Tuesday, June 26, 2007

Ellos (5)

John se despertó sobresaltado, y mirando al reloj exclamo.

‑ ¡Que barbaridad!, las nueve de la mañana. ¡Helen! ¡Helen! ¿Por que no me llamaste? Por tu culpa me quedé dormido.

‑ ¿Eh? ¿Qué cosa? ‑respondió ella con los ojos semicerrados.

‑ ¡Vamos levántate! Ya son las nueve.

‑ ¿Las nueve? El despertador no sonó ‑Helen cogió el despertador y comenzó a sacudirlo.

‑ Esta parado.

‑ Esta parado, claro se te olvido darle cuerda.

‑ Bah, porque tanto lío. ¿Tú no eres el dueño? Entonces... Puedes empezar a la hora que te de la gana.

Wensi entro corriendo.

‑ ¡John! ¡John! Ven rápido, ¡mira esto!

John salio corriendo detrás de Wensi. Este lo llevo hasta el portal.

‑ ¡Mira! ‑le dijo Wensi mientras señalaba hacia el cielo.

‑ ¿Qué cosa?

‑ Esas luces de colores.

‑ ¡Bah! Un arco iris, y para esto me has hecho correr tanto.

‑ ¡Un arco iris! ¡Que hermoso es! En mi planeta esto no sucede. ¿Como es posible que ocurra? ¿A que se debe?

‑ Yo que se.

‑ ¿Como? ¿Que usted no lo sabe? Eso es imposible.

‑ No lo se, que quiere que le diga.

‑ ELLOS deben saberlo, ELLOS lo saben todo. Acto seguido saco una libreta de apuntes: ¿arco iris?, y al lado trazo un dibujo en forma de arcos y el nombre de los colores.

‑ ¿Y se produce siempre a esta hora?

‑ No, se produce a veces... No siempre...

‑ ¿Como ustedes pueden soportar la ignorancia?

John hizo un gesto de desagrado y guardó. Wensi continúo hablando.

‑ ELLOS, desde que nacen lo quieren saber todo.

‑ No por eso no, aquí también los niños se pasan la vida preguntando.

‑ ¡Ah los niños! ¡Que interesante! ¿Y ustedes responden a sus preguntas? ¿Que le dicen a los niños?

John bajo la vista sin saber que decir, Wensi le hacia pregunta sobre cosas que no tienen importancia y en las que nadie piensa.

‑ Claro que no ‑dijo Wensi‑ si ustedes mismos no saben nada. ¿En que piensan ustedes? ¿Para que tienen el cerebro? ¿Por que derrochan así sus potencialidades?

‑ Mire Wensi, nosotros tenemos muchos problemas en nuestras vidas, para dedicarnos a tonterías. Los productos cada vez son más caros, el desempleo cada día es mayor, la delincuencia aumenta por horas; nosotros no podemos estar pensando en arco iris, ni en cuentos de hadas; tenemos que pensar sólo en una cosa: ¡como ganar más dinero!

‑ Yo sigo sin entender lo que aquí sucede, allá todo es tan claro, tan lógico; aquí todo es oscuro, confuso; no se...

‑ Aquí es la ley del más poderoso; por eso hay que tener mucho dinero, con el dinero todo se compra. ¡Elemental! Wensi, ¡elemental!

‑ ¿Y que es el dinero?

‑ ¡Esto! ‑le respondió John mientras blandía un dólar ante los ojos de Wensi.

‑ ¿Eso? ¿Ese papel? ¿Y es por esos papeles que ustedes luchan? Que absurdo.

‑ No tan absurdo amigo, sin esto, usted no puede ir a ninguna parte.

‑ Yo tengo la solución, porque no construyes una fabrica para producir esos papeles y así lo repartes entre los... como es que ustedes le dicen ... ¿Te acuerdas al que vimos abandonado en la acera?...

‑ Vagabundo ‑le contestó John.

‑ Eso es, entre todos los vagabundos.


‑ Que ingenuo eres, las fabricas de billete las controla el gobierno, ningún particular puede hacerlo. Si no todos fuéramos millonarios.

John entró en la casa y salió poco después.

‑ Voy a darle una vuelta a la farmacia.

Wensi quedó pensativo, tan abstraído estaba que no escuchó los pasos de Helen, que se acercaba; fue el contacto del cuerpo de ella lo que le hizo salir de sus pensamientos. Ella le miraba de una manera extraña.

‑ He venido a pedirte disculpas ‑dijo ella entornando los ojos.

‑ ¿Disculpas, por que?

‑ Es que estuve escuchando la conversación que sostenías con mi esposo.

‑ ¿Y eso que tiene de malo?

‑ Bueno, entre nosotros no esta bien expiar a los demás.

Ella cada vez se le encimaba más, Wensi se corrió un poco.

‑ Mi marido es un hombre vulgar, es incapaz de ver las cosas bellas; en cambio, yo soy muy romántica.

Volvió a aproximarse, sus cabellos rozaban la barbilla de Wensi que parecía no saber que hacer.

‑ ¿Por que me mira con esos ojos asustados? ‑pregunto ella.

‑ Es que no se lo que usted quiere de mi.

Helen lo miró aturdida, sintió deseos de darle una bofetada pero se contuvo.

‑ Nada ‑dijo secamente separándose un poco.

‑ ¿Por que ustedes no tienen hijos? ‑pregunto Wensi.

Ella comienza a frotarse las manos, hizo algunos gestos, luego trato de sonreír.

‑ No nos gustan los niños ‑dijo al fin.

‑ ¡No querer a los niños! Jamás pude imaginar tal cosa.

‑ Muchos prefieren tener perros ‑agrego Helen.

‑ ¿Que quieres decir? ¡Sustituir a un niño por un animal!


‑ Ah Wensi, tu eres un moralista. Dime una cosa: ¿tu eres casado?

‑ No, ‑Wensi bajo la vista, pero enseguida reacciono y sus ojos buscaron los de Helen, quién de nuevo percibió aquel extraño brillo.

‑ ¡Yo soy diferente!

‑ ¿Y que? podrías casarte con un monstruo femenino y tener hijos semimonstruos ‑ella parecía divertirse.

‑ ¿A no ser que ellas no te gusten?

‑ ¿Por que no me van a gustar?

‑ Como son tan horribles.

‑ Y si te dijera que el único monstruo en mi planeta soy yo.

Ella lo observó sorprendida, los ojos de Wensi ahora no brillaban, se veían apagados, tristes.

‑ No te entiendo ‑dijo ella.

‑ ELLOS si me entienden, por eso...

Wensi calló, Helen comprendió que estuvo a punto de confesarle algo importante y decidió hacerle un sondeo.

‑ Háblame de los niños, ¿como son los niños en tu planeta.

‑ Iguales que los de aquí ‑replico Wensi.

‑ No, iguales no. ELLOS son...

Wensi la interrumpió.

‑ ¡Son iguales! ¡Niños iguales! ¡Que importa la raza o la especie! ¡Todos son niños! ¡Todos son iguales! Lo único que los diferencia es la educación que recibe, lo que se les enseña. ELLOS lo saben muy bien; por eso, los más admirados en mi planeta son los maestros.

‑¿Quienes son los maestros? ‑preguntó Helen.

‑ Son los encargados de la educación cultural, moral y espiritual de todos los habitantes, pero para llegar a maestro: primero hay que ser profesor, luego llegar a pedagogo y por último MAESTRO. Estos últimos son los que forman parte del consejo educativo.

‑ ¿Y el presidente? ‑pregunto ella.

‑ No hay presidente, ni ejercito, ni gobierno; solo el consejo educativo, que esta conformado por los grandes maestros más abnegados, los que mayores logros han obtenido, los más excelsos.

‑ Wensi, ¿tu no serás un pedagogo?

Se sintió turbado por un momento y luego respondió con su entonación peculiar.

‑ En todo caso yo sería el antipedagogo.

‑ ¿No entiendo? ‑dijo ella sonriente.

Wensi no respondió, se limitó a mirar una mariposa que revoloteaba en el jardín. Ella al ver que callaba volvió al ataque.

‑ Sabes, tengo la impresión que te consideras un ser malo y eso me da miedo ‑esto último se lo dijo casi al oído, mientras sus senos rozaban el brazo de Wensi.

‑¿Miedo?

‑ Si, nadie sabe lo que puedes querer hacerme.

Wensi contemplo el rostro de ella, vio sus labios abrirse como si fuese a decir algo, algo que nunca se dice, que no hace falta decir: una mirada larga, abrasadora basta. No sabía como pero ella ahora estaba entre sus brazos, fue a rechazarla, pero ella sin darle tiempo lo besó; aunque en realidad a Wensi no le desagradaba su situación se preguntaba que podía ocurrir después. El, ¡precisamente él!, pensando en el mañana, ¡él!, a quién nunca le había interesado el futuro, ¡él!, el hombre sin destino, sin rumbo, sin ideales; ¿por que hacer una salvedad ahora?, ¿por que? La abrazó fuertemente y la besó, sin pensar en lo que era, ni de donde venía.

Ella se separó bruscamente.

‑ ¡Mi marido!, ese ruido es el de su auto.

‑ No entiendo, ¿y eso que importa?

‑ Después te explico.

No demoró en hacer su aparición, y enseguida se les acercó.

‑ Wensi, que idea se me acaba de ocurrir: ¡genial! Escucha, tú sabes que yo tengo una farmacia, y se supone que en tu planeta haya un gran desarrollo, sino tú no estarías aquí, seguramente la medicina esta muy adelantada. ¿No es así?

‑ Si, allá no hay epidemias y los medios de inmunización son constantemente aplicados, además la higiene y el control preventivo que se lleva sobre la población infantil y adulta...


‑ Muy bien, muy bien Wensi; eso quiere decir que ustedes controlan los virus, o sea que tienen sueros para contrarrestar los virus. ¿No es verdad?

‑ Cierto ‑respondió Wensi.

‑ Ahí esta la clave. Y seguramente lo que es malo para ustedes, debe ser malo para nosotros.

Friday, June 15, 2007

Ellos (4)

‑ Hizo señas para que le trajeran algo de beber.

El local estaba en penumbras, solo una débiles luces de colores iluminaban el local. Comenzó una música estridente y poco después una mujer salía al escenario y mientras bailaba al compás de la música se iba quitando la ropa. Wensi miraba para todas partes, todos los hombres parecían hipnotizados; observó a John, ni siquiera pestañeaba. La mujer danzaba envuelta en luces de colores que provenían de todas partes, que la perseguían a donde quiera que ella fuera, alumbrándola.

‑ John, ¿que es esto? ‑pregunto Wensi.

‑ Cállate y observa.

‑ No entiendo ¿Que hay que hacer?

‑ Observar.

‑ ¿Observar que cosa?

‑ Idiota a ella. ¡Mira! ¡Observa como se menea! ¡Mírale la expresión del rostro! ¡Mira que cuerpo! No, y ahora viene lo mejor.

Wensi observaba atentamente, la mujer ponía los ojos en blanco, suspiraba, se despeinaba, hacia movimientos compulsivos.

‑ ¡Ahora comprendo! ‑grito Wensi‑. ¡Que original! Ja, ja... ¡Con que gracia lo hace! Ja, ja...

‑ ¿De que te ríes?

‑ Que gracioso, mira como se le mueve la barriga. Ja, ja... Y la cara que pone... Y esos gemidos. Ja, ja...

‑ Por favor no te rías más que vas a llamar la atención.

‑ Ja, ja, que chistosos son ustedes, tienen un gran sentido del humor; ja, ja...

‑ No seas idiota, cállate ya.

La mujer se detuvo, lanzó una mirada furiosa a Wensi; luego dio un grito y se alejó corriendo.

Todos volvieron sus miradas severas hacia Wensi.

‑ ¡Bravo!, ¡bravo! ¡Que se repita! ‑gritaba Wensi mientras aplaudía emocionado.

‑ Veámonos rápido antes de que sea demasiado tarde ‑susurro John.

Los demás hombres indignados comenzaron a gritar.

‑ Fuera de aquí homosexuales.

‑ Largo magiquitas.

‑ Pervertidos.

‑ John, ¿que pasa ahora? ¿Que hay que hacer? ‑preguntó Wensi confundido.

‑ Irse animal, has echado todo a perder.

‑ ¿Yo? ¿Que hice?

‑ Veámonos pronto.

Los hombres se acercaban en actitud amenaza dadora. Tuvieron que salir corriendo no sin recibir algún empujón. Ya afuera.

‑ Oiga Wensi ¿a usted no le gustan las mujeres?

‑ ¿Que ha pasado?

John lo miro asombrado.

‑ Que nos ha hecho perder la función con su risa entupida.

‑ Entonces, ¿Yo no debía reírme? ¿Y cuál era el objetivo del espectáculo? ‑preguntó Wensi con toda la ingenuidad propia de un niño.

‑ Dígame una cosa, ¿usted nunca ha visto a una mujer desnudarse?

‑ ¡Oh! ¡Si!... ¡A todas las de mi planeta! Ellas siempre se desnudan... ¿Ustedes no se desnudan para bañarse?

‑ Claro para bañarse si, pero eso se hace dentro del baño.

‑ ¿Y en la playa no se desnudan?

‑ ¿En tu planeta se desnudan en la playa? ‑pregunto John con gran interés.

‑ No solo en la playa; donde quiera que haya agua, ahí mismo se desnudan y se meten.

‑ ¿Delante de todo el mundo?

‑ Es que todo el mundo lo hace, mejor dicho, ELLOS los hacen.

‑ ¿Y tu no?

‑ No, yo soy diferente.

John lo miro ansioso, esperaba que revelase algo importante; pero nada, solo aquel silencio impenetrable; Wensi parecía ahora lejano, distante, sumido en sus pensamientos.

‑ Sabes por un momento había olvidado que tu vives entre monstruos.

Iban de regreso a la casa. Una mujer solitaria dianbulaba por las calles.

‑ Wensi hay algo que no entiendo, ¿como puedes tener relación sexual con esos monstruos?


En la oscuridad de la noche se podían ver los ojos vivarachos de Wensi destilar ese brillo tan peculiar en el, mientras sus labios se plegaban en una sonrisa sutil.

‑ Si vieran lo bella que lucen con sus tres grandes ojos...

‑ ¿Tres ojos? ¿Pero tú me dijiste que tenían un solo ojo?

Wensi lo contemplo por unos segundos.

‑ ¡Ah!, ¡si!... Lo que pasa es que ELLOS se dividen en dos subespecies los que tienen un solo ojo ,monovisuales, y los que tienen tres ojos, trivisuales. Por cierto a mi me gustan más las mujeres trivisuales, son más... más... más temperamentales, esa es la palabra.

John lo miraba confundido, cada vez comprendía menos lo que estaba ocurriendo.

Entraron en la casa. John se dejó caer sobre el sofá extenuado.

‑ Creo que me voy a dormir ‑dijo John‑ y se fue al cuarto donde estaba Helen esperándole.

‑ Ese tipo me va a volver loco.

‑ ¿Que te paso ahora?

‑ Nada... Tiene cada cosa. Ahora dice que los monstruos tienen tres ojos, que hay dos especies, que se yo cuantos disparates más. No entiendo nada. Es más ingenuo que un niño. No se, no se...

‑ Porque no te duermes, mañana tienes que ir a trabajar.

Wednesday, June 06, 2007

Ellos (3)

Wensi respiró aliviado y luego agrego.

‑ Si ya entiendo, el problema es que ELLOS no tienen nada.

‑ ¿Que dices? ‑preguntó John.

‑ No, nunca lo entenderás ‑le dijo Wensi sonriente.

A pesar de la temperatura algo fría y tener la ropa mojada, Wensi parecía no sentir frío alguno.

‑ Wensi que te parece si regresamos; no debes seguir, así mojado, como estas.

‑ Si es mejor volver, con lo que vi hoy me basta.

La mujer de John al ver entrar a Wensi nuevamente empapado exclamó.

‑ Pero, ¡como! ¿Te volviste a bañar en la fuente?

‑ No esta vez se lanzó al río para salvar a un negro.

‑ Mira que tirarse al río por un negro.

Wensi ya se había cambiado de ropa, y ahora ojeaba una revista.

John mientras le contemplaba pensaba: "como podré sacarle el máximo de provecho, esta es una oportunidad que no puedo desperdiciar. Tengo que ganarme su confianza. Ellos deben ser muy poderosos".

‑ Wensi, ¿cuando ellos vendrán a buscarte? ‑preguntó John.

‑ Cuando yo les avise.

‑ Wensi... Por que no le avisas... Sólo para que nos hagan la visita. ¿Tú me entiendes?, es sólo para conocerlos, para compartir... Vaya... Para conversar...

‑ ELLOS, sólo vendrán a recogerme ‑replico Wensi fríamente.

‑ ¿Por qué?

‑ No lo se, yo sólo se que no vendrán a conocer a nadie.

‑ Pero... ¿Por qué?

‑ Por que ELLOS son así ‑respondió Wensi.

‑ ¿Pero qué razón tienen para no querer conocernos? y ¿Cómo es posible que tú no lo sepas?

‑ A mi no me importa lo que ELLOS hacen, ELLOS piensan de una forma y yo de otra ‑dijo Wensi mientras alzaba la revista.

John se rascó la cabeza confundido, todo aquello le parecía demasiado raro. "¿Y si fuera un loco?", un estremecimientote recorrió el cuerpo, "¿Tal vez un pícaro?" Tenía que saber la verdad. "¡Helen! Quizás ella me pueda ayudar", y sin pensarlo más fue a buscarla.

Ella se encontraba en el patio de la casa.

‑ Helen ‑ella continuó regando las matas sin prestarle atención a su esposo.

‑ Helen, estoy muy preocupado.

Por fin ella alzó la vista y lo miró, se pasó los cabellos por detrás de la oreja.

‑ ¿Por qué estás preocupado?

‑ Por ese hombre, a veces estoy convencido que vino de otro planeta, otras me parece que es un loco, o... o un estafador. ¿Te imaginas? Sabes lo que es estar manteniendo a un loco o a un pillo. Tenemos que hacer algo, tenemos que saber su misión, en caso que sea un extraterrestre.

‑ ¿Y que tu quieres que yo haga? ‑preguntó ella.

‑ Hay que observar todo lo que hace, ganarse su confianza, desenmascararlo; hay que hacerlo decir la verdad... Y pensé que a lo mejor tú... bueno como eres mujer, a lo mejor contigo se franquea más. Quizás... ¿Tú me entiendes?

‑ Si te comprendo muy bien.

John, regresó a donde estaba Wensi, ya era de noche.

‑ John, me gustaría recorrer la ciudad de noche.

John alzó la vista y dejando escapar un suspiro exclamó.

‑ Esta bien, esta bien ‑mientras ladeaba la cabeza en forma de vaivén.

Ahora recorrían las calles, Wensi, respiraba profundo, contemplaba el cielo estrellado y su vista buscaba un punto, una estrella lejana; la más pequeña y la más brillante de todas. John caminaba detrás, cabizbajo.

Se adentraron en una calle oscura, fue entonces cuando Wensi vio un hombre tirado en el piso, y corrió hacia él, seguido de John; ya junto al hombre, Wensi se arrodilló y puso su cabeza sobre el pecho del desconocido.

‑ Aún vive ‑dijo Wensi.

‑ Déjalo es un vagabundo.

‑ ¿Qué dices?

‑ Que es un muerto de hambre.

‑ Pero hay que ayudarlo se puede morir.

‑ Ese no es nuestro problema, aquí cada uno tiene sus problemas.

‑ ¿Pero nadie hace nada por él? ¿Y la sociedad? ¿Y las leyes? ¿Y los hombres? ¿Cómo ustedes pueden ser así? ¿Ustedes están enfermos? ¿Esto no es normal?

‑ Vamos deja a ese tipo, no pretenderás que me lo lleve a vivir para mi casa.

‑ ¿Y nadie hace nada por él?

‑ ¡Nadie! Es muy normal, aquí existen miles de vagabundos, de mendigos y pordioseros. ¡Entiendes! En el fondo a ellos les gusta vivir así.

‑ No lo entiendo, no lo puedo entender.

‑ Vamos Wensi, es así, siempre ha sido así.

John lo cogió del brazo y lo alejó del hombre.

‑ Se morirá.

‑ Todos tenemos que morir, ¡no!

‑ ELLOS jamás harían eso, nadie debe sufrir y mucho menos morir así, abandonado.

‑ ¡Ellos! ¡Ellos! ¡Siempre ellos! No olvides que ellos son monstruos ‑gritó John.

‑ ¿Y ustedes qué son? ¿Humanos?

‑ Vamos Wensi, para que vamos a discutir.

‑ Yo nunca he discutido con nadie. ELLOS nunca discuten.

‑ Chico, entonces, ¿qué cosa hacen ellos?

Wensi no respondió, ahora caminaban en silencio, así estuvieron un largo rato, hasta que una música llego hasta ambos; llegaron frente a una casa muy iluminada, de donde provenía la música. La puerta estaba abierta y se veían mucha gente.

‑ ¿Qué es eso? ‑pregunto Wensi.

‑ Una fiesta.

‑ ¿Una fiesta?

‑ Si, ahí bailan y se divierten.

‑ Vamos a entrar me gustaría verlo.

‑ Estas loco Wensi, no podemos entrar.

‑ ¿Por qué? ¿Por qué no podemos? ‑preguntó Wensi mientras su rostro tomaba una expresión infantil.

‑ Porque no tenemos invitación.

‑ ¿Invitación? ¿Y qué es eso?

‑ Una tarjetita que te permite entrar en la fiesta ‑ respondió John con infinita paciencia.

‑ ¿Entonces esta fiesta fue premeditada?

‑ ¿Cómo? ¿Qué estas diciendo? ‑pregunto John turbado.

‑ O sea, que la fiesta fue planeada por alguien.

‑ ¡Claro! Siempre es así.

‑ Ahora comprendo, ustedes designan un día para dar rienda suelta a su alegría. ELLOS no, para ELLOS cualquier día es de fiesta, donde quiera bailan y cantan. Basta que alguien este alegre o haya alcanzado algo importante, para que todos le saluden e inmediatamente se forma una gran fiesta y si estas preocupado enseguida se te acercan y te ofrecen su ayuda. Tampoco existen las puertas; tú puedes entrar en cualquier casa, aunque no conozcas a nadie; y enseguida te atienden y te ayudan en lo que necesites. ELLOS no tienen nada de ellos. ELLOS son así.

‑ Y dale con ellos, siempre ellos. Tú no dices que tú los gobiernas.

‑ No, yo sólo dije que ELLOS me protegen.

‑ Entonces tú eres el presidente.

Wensi sonrió.

‑ No yo mando más que el presidente. ¿Sabes por qué? Porque allí nadie manda a nadie, todos saben lo que tienen que hacer. ¡Todos, menos yo!

‑ ¿Que función tu tienes en ese planeta? ‑preguntó John intrigado.

‑ Hacer daño.

‑ ¿Cómo? ¿No entiendo?

‑ Yo tampoco entiendo.

Y se alejó para evitar más preguntas.

Vieron acercarse a una muchacha y Wensi se quedo mirándola.

‑ ¿Te gusta? ‑le preguntó John.

‑ Es muy bella.

‑ Sólo tienes que preguntarle el precio.

‑ ¿Cómo? ¿Yo puedo comprarla?

‑ No hombre, es sólo para acostarte con ella.

‑ ¿Por acostarme con ella?...

‑ Bueno... Y hacer el amor claro.

‑ Ustedes a todo le ponen precio, en cambio ELLOS no, allá todo es distinto. Yo me acostaba con todas las mujeres que quería.

Los ojos de Wensi brillaban.

‑ ¿Con todas? ¿Aunque fuesen casadas?

Una enigmática sonrisa apareció en el rostro de Wensi.

‑ Si, ELLOS no se oponían, es más me lo agradecían.

John se rascó la cabeza, por un momento pensó en su esposa y de nuevo la duda ¿Quién es este hombre? ¿Un agente secreto de otro planeta? ¿Un ministro? ¿Un pillo? ¿Un loco?... ¿Quién es?... ¿Quién es?... Si pudiera averiguarlo de una vez".

‑ Wensi te voy a llevar a un lugar que te va a gustar.

‑ ¿Ahora?

‑ Si queda cerca, podemos ir caminando.

Se detuvieron ante un cartel lumínico y descendieron por una escalera. Era un lugar oscuro con muchas mesas y gentes bebiendo. John se sentó en una de las mesas que estaba próxima a uno de los escenarios, cerca de las luces de colores.

‑ Ahora veraz lo que viene, es algo fenomenal, ¡la gran Susan! ‑le dijo John mientras lo invitaba a sentarse.

Monday, June 04, 2007

Ellos (2)

‑ Cállate y camina.

La mujer de John ya tenía la comida preparada y se disponía a sentarse en el sillón, cuando vio aparecer a John con Wensi completamente mojado.

‑ ¿Y a ese que le pasó?

‑ Se dio un chapuzón en la fuente ‑respondió John.

‑ ¿En la fuente?

‑ Sí ‑dijo Wensi mostrando sus dientes en una amplia sonrisa.

‑ Yo no le veo la gracia ‑refunfuñó ella‑. Bueno vamos a comer.

Ella observaba detenidamente a Wensi mientras comía, en él no había nada de extraordinario, sólo su voz tan pausada; con aquel deje extraño y aquella entonación casi infantil; también en su mirada había algo extraño, ese brillo de sus ojos le recordaba algo; esa era la mirada de...

‑ Dime Wensi, has comido algo así en tu planeta ‑era la voz de su esposo que venía a interrumpir sus pensamientos.

‑ ELLOS se alimentan a base de frutas y verduras.

‑ ¡Vaya son vegetarianos! ‑exclamó John‑. Óyeme Wensi, tu me dijiste que en tu planeta hay dos especies.

‑ Así es ‑respondió Wensi.

‑ ¿Cómo son esas... esas especies? ‑preguntó John, mostrando gran interés.

‑ ¡Yo soy una!, la otra especie son ELLOS.

‑ Pero... ¿Y cómo son ellos? ‑Preguntó Helen quién también se interesó por el tema.

En los ojos de Wensi apareció ese brillo, ese brillo peculiar, mientras parecía mirar sin ver.

Se hizo un silencio absoluto, ella contemplaba sus ojos, observó como se contraían, y creyó ver una leve sonrisa en el rostro juvenil de Wensi.

‑ Como les decía ELLOS son otra especie, son velludos, tienen un solo ojo en el medio de la frente, en lugar de nariz tienen una enorme trompa; carecen de cuello, la cabeza esta unida al tronco y en lo que sería el pecho les surge una enorme boca poblada de gigantescos colmillos; cuentan de cuatro poderosos brazos que terminan en terribles garras ‑Wensi observo como el rostro de John palidecía. Bueno para que continuar la descripción.

‑ ¡Pero esos son monstruos! ‑exclamo Helen.

‑ Si, así son ELLOS ‑dijo Wensi tranquilamente.

‑ ¿Pero y esos monstruos a usted no le hacen daño? ‑pregunto John.

‑ ¿Quienes ELLOS? Al contrario me protegen. ¡Hay que ver como me cuidan!

‑ Todo eso es muy extraño ‑replicó Helen.

‑ ¿Pero esos monstruos piensan? ‑pegunto Jonh.

‑ ¡Ah, si! Son geniales científicos.

‑ Eso no puede ser ‑dijo ella.

‑ Por que no, en otro planeta las condiciones pueden ser distintas ‑le replico John.

‑ Wensi, se puede saber porque ellos le cuidan tanto ‑ le pregunto Helen en tono irónico.

‑ ¡Ah! ¡Por que yo soy!... Mejor dicho: ¡por que ELLOS son!... Bueno... Es que hay secretos que aun no puedo revelar.

‑ ¿Secretos? Wensi usted es demasiado misterioso. ¿No le parece?

Wensi no dijo nada en lugar de la respuesta apareció aquella enorme sonrisa que mostraba hasta las muelas.

"Este idiota se ríe de cualquier cosa" ‑pensó Helen.

"Que tipo más raro" ‑pensó John.

Transcurrieron varios días, Wensi no hacía más que leer; leía todo: revistas, periódicos; libros de todo tipo, hasta de ajedrez. Se negaba a salir a ninguna parte. Le gustaban mucho los libros de poesía, y lo más asombroso era la rapidez con que leía.

Mientras Wensi leía, John se pasaba todo el día pensando como sacarle provecho al extraterreno; debía ganarse su confianza, saber cuál era su misión en la Tierra y utilizarlo para sus fines. John era dueño de una farmacia y vivía desahogadamente, pero el no era de los que se conformaban con eso; quería más, mucho más; ser alguien, que todos le envidiasen.

Ese día John había salido para la farmacia, Helen estaba acostada en la cama, la puerta del cuarto estaba abierta; ella tenia puesta una bata de casa que le quedaba corta, tenía el cuerpo inclinado hacia la derecha, con las piernas levemente flexionadas mostrando sus muslos desnudos. Wensi hizo su aparición en el cuarto; ella instintivamente fue a cubrirse, pero se detuvo al ver el rostro impasible de Wensi.

‑ ¿Y John donde esta?

Ella estiró las piernas; recordó que cuando joven la habían elegido para modelo, pero ahora con treinta y cinco años, y algunas libras de más; pero así y todo los hombres exclamaban al verla pasar; y, sin embargo, aquel hombre parecía ignorarla.

‑ John esta para la farmacia, vendrá un poco tarde.

Wensi dio la espalda y se alejó. Ella se preguntaba: "¿como es posible que John con lo celoso que es se vaya y me deje sola con este hombre? Claro el cree que es un ser de otro planeta. ¡Que idiota! El siempre ha sido un estúpido, no se como me pude haber casado con él, y ahora se va y me deja con este otro idiota. Ni siquiera se impresiono al verme. ¡Esta muerto!". Se levantó y salió al portal. Allí estaba Wensi contemplando la caída de la tarde. Ella se le acercó lentamente, sentía un extraño vapor y como el corazón le latía más de prisa.

La tarde caía lentamente, anochece, soplaba una suave brisa; arriba una luna blanca navegaba sobre nubes oscuras; más allá las estrellas comenzaban a encenderse.

Ella se detuvo junto a el, Wensi parecía no escuchar nada, tenía la vista fija en el cielo.

Serían las once de la noche cuando llego John.

‑ Hola Wensi, como te sientes.

‑ Muy bien.

Al momento apareció Helen peinándose.

‑ ¿Quieres que te haga café querido?

‑ ¡Claro que si!

Ella desapareció dejando un olor a perfume tras de si.

‑ Wensi yo no me explico como puedes leer tanto.

‑ Es que quiero saber.

‑ ¿Saber que?

‑ Como son ustedes, porque son así, necesito conocerlos.

‑ ¿Eso es parte de tu misión?

‑ Tal vez.

‑ Toma Wensi, esta es para ti; te le eche bastante azúcar ‑le dijo ella en voz baja, casi al oído.

John observó aquella escena, estaba confundido: "¿a que se debía ese cambio? aquí hay algo raro" ‑pensó.

Wensi estaba en la biblioteca leyendo como de costumbre; John se encontraba en la sala con su esposa.

‑ Sabes, Helen, creo que tu tienes razón; este hombre no tiene tipo de ser de otro planeta.

‑ Pues te equivocas es un extraterrestre.

‑ ¿Y como tu lo sabes? ¿Que descubriste? ‑le preguntó John mientras movía las manos nerviosamente.

‑ Todavía no lo se, pero el esta a punto de confesarme algo.

‑ ¡Siii! ‑exclamó John mientras abría los ojos desmesuradamente.

‑ Como me oyes.

‑ Me crees tonto.

‑ ¿No me crees? Entonces dile ahora mismo que se vaya. A mi me da igual. Nunca sabrás cuál era su misión. Tal vez otro más inteligente lo logre...

‑ Helen... Te... Te dijo algo... ¿Tú sabes algo?... ¿Qué me estas ocultando?... ¿Dime?

‑ Aun no, pero se como hacerlo hablar. Confía en mí. Todo parece indicar que es un personaje en su planeta. Alguien muy poderoso, con una misión muy especial, y muy secreta...

‑ Helen, tienes que arrancarle el secreto, tenemos que saber su misión, tenemos que ganarnos su confianza.

‑ Despreocúpate querido, yo se como hacerlo.

A la mañana siguiente, John se levantó más temprano que de costumbre, como siempre Wensi ya estaba de pie.

‑ John, que le parece si damos un paseo.

‑ ¿Sin desayunar?

‑ Desayunamos en la calle replicó Wensi.

Hacia una hermosa mañana, caminaban por el puente bajo el cuál pasaba un caudaloso río; fue entonces cuando se escucharon gritos, alguien pedía auxilio, un grupo de curiosos se aglomeraban junto a la baranda del puente. Wensi y John corrieron junto al grupo y vieron a un hombre que se ahogaba.

‑ ¿Quien es? ‑pregunto John.

‑ Es el negro Tom, seguro que estaba borracho.

‑ Negro y borracho ‑exclamó otro.

Wensi dando un salto pasó por encima de la baranda y extendiendo los brazos penetro de forma vertical en el río, sin apenas chapotear agua.

‑ ¡Que tirada! ‑exclamó alguien.

Poco después Wensi salía a la superficie con el hombre. Ya en la orilla la recostó sobre la hierba; el hombre estaba completamente borracho. Wensi miró a los demás esperando ayuda, todos se fueron alejando lentamente.

‑ John, este hombre necesita ayuda.

‑ Déjalo ahí y vamonos, ya bastante has hecho por él.

‑ ¿Cómo es posible?

Vamos Wensi, no ves que es un negro. Además esta borracho, eso luego se le pasa.

Wensi lo arrastró hasta ponerlo en un lugar seguro, luego se dirigió a John.

‑ Yo no se como ustedes pueden ser así, ELLOS jamás dejarían morir a nadie sea quién sea. Si hubiese sido en mi planeta todos se hubiesen lanzado al agua; allá cada hombre responde por la vida de los demás y la cuida más que la propia; cuando hay alguien en peligro dan la alarma general y todos, aun a riesgo de sus vidas, acuden al lugar. ELLOS no pudieran vivir si alguien muriese por su culpa.

‑ Bueno Wensi, ellos serán así, pero aquí no ocurre igual; aquí cada cuál responde por su vida y cada cuál se las tiene que arreglar sólo. Nadie esta dispuesto a arriesgarse por un negro o por un borracho. ¿Quien lo manda a beber? Ese es su problema, el se lo buscó.

‑ No los entiendo. ¿Como pueden ser así? A ustedes no les importa para nada lo que le suceda a otro.

‑ Mira Wensi, los monstruos o ellos, como tú los llamas, serán muy bondadosos; pero este es otro planeta y se llama Tierra y aquí cada cuál sólo defiende lo suyo, me entiendes: ¡lo suyo!

‑ ¿Lo suyo? No entiendo.

‑ Si, lo que es de uno, lo que nos pertenece, lo que nos atañe.

‑ ¿Y que es lo que les pertenece?

John se llevo ambas manos a la cabeza.

‑ Wensi, pero tu no entiendes nada. Yo tengo mi casa, mi mujer, mi trabajo, mi auto, mis cosas...

‑ Lo que les pertenece, mi... ¡Que interesante! ‑exclamo Wensi.

‑ Tu no entiendes nada, mi es un pronombre. Bah mejor cambiamos el tema.