de la gaveta un revolver y se lo enseño a su esposa.

‑ Te juro que esta vez no me engañara, o lo vienen a buscar esa gente y pactan conmigo, o lo mato como un perro y le quito el diamante. Esta vez va en serio Helen, me voy a jugar el todo por el todo. ¿Vienes?

Pero ella, lo ignoró.

John se puso el revolver en la cintura y se marchó. Afuera estaba Wensi, contemplando una mariposa blanca que revoleteaba entre las flores.

‑ Vamos Wensi.

Ambos echaron a andar, caminaban en silencio. Wensi iba algo más adelantado, John le miraba de reojo y recordaba, recordaba la primera vez que lo vio, desde entonces habían transcurrido varios meses; ahora Wensi parecía otro hombre, no sabía explicarse en que consistía el cambio; pero su semblante era otro, y hasta su mirada era diferente; era otro, ensimismado, parecía tan seguro de sí, ajeno al peligro que le acechaba: John sabía que lo podía matar impunemente, nadie lo conocía, nadie sabía quién era, ni de donde venía; lo podía matar, quitarle el diamante y luego enterrar el cadáver. ¡Era un crimen perfecto!

Wensi se detuvo John se paró frente a él.

‑ Bien tú dirás.

‑ ¿Quieres saber quién soy?... Siendo yo muy pequeño, mis padres murieron en un accidente, quizás esto tenga que ver, de niño yo era muy sensible y estaba muy apegado a mis padres, cosa poco natural entre ELLOS, con la muerte de mis padres mi conducta comenzó a variar, cada vez me volvía más inquieto, más maldito... Si, me pasaba el día haciéndoles maldades a los demás y siempre estaba diciendo mentiras. De muy joven abandoné los estudios y me dediqué a deambular por las ciudades, haciendo pillerías, con el tiempo me gane el mote de "el pícaro". Me burlaba de todos, vivía fuera de todo control. Me propusieron un tratamiento de adaptación, pero yo me negué. Los consideraba a ELLOS seres estúpidos, sabía que por sus leyes y su ridícula bondad, así pensaba yo, no podían hacerme daño, y yo me divertía, es más abusaba de ELLOS. Con el tiempo me fui volviendo cruel, yo diría que sádico. Comencé a violar mujeres, a quemar industrias, hogares. En realidad quería provocarlos, que se incomodaran, que me hicieran algo; pero nada. ELLOS lo soportaban todo. Llegué al colmo de mi locura, porque en realidad estaba loco, y asesiné a uno de ELLOS. Fue entonces cuando me di cuenta, hasta donde había llegado. Por primera vez sentía el remordimiento, la soledad.

Un día asomado a la ventana vi pasar al que yo había asesinado: salí corriendo tras él, lo alcancé, lo toqué; ¡estaba vivo!, aquello era terrible, ¡me estaba volviendo loco! Ese mismo día Bi me mando a buscar; en su frente brillaba la diadema azul, la misma que tantas veces le había visto a mi padre; precisamente Bi había sido su colaborador principal, entonces llevaba una diadema roja, con la muerte de mi padre el continuó sus trabajos, y obtuvo la diadema azul. Yo lo odiaba, llevaba años planeando la forma de asesinarlo; pero cuando lo tenía cerca, no me atrevía. Si me hablaba temblaba de miedo, le temía; entonces, no sabía la razón de ese miedo; ahora lo se...

Wensi hizo silencio, sus ojos estaban húmedos, desde lo más hondo de su alma le brotaba un sentimiento cargado de remordimientos, un remordimiento transparente, cristalino; que se acumulaba en los ojos. John le miraba entre incrédulo y molesto deseoso de conocer el final. Wensi continuó.

‑ El me recordaba a mi padre, y lo peor: ¡lo que yo debía ser!... Por el supe la verdad. El mismo me había conectado un dispositivo microscópico al cerebro, por el cuál sabia todos mis pensamientos a través de un complejo sistemas cibernético que recibía las señales del dispositivo, y luego las procesaba y traducía; esa medida la había tomado el personalmente, como una protección a los demás; ya que el consejo no se decidía, ni sabían que hacer conmigo. Yo era un caso único. Hace muchos años hubo un caso parecido, trataron de curarlo pero se suicidó. De ahí que el consejo no supiera que hacer y decidió darle a Bi autoridad, para que este tomara las medidas de protección necesarias; pero sin informárselo a nadie. Sólo el conocía mis pensa­mientos. El caso del crimen se explicaba muy fácil, el dispositi­vo que llevaba conectado en el cerebro también podía producir alucinaciones, cuando deseaba realizar alguna de mis pillerías, este controlado por la computadora del sistema, me creaba un estado de alucinación donde yo creía que efectuaba dichos actos y luego me sentía convencido de su realidad, cuando, en realidad, todo no eran más que sueños. Yo creía que me burlaba de ELLOS, que los humillaba, y eran ELLOS los que se burlaban de mí. Claro que nadie sabía nada de esto, solo Bi; para ELLOS era terrible tener que tomar medidas de seguridad contra un semejante. De ahí que para esa terrible labor designaran a uno y sólo uno. Yo me sentía descubierto, humillado, ya nada me importaba. Bi me observaba. ¡Quién si no el podía conocerme! Seguramente sabía lo que yo sentía.

Fue entonces cuando el me dijo que ELLOS habían discutido la posibilidad de enviarme a otro planeta, pero sabían que ninguna civilización de la Unión Pacífica, me aceptaría y ese problema era de ELLOS y no tenían porque exportárselo a sus hermanos estelares. Alguien propuso enviarme a algún planeta que hubiese vida y que no perteneciera a la Unión Pacífica; pero esa medida les pareció demasiado cruel, ya que esos planetas son poco civi­lizados y en ellos predomina la violencia: pero si yo estaba de acuerdo el hablaría para que me enviaran a uno de esos planetas, donde abundan los pícaros, los mentirosos. Yo sentía que en el fondo de sus palabras había algo de reto, y acepté. Yo mismo, queriendo lucirme, le pedí que fuera un planeta bien malvado, con gentes pícaras y sin escrúpulos. Y ELLOS eligieron ¡la Tierra!

Antes de partir Bi me dijo que el sabía que yo volvería, que en el fondo yo era como ELLOS, aunque no quisiera admitirlo. Y me entregó la diadema de mi padre.

‑ Vine a este planeta, con la idea de burlarme de ustedes; pero, por primera vez sentí compasión por alguien; sentí la angustia, la soledad; me sentí sólo en un mundo brutal y despiadado; un mundo egoísta, lleno de odio. Y por primera vez sentí la necesidad de una sonrisa afable, de una mirada dulce; de hacer algo por los demás. Entonces lloré, porque comprendí que añoraba todo aquello que había perdido, que no supe valorar.

Wensi guardó silencio, sus ojos brillaban, las lágrimas se arremolinaban sin lograr desbordarse, respiró profundo, no quería que lo viera llorar, y continuó.

‑ Les mentí, les he dicho muchas mentiras. Mi nombre es WI y mi planeta se llama MARA que es una palabra compuesta; MA que significa amor y RA, desinterés. Para ELLOS el amor es tan natural, aman todo lo que existe y quizás hasta lo que no existe. Para ELLOS todos son iguales, no existen privilegios, ni riquezas. ¿Como pude estar tan ciego? Tuve que venir aquí para conocer la verdad, para saber su verdadero valor. ELLOS hacen todo con tanta naturalidad, hasta los más grande sacrificios...

‑ Wensi ‑era John que comenzaba a impacientarse quiero pruebas. ¿Dónde están ellos?

‑ Faltan pocos minutos para que vengan a buscarme.

‑ ¿Y tu que piensas hacer?

‑ Irme con ELLOS.

‑ ¿Y piensas irte así, sin más ni más?

‑ ¿Cómo?

‑ Lo menos que puedes hacer, en señal de agradecimiento, es convencerlos para que permanezcan unos días, y así podríamos pedirle una entrevista al presidente... y a través de mí se podrían realizar los contactos para tener relaciones diplomáticas.

‑ ELLOS nunca aceptarían tal cosa.

‑ ¿Por qué?

‑ Cuando venía hacia acá en la nave y estudiaba sus lenguas y su historia, me asaltó esa duda; pero ya tengo la respuesta: ustedes son un planeta dividido, en constantes guerras de rapiña, si hubiesen relaciones eso aumentaría los conflictos, ya que podrían utilizarnos políticamente; decir que somos aliados de tal o cuál gobierno. También se nos podría pedir una ayuda científica que después sería utilizada con fines bélicos. Y lo peor: la esperanza que surgirá en miles de ustedes, que no harán más que soñar y soñar con ir al planeta MARA, con ser favorecido por alguno de nosotros; para muchos seremos dioses, salvadores; para otros una vía de escape; y posiblemente, a la mayoría le cree un sentimiento de pequeñez, de desaliento... ¡No!, no es posible, ustedes tienen que resolver sus problemas con sus propios medios. Quizás algún día puedan formar parte del sistema galáctico UNION PACIFICA. Pero tienen que empezar por unirse aquí en la Tierra. Y entonces se asombraran de la cantidad de planetas habitados que existen en el UNIVERSO y ustedes serán uno más dentro de la gran UNION UNIVERSAL ‑Wensi mismo se asombró de sus palabras, ya no hablaba de ellos, sino de "nosotros", hablaba de la unión y él se consideraba parte de esa unión. Precisamente él: el pícaro.

Se hizo un breve silencio en el rostro de John apareció la llama de la ira.

‑ Así que te piensas ir y dejarme aquí embarcado, después de todo lo que yo he hecho por ti. Pues te equivocas. Yo he invertido mucho en ti, he perdido mucho dinero, he hecho el ridículo, te he ofrecido hasta a mi mujer. ¿Cómo crees que te voy a dejar ir así como así? ‑y diciendo esto sacó el revolver. Tú y tus amigos en cuánto aparezcan van a tener que acompañarme. ¡Estoy dispuesto a todo! ¡Me oyes! Esta es mi gran oportunidad y no la voy a perder.

Se escuchó un silbido y una luz cegadora descendió desde una nube, un cilindro lumínico se formo alrededor de Wensi.

‑ ¡Wensi! Dile a tus amigos que si no descienden te mataré. ¡Me oyes! ¡Te mataré!

‑ Adiós John.

Abrió fuego sobre aquella luz que le cegaba, disparó hasta consumir todas las balas.

‑ Adiós John ‑se volvió a escuchar la voz de Wensi‑, vuelvo a mi planeta, a MARA, y sabes porque: ¡para ser cómo ELLOS!... ¡Como ellos!

Wednesday, September 19, 2007

Ellos (8)

Se hizo un corto silencio, luego sin alzar la vista respondió en voz baja, con un monólogo.

Ese día me sentí solo, salí a caminar, tenía la impresión que me faltaba algo, que había estado viviendo equivocado, iba cabizbajo. Entonces alcé la vista, mi mirada chocó con la suya, me vi. en sus ojos. Mi imagen se reflejaba limpiamente en sus ojos. Era yo allí, encerrado en su alma. La imagen desapareció, cuando ella volvió a abrir los ojos, me tendió su mano. ¡Tenía una manilla dorada! Yo sabía lo que aquel gesto significaba: lo más que podía ofrecerme era su amistad. La empujé hacia un lado y me alejé; no quería verla nunca más. Al día siguiente ella se me acercó; traía puesta una manilla de plata, me dijo que se había separado de su esposo. Me di cuenta que era el consejo quien se lo pidió, que su esposo se sacrificaba por mi y que ella lo que sentía por mi era lastima. ¡ELLOS me tenían lastima! ¡Los odie más que nunca!

¿Lastima? ¿Por que? preguntó John.

Wensi los miro asustado, como si despertara de una pesadilla.

Wensi y sus ojos. ¿Son cono los míos? ¿Tenia sus "dos" ojos iguales a los míos?

La pareja lo miraba expectante, esperaban descubrir si mentía o no. también Wensi los observaba con atención, otra vez en su mirada apareció aquel brillo peculiar.

Si, tenía dos ojos iguales a los tuyos...

Ella sonrió iba a decir algo, cuando...

Pero el tercer ojo no, este era amarillo y un poco más grande que los demás agrego Wensi.

La sonrisa desapareció del rostro de Helen.
Con respecto a la lastima; es normal, para ELLOS yo soy un monstruo, un ser extraño, defectuoso.

John se rascó la cabeza, luego miró a su esposa. Ella volvió al ataque.

Wensi. ¿Como pudo enamorarse de una mujer con tres ojos?

Por que no, si desde niño estoy acostumbrado a verlas así. Si vieran que bellas son. ¡Que combinaciones de ojos!

Wensi tu no eres franco con nosotros, tu nos estas ocultando la verdad esta vez era John.

¿La verdad?

Si, ¿quienes son ellos? ¿Como son en realidad?

Ya se los he dicho todo, aunque hay algo muy importante que se me ha olvidado decirle; ELLOS llevan una diadema: las hay blancas, amarillas, rojas y azules. La azul la llevan solo los maestros. Mi padre llevaba una diadema azul en la frente, como brillaba, emitía unos destellos azules. Yo entonces era un niño...

Wensi guardó silencio por unos segundos, miro a través de la ventana y fijó su vista en el azul del cielo, y continuó

Cada color significa un estadio de desarrollo cultural: el azul es el máximo, luego le sigue el rojo, el amarillo y por último el blanco o cristalino... Mi madre llevaba una diadema roja...

¿Y la tuya de que color es? pregunto Helen.

¡Negra! respondió clavando sus ojos en los de ella.

Pero si tu no mencionaste el negro.

No olviden que yo soy una especie aparte, algo así como una mutación.

¡Basta Wensi! ¡Basta! gritó Helen fuera de si . Todo eso es mentira. ¡Mentira!... Allá tu si le sigues creyendo.

Ella se marchó, John se quedo sólo con Wensi, ninguno de los dos hablaba, ni siquiera se miraban. Al fin John rompió el silencio.

Wensi, he sido muy bueno contigo, te lo he dado todo: comida, paseos..., he hecho todo lo posible por tenerte contento. No crees que en pago deberías ayudarme... Vaya, en agradecimiento...

No entiendo, me hablas de agradecimiento, de pagar, de comida. Yo no veo nada extraordinario. ELLOS habrían hecho lo mismo.

¡Ellos! ¡Ellos!... Aquí es distinto, yo te he salvado la vida, yo te he protegido. Lo que yo he hecho por ti, no lo hará nadie en este país. Eres ingrato conmigo, si supieras el cariño que te he cogido, te quiero como... Como si fueras mi hermano. Y mira tú como me pagas.

Yo no se lo que usted espera de mi, pero quiero decirle algo; es posible que las cualidades malas no las comprenda muy bien, pero las buenas, las conozco demasiado bien.

¿Que quieres decirme con eso?

Pues que... Que yo reconozco todo lo que has hecho por mí.

Wensi se puso de pie y salió a la calle. John fue a detenerlo pero se contuvo.

¿Donde dejaste a ese loco? le pregunto Helen.

Salió a dar un paseo.

John ese tipo esta loco.

En que quedamos. ¿Se esta burlando de nosotros?... ¿Esta loco?...

Esta loco, lo veo en sus ojos. Ese brillo tan raro, las cosas que dice. ¡Es un loco!

John vaciló un momento. "¿Y si ella tuviese razón? ¿Si fuera un loco? Todas sus historias son tan absurdas. Están tan llenas de contradicciones. ¡Dios mio! Si eso fuera cierto. ¡Es horrible! Estar durante dos meses manteniendo a un loco. ¡No! ¡No es posible! ¡No puede ser!..."

La voz de su esposa lo sacó de sus pensamientos.

Dime sinceramente. ¿Tú viste la nave?

No, en realidad no la vi., solo una luz que me cegó. Me pareció ver descender algo. Sentí un silbido y luego vi. a ese hombre.

Pero la nave. ¿No la viste?

¡No!, ¡no! Solo esa dichosa luz que me cegó.

Te das cuenta John, nos hemos estado engañando.

¡No! ¡Eso es mentira! El es de otro planeta.

Es tu orgullo herido el que te hace creer tal cosa. Pero tú sabes que no es verdad, que todo lo que dice es completamente absurdo. ¡Es un loco! Me oyes, un lo co.

¡Basta! ¡Basta!

Todo eso era terrible, ¡un loco! Engañado, burlado, estafado por un loco.

Abre los ojos, no seas entupido. Hay que echarlo. ¡Entiendes! Echarlo. Y si tu no lo hechas, lo haré yo. ¡Me oyes! ¡Lo haré yo! ¡Yo!

Helen no hay que desesperarse, a lo mejor si tu hablaras con el... Vaya como tú eres mujer... a lo mejor...

¿Que quieres? ¿Que me acueste con ese loco? ¡Vamos! ¡Dilo!

No... No quise decir eso, pero yo... Yo tenía fe en ti, como tú me dijiste...

El rostro de Helen estaba enrojecido por la ira. Era cierto que ella había dicho que podía averiguar su misión y había fracasado, y ahora él, su esposo, se lo echaba en cara.

¡Yo soy una mujer decente! ¡Muy decente! Hice todo lo que pude; pero, ¿sabes lo que el quería? ¡No!, no lo sabes: quería que hiciéramos el amor. Y hasta trató de obligarme... Pero yo lo rechace.

John observaba detenidamente a su mujer, sus gestos, sus movimientos. Estaba confundido. Intento decir algo, pero sólo lograba decir palabras incomprensibles.

Bueno... Si... No...

Ella sin prestarle atención continúo hablando.

Claro, si yo hubiese sido una mujer de la calle, una de esas. ¡Ah! Entonces si. Ya me lo hubiese confesado todo. ¡Todo!

Mientras hablaba se fue acercando al espejo, contemplándose más y más de cerca. Allí estaba su imagen, gesticulando, repitiendo lo que ella decía.

John guardaba silencio, parecía no aprobar la actitud de su esposa, se veía molesto. Al fin se decidió a hablar.

A lo mejor fuiste muy tajante. Quizás si le hubiese prometido... Peor es estar así sin saber nada.

Yo no soy una cualquiera. Y no voy a acostarme con ese loco.

Yo no quise decir eso...

Pero lo estas insinuando. Y te lo advierto o lo hechas tu o lo hecho ello.

¿Y si es de otro planeta? Helen sabes lo que eso significa. Perderíamos la gran oportunidad. Todo lo que hemos hecho hasta ahora se perdería en un momento. Tenemos que estar seguro. ¡Ayúdame!

John se llevo ambas manos al rostro. En el semblante de ella se dibujo una sonrisa.

¿La única solución es que yo me acueste con ese loco?

El no respondió, seguía con el rostro oculto entre las manos. Sintió como los pasos de ella se alejaban. Luego desde otro cuarto escuchó la voz de su esposa que le gritaba.

Así que decídete: o lo echas tú, o lo hecho yo.

Se consideró el hombre más infeliz de la Tierra, veía como todos sus sueños se desmoronaban, seguiría siendo un simple farmacéutico, y lo peor era que no le iba bien, estaba próximo a la quiebra; posiblemente tendría que vender la farmacia y luego... quién sabe. Estaba en desgracia, con la llegada de Wensi vio todos los cielos abiertos. Ese era el milagro que tanto había soñado: ser un hombre importante, respetado por todos; ser un hombre influyente, temido por todos; ser un hombre rico, envidiado por todos. Y comprar: comprar un avión, un yate, una gran mansión, una isla; comprar todo lo que se le antoje. ¿Y ahora que? ¿Qué hacer? Estaba vencido. Si al menos supiera la verdad. ¿Quién es ese hombre? ¿Quién es?... Sintió deseos salir a buscarlo, de arrodillarse ante el, de suplicarle. Necesitaba saber la verdad. Pero sabía que el le diría las mismas cosas: le hablaría de ellos, de ellos..., de ellos...,de ellos. Sintió deseos de matarlo, de acabar con él. Y lloró. Se sentía burlado, humillado.

Helen por su parte hablaba en serio, estaba cansada de aquel hombre de sonrisa infantil, de mirada ingenua y picaresca a la vez; de aquel deje extraño de su voz, y sin embargo había algo en él que le atraía. A veces le parecía que era el hombre más idiota que había conocido en toda su vida y otras tenía la impresión que se burlaba de ella. Era un tipo raro, original; con una gran fantasía. No era ni alto, ni bien parecido. Su físico era tan corriente que pocas mujeres repararían en él. En cambio era tan pintoresco, tenía un brillo raro en los ojos, como los locos, y su semblante era el de un niño travieso, y aquella voz pequeña, cargada de ingenuidad... Sin dudas era un loco. ¡Había que echarlo!

Wensi regresó, y ajeno a todo se había acostado con los brazos extendidos a lo largo del cuerpo, su mano derecha estaba cerrada, como si apretase algo. Tenía la vista fija en el techo, pero su mirada parecía traspasar la pared y seguir viaje al infinito; así ensimismado, inmóvil pensaba, pensaba, pensaba.

La puerta comenzó a abrirse lentamente, alguien penetró en el cuarto.

¡Wensi! Quiero hablar contigo.

La mano derecha de Wensi se abrió súbitamente, dejando escapar destellos azules, luego con la misma rapidez se volvió a cerrar.

¡Oh! ¿Que...? ¿Que es eso?

La diadema de mi padre.

La... Entonces... ¿Tu?...

¿Que me ibas a decir?

¿Yo?... No, nada... Vine a saludarte. Si... Bueno... Adiós.

Ella salió apresuradamente al encuentro de John. El seguía sentado en el mismo lugar.

¡John!, ¡John! Si vez lo que tenía en la mano: ¡un diamante!, ¡un diamante azul! Nunca había visto nada igual.

- ¿Un diamante? ¿Y como sabes que era un diamante?
-
Te olvidas que mi abuelo era joyero; no voy a saber yo lo que es un diamante... Es cierto que la mayoría son incoloros, pero yo he visto diamantes con diferentes tonalidades. Aunque confieso que este parecía completamente azul, y parecía como si cada cara emitiese un azul diferente. Mi abuelo decía que por medios físicos se podía lograr una coloración azul en los diamantes.

Pero... ¿Por que te enseño ese diamante? ¿Que te dijo?

Tuesday, August 28, 2007

Ellos (7)

‑ Te llamas... ¡Michel! ‑por primera vez el muchacho fijo su atención en el rostro de aquel hombre, que lo miraba sonriente.

‑ Wensi observaba la mirada nostálgica y desconfiada del niño: ¡cuanto resentimiento había en su alma!

‑ ¿Por que no quieres recoger eso Michel?

El niño con los labios apretados le lanzaba una mirada desafiante.

‑ Oh no, no me mires así, yo soy tu amigo, se ve que eres muy inteligente, y sobre todo muy sensible. Dime Michel, ¿que cosa es eso? ‑y se agacho para observar el objeto más de cerca.

‑ No se, yo se que mi mama los usa para echárselo en el pelo ‑dijo al fin el pequeño.

Wensi se puso de pie y le pregunto sonriente.

‑ ¿Y no se come?

‑ No, no ‑el niño sonreía, los ojitos le brillaban, aquel rostro rígido y sombrío había desaparecido para dar lugar a un rostro ingenuo, alegre.

‑ Michel puedes alcanzarme esa cosa para verla.

‑ ¡Si!, ¡si señor! ‑el niño le tendió su mano‑. Mire se aprieta por aquí y sale el liquido...

‑ ¡Ah! ¡Que bien! ‑Wensi escuchaba al pequeño y de reojo observaba a la madre que parecía impacientarse.

‑ Dime Michel ya no estas bravo.

‑ No señor.

Wensi se viro triunfante hacia la mujer y le dijo.

‑ Tome señora.

Se sentía satisfecho de si mismo, no tenía nada que envidiarles a los pedagogos.

La mujer cogió el objeto y luego se volvió hacia el niño y dándole un bofetón que le volteó el rostro.

‑ Eso es lo que estaba esperando, así que a el que es un extraño; si, se lo recogiste, y a mi que soy tu madre, que te parí, no me lo querías recoger; ¡eh! ‑de nuevo otro golpe.

Wensi cerró los ojos y apretó los puños. John le susurro al oído.

‑ Fue peor el remedio que la enfermedad.

‑ Veámonos ‑dijo Wensi‑ veámonos antes de que cometa un disparate.

Se alejaron atrás quedaban los sollozos amargos del niño.

‑ Vamos Wensi no cojas las cosas tan pecho, ese es su hijo y hace con el lo que quiere.

‑ ¡No!, no puede ser así, no debe ser.

‑ En esas cosas uno no se puede meter, es su hijo y ella lo educa como le da la gana, es así.

‑ Si, ya me he dado cuenta, para ustedes un niño es un objeto, una propiedad más, algo que les pertenece, con quién hace lo que quieran, alguien que les debe absoluta obediencia, a quién visten y forman a su antojo, sin darle ninguna posibilidad de elección. ¡Les pertenece!, ¡es suyo!, ¡lo parió! Debió reventarse... Pero no es así, no puede ser así... ELLOS no son así, allí lo educan para que sean felices, les hablan con amor; ELLOS sólo le guían, le ayudan sin quitarle su libertad. Ustedes esclavizan a los niños, los anulan: ¿y sabes por que?, porque ustedes tienen una mentalidad mercantilista, solo piensan en poseer más y más; en comprarlo todo. Cuando dan algo es con el fin de recibir mucho más. Ustedes no conocen lo que es educación, por eso todo lo imponen a la fuerza.

John observaba a Wensi, nunca antes lo había visto así, gesticulaba lo cuál no era habitual en él. Su rostro estaba completamente rojo y hasta su voz era otra. Y se le ocurrió una idea: tal vez esta fuera su oportunidad, a veces el decir algo en los momentos más inoportunos le había reportado buenos resultados. ¿Por que no probar ahora?

‑ ¿Wensi cuando te vendrán ellos a recoger?

‑ Cuando yo les avise.

‑ ¿Ya terminaste tu misión?

‑ ¿Mi misión?... ¡Ah si! La misión. No, creo que no.

‑ Pero... ¿Tu tienes una misión? ¿Verdad?

‑ Si.

‑ ¿Cual es? ‑ John se lanzó a fondo, Wensi callaba.

‑ Es que tu no confías en mi, te he ofrecido mi casa, mi comida, te lo estoy dando todo.

‑ ELLOS no me han dado ninguna misión.

Wensi se detuvo y lo miró frente a frente, John palideció.

‑ Entonces... ¿Qué haces aquí?

‑ Creo que tú no me has entendido, ELLOS son una especie aparte con sus leyes. ¡Yo soy independiente! ‑otra vez aquel extraño brillo en sus ojos.

‑ ¿Pero como llegaste aquí? ¿Quienes te trajeron?

‑ ¡ELLOS!

‑ Wensi, me vas a volver loco. ¿Por que te trajeron? ¿Que estas haciendo aquí?

‑ ELLOS, me propusieron si quería venir a la Tierra y yo acepté.

‑ ¿Para qué?

Wensi guardó silencio unos minutos, ahora sus ojos brillaban con más intensidad.

‑ Porque yo...

‑ ¡Habla Wensi!, ¡habla!

‑ Algún día sabrás porque, John, algún día; aun no, todavía no es el momento.

‑ Wensi por favor.

‑ Tendrás que esperar, no hay otra solución.

‑ Wensi, ¿hasta cuando?...

‑ Cuando llegue el momento, te lo diré todo.

‑ Cada vez te entiendo menos, cada día esto se complica más. Mira Wensi quizás tú no entiendas de estas cosas, pero los vecinos hablan, he tenido que decir que tú eres un pariente de mi esposa que vino a pasar unos días; no se si te das cuenta, pero esta situación no puede prolongarse mucho tiempo.

‑ No entiendo.

‑ Bueno, lo que quiero decirte; es que ese momento, no se puede dilatar mucho; que tienes que apresurar las cosas; que... Mira tal vez yo pueda ayudarte, a lo mejor podemos trabajar juntos.

‑ No, nadie puede ayudarme.

‑ ¡Que no! Y que he estado haciendo hasta ahora. ¡Te he estado manteniendo! ¡Me oyes!...

‑ Claro que te oigo, si estas gritando ‑le dijo Wensi en tono flemático.

John estaba ofuscado, se sentía impotente, confundido.

‑ Ustedes gritan en lugar de hablar, se irritan por cualquier bobería... Ya llegamos, mira allá esta tu esposa esperándonos, parece estar de mal humor. Sabes una cosa, para mí que ella no anda muy bien de la cabeza.

‑ ¿Por que lo dices?

‑ Sssh, silencio, estamos muy cerca y me puede oír.

Cuando entraron Helen le hizo una seña a John. Wensi se quedo en la sala viendo el televisor, y ellos pasaron al cuarto.

‑ ¿Que Celen, te dijo algo?

‑ Nada. ¡El muy idiota!

‑ ¿Que pasó?

‑ Es un idiota, dice cosas absurdas, sin sentido. Yo creo que ese hombre esta loco.

‑ Hasta yo estoy creyéndolo. ¿Que hacer?

‑ Yo te lo advertí desde el principio.

‑ ¿Pero en que quedamos? Primero me dijiste una cosa, luego otra... ¿Que paso entre ustedes?

‑ Nada ‑respondió ella.

‑ ¿Como nada? y entonces ¿por que afirmas que esta loco?

‑ Porque dice disparates: que si Satanás, que los tres ojos, que los niños... Y otras cosas más... Y todo tan incoherente, tan infantil.

John se dejo caer sobre la cama y se llevo las manos a la cabeza.

‑ Hasta donde hemos llegado, esto no puede seguir así. A veces creo que ese hombre se esta burlando de nosotros.

‑ Yo también lo creo ‑agregó Helen.

‑ ¿Que hacer? ¿Que hacer?

‑ ¡Échalo de aquí!

‑ ¿Echarlo? ¿Y si fuera de otro planeta? ¡Te imaginas! ¡Ah no!, ya estamos en esto y hay que llegar hasta el final.

‑ Conmigo no cuentes.

John lanzó una mirada desesperada a su mujer.

‑ Helen tienes que ayudarme no puedes abandonarme ahora.

‑ ¿Y que quieres que yo haga?

‑ Hay que hacerlo hablar. ¡Hablar!

Mientras tanto Wensi se encontraba viendo la televisión, estaba hablando el presidente de la republica: hablaba de una posible guerra mundial, de presiones económicas, de amenaza a otros países; también hablaba de préstamos bajo condiciones, de boicot a otros países, de política hegemónica, de la modernización de los armamentos... Cansado de tantos disparates, apagó el televisor y se fue a acostar; se sentía un extraño, esa sensación siempre la había tenido, pero ese sentimiento estaba mezclado con otros, otros que nunca había sentido: por el desamparo, por la más brutal incomprensión, y lo peor, la angustia de estar en un mundo poblado por el odio, arrasado por la violencia, hundido en el más profundo resentimiento. Sintió deseos de llorar, nunca antes había llorado, pero ahora algo le oprimía el pecho; una lágrima corrió por sus mejillas. ¡Era la primera vez que lloraba! ¡La primera vez que pensaba en los demás! El a quién no le preocupaba nada ni nadie. El, el pícaro, quién nunca hizo nada por los demás. Quien quiso vivir sólo para si. Ahora, en silencio, derramaba su primera lágrima. Se tapó, sentía frió; se abrazó a la almohada y se durmió.

Era una mañana de domingo. Los domingos son días solitarios. Todos duermen. Wensi respiraba la tranquilidad de la mañana. Era un amanecer sosegado, en un mundo complejo, y dividido en razas, religiones, estados, ideologías, familias, individuos; y a su vez los indivuos estaban divididos por sus propios temores y dudas; encerrados en sus casas en sus propias cosas, dormidos en su propia ignorancia, cansados de trabajar durante toda la semana, para que otros se enriquezcan. Todos duermen, las calles están desiertas. Es domingo de soledad. Desde sus camas, ricos y pobres sueñan. Todos sueñan. Wensi, solo, contempla el colorido de la mañana; mientras, la ciudad entera duerme.

Eran casi las once de la mañana cuando apareció Helen, y algunos minutos más tarde llego John. La soledad de Wensi quedaba rota.

El desayuno estaba listo, el rostro de John se veía cansado, en cambio su esposa se veía más animada.

‑ Wensi por que no nos habla algo de tu planeta, como es que se enamoran, no se... cualquier cosa.

‑ Allí aunque no existen privilegios, se hace necesaria alguna clasificación; por ejemplo, los que son casados llevan en su muñeca una manilla dorada, los solteros una plateada. El matrimonio dura toda la vida, de ahí el color de las manillas; para ELLOS es muy doloroso tener que rechazar a otro.

Wensi hizo silencio.

‑ Y tu Wensi: ¿cuantas mujeres conquistaste? ‑preguntó John.

Wednesday, July 11, 2007

Ellos (6)

¿No es cierto?

‑ No necesariamente ‑dijo Wensi.

‑ Bueno de todas formas, casi siempre las epidemias afectan a todos por igual. Y eso es lo que yo quiero. Lo que necesitamos es contaminar a todos con un virus, crear una epidemia, pero tiene que ser una enfermedad desconocida que nadie sepa como combatirla, una vez desplegada la epidemia por todo el país o por todo el planeta; entonces, aparezco yo con el suero salvador. ¡Todo el mundo vendrá a comprarme el suero! ¡Seré rico! ¡Todos vendrán a felicitarme! ¿Te das cuenta Wensi? Pero para ello necesito tu ayuda, sólo tienes que traerme un virus que sea contagioso, que produzca dolores, fiebre... ¿Que te parece la idea Wensi?

‑ Eso no es posible, ELLOS no aceptarían.

‑ Pero tú no dices que ellos hacen lo que tú digas, que te protegen, que no tienen nada de ellos; entonces, tú no tienes que contar con nadie, basta que lo cojas y me lo traigas.

Wensi no pudo evitar soltarle una carcajada en la cara.

‑ Hay algo que tu no conoces. ELLOS lo saben todo. ¿Entiendes ahora? Jamás me llevaran al planeta teniendo esos propósitos.

‑ ¿Pero como lo van a saber?

‑ Sabiéndolo. ELLOS me conocen demasiado bien, saben cuando les miento.

‑ ¿Y que tu eres en ese planeta? ‑le pregunto John con brusquedad.

Una leve sonrisa, acompañada por aquel brillo instantáneo de los ojos y después aquella voz con ese acento infantil.

‑ ELLOS harán lo que yo diga, menos hacerle daño a alguien.

‑ Claro John ‑interrumpió Helen‑ como tu vas a proponer semejante cosa, esos monstruos no son interesados.

Ella guardo silencio no sabia como continuar, John turbado se rascaba la cabeza, tenía la impresión que se había apresurado demasiado; ahora el huésped sabía sus intenciones. Decidió entrar, sin decir nada más. Helen entro detrás de su esposo y ya solos.

‑ Idiota como se te ocurre proponer tal cosa. Te imaginas la opinión que tendrá ahora de nosotros.

‑ Bueno, esta bien... ¡Me equivoque! ¡Ya! Cualquiera se equivoca. Yo estoy seguro que el no es tan ingenuo, ni tan santo.


‑ Yo también lo creo; pero ellos, los monstruos; esos son los incorruptibles, si es que existen, y todo parece indicar que existen y que influyen sobre Wensi.

‑ ¿Entonces, que tú me propones?

‑ Tenemos que tratar de dominar a Wensi, quitarle la influencia que ellos ejercen sobre el.

‑ ¿Y que ganamos con eso?

‑ ¿No te das cuenta? Ellos necesitan de él, y si nosotros lo tenemos de nuestra parte, entonces a los monstruos no les quedara más remedio... ¡Ellos negociaran con nosotros!

‑ ¿Que quieres decir? ¿Que raptemos a Wensi?

‑ ¡Que torpe eres!

‑ Si, si, ya te entiendo, pero es lo que yo he estado haciendo, tratando de ganarme su confianza y nada.

‑ Déjame a mi, ya tu veraz como yo lo logro.

‑ Y su misión, también podrás averiguar su misión.

‑ Su misión, el virus, los monstruos y todo lo que yo me proponga.

‑ Bueno, entonces me voy; te dejo sola con el a ver que sacas ‑le dio un beso a su mujer y se marchó.

Wensi estaba en la sala mirando el televisor. Ella se sentó cerca de el.

‑ ¡Cuanta violencia! ‑exclamo Wensi‑. ¡Cuanto odio! Ustedes todo lo resuelven por la fuerza. ¿Como pueden albergar tanto rencor, tanto desprecio a la vida, a sus semejantes? ¡Están locos!

‑ Vamos Wensi no es para tanto, no me vayas a decir que en tu planeta no tienen sus problemitas.

‑ ELLOS no son así.

‑ ¿Y ustedes nunca tienen problemas?

‑ Allá no existen estas cosas.

‑ ¿Y a que tu crees que se deba eso?

‑ ¡A la educación que reciben! Allá la educación es igual en todas partes, no hay contradicciones, ni odios raciales, ni privilegios, ni propiedad privada.

‑ ¡Que horror! Eso suena a comunismo.

Pero Wensi no la escuchaba estaba absorto en sus pensamientos.

‑ ¿Y como es la educación? ‑pregunto ella.

‑ En el planeta hay un sistema unificado de educación y esta dividido en zonas...

‑ Querrás decir países ‑lo interrumpió ella.

‑ Dije zonas, allá todos somos un solo pueblo ‑se hizo un corto silencio y Wensi continuo. Cada zona es atendida por uno o varios MAESTROS, dicha zona se divide a su vez en sub‑zonas las cuales son atendidas por los pedagogos, en estas sub‑zonas existen dos tipos de escuelas para niños de uno a cinco años y otra para los niños de cinco a diez.

‑ ¿Escuelas para niños de uno a cinco años? ‑preguntó ella.

‑ Si, precisamente esta es la mejor edad para la formación del niño.

‑ Pero... ¿Y los padres?

‑ ELLOS cuando pueden participan también en los juegos y educación de sus hijos. Ah, se me olvidaba, los niños de uno a cinco son educados en microzonas que no son más que particiones de una sub‑zona.

‑ ¡Que manera de complicar las cosas! ‑exclamo Helen.

‑ Muy sencillo para nos... Digo para ELLOS una microzona es lo que para ustedes seria un pueblo pequeño o un barrio. ¿Comprendes? ‑ella afirmó moviendo la cabeza. Luego cuando son mayorcitos, al cumplir los cinco años, son educados en las sub‑ zonas y al llegar a la juventud pasan a las escuelas zonales; cuando sobrepasan los veinte pasan al centro unificado de educación donde hacen sus respectivas carreras.

‑ Eso quiere decir que ustedes tienen una sola universidad.

‑ Yo no dije universidad, yo dije centro unificado; allí dentro existen muchas universidades, es algo así como una gran ciudad. Para ELLOS esa ciudad es algo así como su capital y la universidad su templo; allí dan clase los mejores pedagogos, los más grandes científicos, los más sublimes artistas...

‑ Si esta bien, pero hay algo que no entiendo: ¿que objetivo tiene educar a los niños de uno a cinco años?, y otra cosa, ¿cuando nacen que hacen con ellos?

‑ Cuando nacen hasta cumplir el año permanecen con sus padres. Luego pasan a dicha escuela donde son educados todos los niños por igual, en esas escueles permanecen de seis a diez horas en dependencia de las condiciones del grupo; y el objetivo fundamental es enseñarlos a convivir en paz, a amarse y respetarse. También se les enseña a pensar con lógica, se les estimula el espíritu de investigación, se les inculca el amor a la belleza; a aceptarse a todos como iguales, como una única familia. Se les ayuda para que ellos mismos vayan formando su propia individualidad, descubran sus propios dotes y desarrollen sus inclinaciones ‑en ese momento Wensi se percató que ella tenia la bata semia­bierta exhibiendo sus desnudos muslos.

‑ ¡Fascinante! ¡Todo eso es fascinante! ‑decía ella mientras levantaba algo la pierna dejando ver una intimidad azulada.

Se hizo un pequeño silencio, para Wensi nada de aquello tenía sentido; pero presentía que ella trataba de insinuarle algo; y lo que era peor, que no le había estado escuchando: ¿entonces?, ¿para que le hacia hablar y hablar? Empezaba a darse cuenta... a imaginarse algo.

Ella volvió a la carga.

‑ ¡Oh!, Wensi, debe ser terrible vivir rodeado de monstruos ‑dijo Helen mientras le rozaba con el pie los bajos del pantalón.

‑ ¿Que monstruos?

‑ Los de tu planeta.

‑ ¡Ah, ELLOS!

‑ Como debes sufrir, no podrás tener relaciones con nadie, o sea con mujer alguna ‑ya su pierna derecha descansaba sobre las rodillas de Wensi‑. Debes tener mucho cuidado con esos monstruos. ¿Verdad?

‑ No ELLOS son los que tienen cuidado conmigo, es más me cuidan y me protegen.

‑ Claro para ellos tu debes ser algo extraordinario ‑ahora su pie izquierdo estaba apoyado sobre los muslos de Wensi, mientras dejaba ver todo el azul despreocupadamente ‑Wensi, ¿como se llama tu planeta?

El pensó por un momento.

‑ Se llama ¡Satanás!

‑ ¿Satanás? ‑dijo ella enderezando el cuerpo.

Wensi sonrió al ver el efecto de sus palabras.

‑ Si, porque según la Biblia, la nuestra, Satanás, o Lucifer como le quieran llamar, se fue a refugiar en nuestro planeta cuando le echaron del cielo.

‑ ¿De verdad?

‑ Si, ‑le respondió Wensi muy seriamente.

‑ ¡OH!, ¡asombroso!

‑ Por eso ‑dijo Wensi‑ como castigo todos los nacidos en ese planeta tuvieron una figura monstruosa y fueron bautizados con el nombre de satanitos.

‑ Tú dirás satánicos.

‑ No porque se formaron dos grupos o especies: los satánicos que tienen tres ojos, cuatro brazos y son velludos, altos y fornidos; y los sotanitos que tienen un solo ojo, tres brazos y son calvos, bajitos y barrigones.

‑ ¡Oh que interesante!, ¡es fascinante!

Wensi la observaba detenidamente, estudiaba sus facciones, todos sus gestos; todo aquello le parecía artificial, ensayado; comenzaba a cansarse de todo aquello.

‑ Wensiii, ¿no te gusta mi peinado?

A Wensi no le gustaban los rodeos, le gustaban las cosa claras, espontáneas.

‑ Señora, si lo que usted desea es tener relaciones sexuales conmigo, ¿por que no lo dice de una vez? Yo por mi parte no tengo ninguna objeción.

‑ ¡Idiota! ‑se levanto bruscamente y se metió en el cuarto.

Wensi la miraba alejarse sorprendido. "No la entiendo. ¿Que quería entonces? ¿Que debía hacer yo? En realidad no se porque se ofendió. ¿Tal vez deba preguntarle a John, el debe saber? No, ella parece que no quiere que el sepa nada. ¿Por qué? Tengo que seguir aprendiendo, hay cosas que aun no comprendo". Se puso de pie y salió a la calle.

Ahora caminaba lentamente, por primera vez en su vida se sentía completamente solo, abandonado a su suerte en un mundo hostil. Tenía que valerse por sus propios medios, nadie le ayudaría; estaba acostumbrado a que se lo dieran todo, a esa protección constante. Ahora se encontraba en un mundo egoísta, indiferente al destino de los demás. Sintió una voz que lo llamaba, volvió el rostro, era John que venía apresuradamente tras de el.

‑ ¿Qué haces por aquí solo Wensi?

‑ Deseaba dar un paseo.

‑ ¿Si quieres te acompaño?

‑ Me da igual.

Llevaban algunos minutos caminando cuando se encontraron a una madre que discutía con su hijo.

‑ Vamos te he dicho que lo recojas ‑gritaba a toda voz la mujer.

Wensi se acerco al niño.

‑ ¿Como te llamas? ‑el niño no respondió.

‑ A que yo adivino tu nombre ‑el niño lo miro incrédulo.

Tuesday, June 26, 2007

Ellos (5)

John se despertó sobresaltado, y mirando al reloj exclamo.

‑ ¡Que barbaridad!, las nueve de la mañana. ¡Helen! ¡Helen! ¿Por que no me llamaste? Por tu culpa me quedé dormido.

‑ ¿Eh? ¿Qué cosa? ‑respondió ella con los ojos semicerrados.

‑ ¡Vamos levántate! Ya son las nueve.

‑ ¿Las nueve? El despertador no sonó ‑Helen cogió el despertador y comenzó a sacudirlo.

‑ Esta parado.

‑ Esta parado, claro se te olvido darle cuerda.

‑ Bah, porque tanto lío. ¿Tú no eres el dueño? Entonces... Puedes empezar a la hora que te de la gana.

Wensi entro corriendo.

‑ ¡John! ¡John! Ven rápido, ¡mira esto!

John salio corriendo detrás de Wensi. Este lo llevo hasta el portal.

‑ ¡Mira! ‑le dijo Wensi mientras señalaba hacia el cielo.

‑ ¿Qué cosa?

‑ Esas luces de colores.

‑ ¡Bah! Un arco iris, y para esto me has hecho correr tanto.

‑ ¡Un arco iris! ¡Que hermoso es! En mi planeta esto no sucede. ¿Como es posible que ocurra? ¿A que se debe?

‑ Yo que se.

‑ ¿Como? ¿Que usted no lo sabe? Eso es imposible.

‑ No lo se, que quiere que le diga.

‑ ELLOS deben saberlo, ELLOS lo saben todo. Acto seguido saco una libreta de apuntes: ¿arco iris?, y al lado trazo un dibujo en forma de arcos y el nombre de los colores.

‑ ¿Y se produce siempre a esta hora?

‑ No, se produce a veces... No siempre...

‑ ¿Como ustedes pueden soportar la ignorancia?

John hizo un gesto de desagrado y guardó. Wensi continúo hablando.

‑ ELLOS, desde que nacen lo quieren saber todo.

‑ No por eso no, aquí también los niños se pasan la vida preguntando.

‑ ¡Ah los niños! ¡Que interesante! ¿Y ustedes responden a sus preguntas? ¿Que le dicen a los niños?

John bajo la vista sin saber que decir, Wensi le hacia pregunta sobre cosas que no tienen importancia y en las que nadie piensa.

‑ Claro que no ‑dijo Wensi‑ si ustedes mismos no saben nada. ¿En que piensan ustedes? ¿Para que tienen el cerebro? ¿Por que derrochan así sus potencialidades?

‑ Mire Wensi, nosotros tenemos muchos problemas en nuestras vidas, para dedicarnos a tonterías. Los productos cada vez son más caros, el desempleo cada día es mayor, la delincuencia aumenta por horas; nosotros no podemos estar pensando en arco iris, ni en cuentos de hadas; tenemos que pensar sólo en una cosa: ¡como ganar más dinero!

‑ Yo sigo sin entender lo que aquí sucede, allá todo es tan claro, tan lógico; aquí todo es oscuro, confuso; no se...

‑ Aquí es la ley del más poderoso; por eso hay que tener mucho dinero, con el dinero todo se compra. ¡Elemental! Wensi, ¡elemental!

‑ ¿Y que es el dinero?

‑ ¡Esto! ‑le respondió John mientras blandía un dólar ante los ojos de Wensi.

‑ ¿Eso? ¿Ese papel? ¿Y es por esos papeles que ustedes luchan? Que absurdo.

‑ No tan absurdo amigo, sin esto, usted no puede ir a ninguna parte.

‑ Yo tengo la solución, porque no construyes una fabrica para producir esos papeles y así lo repartes entre los... como es que ustedes le dicen ... ¿Te acuerdas al que vimos abandonado en la acera?...

‑ Vagabundo ‑le contestó John.

‑ Eso es, entre todos los vagabundos.


‑ Que ingenuo eres, las fabricas de billete las controla el gobierno, ningún particular puede hacerlo. Si no todos fuéramos millonarios.

John entró en la casa y salió poco después.

‑ Voy a darle una vuelta a la farmacia.

Wensi quedó pensativo, tan abstraído estaba que no escuchó los pasos de Helen, que se acercaba; fue el contacto del cuerpo de ella lo que le hizo salir de sus pensamientos. Ella le miraba de una manera extraña.

‑ He venido a pedirte disculpas ‑dijo ella entornando los ojos.

‑ ¿Disculpas, por que?

‑ Es que estuve escuchando la conversación que sostenías con mi esposo.

‑ ¿Y eso que tiene de malo?

‑ Bueno, entre nosotros no esta bien expiar a los demás.

Ella cada vez se le encimaba más, Wensi se corrió un poco.

‑ Mi marido es un hombre vulgar, es incapaz de ver las cosas bellas; en cambio, yo soy muy romántica.

Volvió a aproximarse, sus cabellos rozaban la barbilla de Wensi que parecía no saber que hacer.

‑ ¿Por que me mira con esos ojos asustados? ‑pregunto ella.

‑ Es que no se lo que usted quiere de mi.

Helen lo miró aturdida, sintió deseos de darle una bofetada pero se contuvo.

‑ Nada ‑dijo secamente separándose un poco.

‑ ¿Por que ustedes no tienen hijos? ‑pregunto Wensi.

Ella comienza a frotarse las manos, hizo algunos gestos, luego trato de sonreír.

‑ No nos gustan los niños ‑dijo al fin.

‑ ¡No querer a los niños! Jamás pude imaginar tal cosa.

‑ Muchos prefieren tener perros ‑agrego Helen.

‑ ¿Que quieres decir? ¡Sustituir a un niño por un animal!


‑ Ah Wensi, tu eres un moralista. Dime una cosa: ¿tu eres casado?

‑ No, ‑Wensi bajo la vista, pero enseguida reacciono y sus ojos buscaron los de Helen, quién de nuevo percibió aquel extraño brillo.

‑ ¡Yo soy diferente!

‑ ¿Y que? podrías casarte con un monstruo femenino y tener hijos semimonstruos ‑ella parecía divertirse.

‑ ¿A no ser que ellas no te gusten?

‑ ¿Por que no me van a gustar?

‑ Como son tan horribles.

‑ Y si te dijera que el único monstruo en mi planeta soy yo.

Ella lo observó sorprendida, los ojos de Wensi ahora no brillaban, se veían apagados, tristes.

‑ No te entiendo ‑dijo ella.

‑ ELLOS si me entienden, por eso...

Wensi calló, Helen comprendió que estuvo a punto de confesarle algo importante y decidió hacerle un sondeo.

‑ Háblame de los niños, ¿como son los niños en tu planeta.

‑ Iguales que los de aquí ‑replico Wensi.

‑ No, iguales no. ELLOS son...

Wensi la interrumpió.

‑ ¡Son iguales! ¡Niños iguales! ¡Que importa la raza o la especie! ¡Todos son niños! ¡Todos son iguales! Lo único que los diferencia es la educación que recibe, lo que se les enseña. ELLOS lo saben muy bien; por eso, los más admirados en mi planeta son los maestros.

‑¿Quienes son los maestros? ‑preguntó Helen.

‑ Son los encargados de la educación cultural, moral y espiritual de todos los habitantes, pero para llegar a maestro: primero hay que ser profesor, luego llegar a pedagogo y por último MAESTRO. Estos últimos son los que forman parte del consejo educativo.

‑ ¿Y el presidente? ‑pregunto ella.

‑ No hay presidente, ni ejercito, ni gobierno; solo el consejo educativo, que esta conformado por los grandes maestros más abnegados, los que mayores logros han obtenido, los más excelsos.

‑ Wensi, ¿tu no serás un pedagogo?

Se sintió turbado por un momento y luego respondió con su entonación peculiar.

‑ En todo caso yo sería el antipedagogo.

‑ ¿No entiendo? ‑dijo ella sonriente.

Wensi no respondió, se limitó a mirar una mariposa que revoloteaba en el jardín. Ella al ver que callaba volvió al ataque.

‑ Sabes, tengo la impresión que te consideras un ser malo y eso me da miedo ‑esto último se lo dijo casi al oído, mientras sus senos rozaban el brazo de Wensi.

‑¿Miedo?

‑ Si, nadie sabe lo que puedes querer hacerme.

Wensi contemplo el rostro de ella, vio sus labios abrirse como si fuese a decir algo, algo que nunca se dice, que no hace falta decir: una mirada larga, abrasadora basta. No sabía como pero ella ahora estaba entre sus brazos, fue a rechazarla, pero ella sin darle tiempo lo besó; aunque en realidad a Wensi no le desagradaba su situación se preguntaba que podía ocurrir después. El, ¡precisamente él!, pensando en el mañana, ¡él!, a quién nunca le había interesado el futuro, ¡él!, el hombre sin destino, sin rumbo, sin ideales; ¿por que hacer una salvedad ahora?, ¿por que? La abrazó fuertemente y la besó, sin pensar en lo que era, ni de donde venía.

Ella se separó bruscamente.

‑ ¡Mi marido!, ese ruido es el de su auto.

‑ No entiendo, ¿y eso que importa?

‑ Después te explico.

No demoró en hacer su aparición, y enseguida se les acercó.

‑ Wensi, que idea se me acaba de ocurrir: ¡genial! Escucha, tú sabes que yo tengo una farmacia, y se supone que en tu planeta haya un gran desarrollo, sino tú no estarías aquí, seguramente la medicina esta muy adelantada. ¿No es así?

‑ Si, allá no hay epidemias y los medios de inmunización son constantemente aplicados, además la higiene y el control preventivo que se lleva sobre la población infantil y adulta...


‑ Muy bien, muy bien Wensi; eso quiere decir que ustedes controlan los virus, o sea que tienen sueros para contrarrestar los virus. ¿No es verdad?

‑ Cierto ‑respondió Wensi.

‑ Ahí esta la clave. Y seguramente lo que es malo para ustedes, debe ser malo para nosotros.

Friday, June 15, 2007

Ellos (4)

‑ Hizo señas para que le trajeran algo de beber.

El local estaba en penumbras, solo una débiles luces de colores iluminaban el local. Comenzó una música estridente y poco después una mujer salía al escenario y mientras bailaba al compás de la música se iba quitando la ropa. Wensi miraba para todas partes, todos los hombres parecían hipnotizados; observó a John, ni siquiera pestañeaba. La mujer danzaba envuelta en luces de colores que provenían de todas partes, que la perseguían a donde quiera que ella fuera, alumbrándola.

‑ John, ¿que es esto? ‑pregunto Wensi.

‑ Cállate y observa.

‑ No entiendo ¿Que hay que hacer?

‑ Observar.

‑ ¿Observar que cosa?

‑ Idiota a ella. ¡Mira! ¡Observa como se menea! ¡Mírale la expresión del rostro! ¡Mira que cuerpo! No, y ahora viene lo mejor.

Wensi observaba atentamente, la mujer ponía los ojos en blanco, suspiraba, se despeinaba, hacia movimientos compulsivos.

‑ ¡Ahora comprendo! ‑grito Wensi‑. ¡Que original! Ja, ja... ¡Con que gracia lo hace! Ja, ja...

‑ ¿De que te ríes?

‑ Que gracioso, mira como se le mueve la barriga. Ja, ja... Y la cara que pone... Y esos gemidos. Ja, ja...

‑ Por favor no te rías más que vas a llamar la atención.

‑ Ja, ja, que chistosos son ustedes, tienen un gran sentido del humor; ja, ja...

‑ No seas idiota, cállate ya.

La mujer se detuvo, lanzó una mirada furiosa a Wensi; luego dio un grito y se alejó corriendo.

Todos volvieron sus miradas severas hacia Wensi.

‑ ¡Bravo!, ¡bravo! ¡Que se repita! ‑gritaba Wensi mientras aplaudía emocionado.

‑ Veámonos rápido antes de que sea demasiado tarde ‑susurro John.

Los demás hombres indignados comenzaron a gritar.

‑ Fuera de aquí homosexuales.

‑ Largo magiquitas.

‑ Pervertidos.

‑ John, ¿que pasa ahora? ¿Que hay que hacer? ‑preguntó Wensi confundido.

‑ Irse animal, has echado todo a perder.

‑ ¿Yo? ¿Que hice?

‑ Veámonos pronto.

Los hombres se acercaban en actitud amenaza dadora. Tuvieron que salir corriendo no sin recibir algún empujón. Ya afuera.

‑ Oiga Wensi ¿a usted no le gustan las mujeres?

‑ ¿Que ha pasado?

John lo miro asombrado.

‑ Que nos ha hecho perder la función con su risa entupida.

‑ Entonces, ¿Yo no debía reírme? ¿Y cuál era el objetivo del espectáculo? ‑preguntó Wensi con toda la ingenuidad propia de un niño.

‑ Dígame una cosa, ¿usted nunca ha visto a una mujer desnudarse?

‑ ¡Oh! ¡Si!... ¡A todas las de mi planeta! Ellas siempre se desnudan... ¿Ustedes no se desnudan para bañarse?

‑ Claro para bañarse si, pero eso se hace dentro del baño.

‑ ¿Y en la playa no se desnudan?

‑ ¿En tu planeta se desnudan en la playa? ‑pregunto John con gran interés.

‑ No solo en la playa; donde quiera que haya agua, ahí mismo se desnudan y se meten.

‑ ¿Delante de todo el mundo?

‑ Es que todo el mundo lo hace, mejor dicho, ELLOS los hacen.

‑ ¿Y tu no?

‑ No, yo soy diferente.

John lo miro ansioso, esperaba que revelase algo importante; pero nada, solo aquel silencio impenetrable; Wensi parecía ahora lejano, distante, sumido en sus pensamientos.

‑ Sabes por un momento había olvidado que tu vives entre monstruos.

Iban de regreso a la casa. Una mujer solitaria dianbulaba por las calles.

‑ Wensi hay algo que no entiendo, ¿como puedes tener relación sexual con esos monstruos?


En la oscuridad de la noche se podían ver los ojos vivarachos de Wensi destilar ese brillo tan peculiar en el, mientras sus labios se plegaban en una sonrisa sutil.

‑ Si vieran lo bella que lucen con sus tres grandes ojos...

‑ ¿Tres ojos? ¿Pero tú me dijiste que tenían un solo ojo?

Wensi lo contemplo por unos segundos.

‑ ¡Ah!, ¡si!... Lo que pasa es que ELLOS se dividen en dos subespecies los que tienen un solo ojo ,monovisuales, y los que tienen tres ojos, trivisuales. Por cierto a mi me gustan más las mujeres trivisuales, son más... más... más temperamentales, esa es la palabra.

John lo miraba confundido, cada vez comprendía menos lo que estaba ocurriendo.

Entraron en la casa. John se dejó caer sobre el sofá extenuado.

‑ Creo que me voy a dormir ‑dijo John‑ y se fue al cuarto donde estaba Helen esperándole.

‑ Ese tipo me va a volver loco.

‑ ¿Que te paso ahora?

‑ Nada... Tiene cada cosa. Ahora dice que los monstruos tienen tres ojos, que hay dos especies, que se yo cuantos disparates más. No entiendo nada. Es más ingenuo que un niño. No se, no se...

‑ Porque no te duermes, mañana tienes que ir a trabajar.